Por ANTONIO REYES*
El problema con la extrema derecha no radica en que divulgue que un agente de policía, un soldado o alguien que pertenece a la fuerza pública ha sido asesinado. El problema reside en que hacen de la muerte un instrumento político para formular anatemas amenazantes mediante trinos como este de la señora María Fernanda Cabal: “VAMOS A TENER QUE SACAR A ESOS HAMPONES!”.
Desequilibrar un orden institucional, -de por sí históricamente frágil-, ha sido una tarea ardua que los sectores de la extrema derecha han sostenido a lo largo del tiempo, ya que si ellos o ellas no son los encargados de gobernar, se encargan de erosionar toda posibilidad de gobierno alternativo o cambio.
Ellos y Ellas, maximizan desaciertos, mientras se justifican minimizando sus “errores”; mientras justifican el asesinato de “máquinas de guerra“, maximizan el asesinato de “héroes”. El hambre de los empresarios es hambre real, el hambre del pobre es acomodo y comodidad de quienes “buscan que todo le den”.
Quienes participan de esa extrema derecha estática y mecánica son en realidad quienes más sostienen la lucha de clases que tanto critican, la mantienen viva a través de su alarmismo, bajo el beneplácito de sus extenuantes ataques llenos de mediocridad y su pornografía de la muerte.
Son ellos y ellas quienes tras los bastidores fraguan golpes de Estado, los que facilitan los corredores y las justificaciones a los actores de la ilegalidad para irrumpir con la violencia que promueven con sus palabras, -y otros tras su sombra, ejecutan las armas que atentan contra líderes sociales y contra funcionarios-.
Esa derecha atávica, ese “régimen” -como dijera Álvaro Gómez Hurtado- está compuesto por hordas sordas que no buscan simplemente eliminar la vida física, sino todo rastro simbólico de la existencia de lo diferente. A fin de cuentas: “El pobre es pobre porque quiere”. Esa derecha que es incapaz de construir una Colombia diferente; mantiene la zozobra, la sospecha e incuba la duda por medios nonc santo.
Las muertes que difunden y aparentemente lloran son en el fondo las muertes que celebran, esas vidas no les importan más que por el valor político y reputacional para resaltar los defectos de un gobierno incipiente, que aún carga con el lastre de una “inseguridad democrática”, receta que sacrificó la verdad por coimas administrativas, política que silenció asesinatos de civiles por parte de la fuerza pública para, a fin de cuentas, justificar las tramas administrativas y las estadísticas del gobierno de turno.
Esas vidas que aparentemente lloran para ellos no merecen ser lloradas, son vidas que llenan de florituras y aditamentos politiqueros, sobre todo en año electoral, porque creen y afirman ser los únicos capaces de mantener el equilibrio político en el país. La cuestión es que el precio que se paga para sostener ese equilibrio es escabroso. Se trata del silencio y el terror.
La derecha está acostumbrada a vender terror para rentabilizar emociones electorales que se tranzan a favor de “la seguridad”. Sin embargo, mayor seguridad no es mayor capacidad ni mayor técnica para que las fuerzas armadas puedan maniobrar. Las armas por las armas, tal como el discurso extremo de María Fernanda Cabal, refleja que su manera de entender y transitar el conflicto no es la solución.
Si la extrema derecha ladra, quiere decir que el Pacto Histórico cabalga por buen camino. Y la paz total, con una mayor precisión técnica y jurídica, puede contribuir a extinguir el fango excremental donde quieren mantener el país.
* Jesús Antonio Reyes es sicólogo, MsC en sociología económica y estudiante de doctorado en sociología en la Escuela de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín. Investigador en temas de conflicto armado, guerra civil y construcción de procesos de memorias.