Por PUNO ARDILA
Miguel Polo Polo parece un niño consentido; lo mima su amiga y madre putativa, y lo sigue una patota que lo adora por lo que es: un bocón. Lo cito porque es un buen ejemplo de lo que ocurre en Colombia, donde se tiene acceso a espacios en los que supuestamente solo caben quienes son parte de alguna minoría; de modo que este personaje tiene escarapela “multipase”, como en El quinto elemento, que le abre todas las puertas. Como él mismo explica, sin ser parte de esas minorías uno puede quedar matriculado y ser su representante con solo “reconocerse” y firmar el formulario.
Es fácil: así como premiaron a Jota Balvin por “afrodescendiente”, este Polo Polo pasa de ser un “indígena gallinazo” a senador por las negritudes, sin importar que no reconoce a esas colectividades ni va a hacer nada por ellas. Su respuesta de bocón cuando le preguntaron por qué se lanzó a sabiendas de que no haría nada por las comunidades negras, fue esta: «Porque me dio la gana; porque soy negro».
Su argumentación (apoyada por mucha gente) es que para que uno “sea” no requiere nada diferente a reconocerse: así uno puede ser indígena, negro, mulato, blanco o judío; el requisito es anunciar, cuando menos de labios para afuera: «Yo soy» esto o aquello. Fácil y oportuno, especialmente en esta selva de la saltarina “democracia” que tenemos. Por suerte ya cayó su escaño, aunque fue a parar en malas manos.
Pero la inquietud a raíz de esta situación se debe a la representación de las minorías en los diferentes espacios (sociales, comunitarios, mediáticos y políticos). La pregunta es (y sé que la entenderán quienes [se] reconozcan [en] la minoría a la que pertenezco): si las minorías tienen acceso a ciertos privilegios en los espacios mencionados atrás, ¿por qué no tenemos opción quienes pertenecemos a una minoría? ¿Cuál minoría?: la minoría cultural y musical.
Inundados como están el comercio y el espectro electromagnético por modas chocantes y ruido, ¿por qué no tenemos derechos quienes no compramos solo porque sea “cool” y esté de moda? ¿Por qué no tenemos escaño legislativo quienes no oímos Olímpica ni usamos pantalones rotos? ¿Por qué no tenemos derechos de minoría los que oímos, defendemos e interpretamos la música tradicional colombiana? ¿Por qué no hay consideraciones para quienes tenemos el inmenso placer de disfrutar de la música clásica? ¿Por qué no tenemos prioridades en filas, empleos y subsidios los que no somos esclavos de las modas? ¿Por qué nuestra “inmensa minoría”, como dijo Álvaro Castaño Castillo, no puede tener derechos constitucionales, como el tal Polo Polo ese?
Hay que reflexionar sobre ello, porque, así como hay espacios sociales y políticos para las minorías; hoy somos una minoría más en esta cultura colombiana variopinta. Seguramente, ante el reclamo de tantas minorías, el Congreso tendría que agrandarse (¡horror!) para permitir escaños, además de los existentes, para blancos, asiáticos, indígenas, gitanos…; y también para ciegos, sordos, mudos, bajitos y altos, calvos y obesos (qué bueno)… Hay que reflexionar sobre ello —insisto— porque todos tenemos el derecho de invocar la igualdad, pero no precisamente para que nos mal-represente algún politiquero en un Congreso multitudinario e inútil, sino para que tengamos igualdad de derechos.
Podríamos comenzar por exigir al Gobierno que se cumpla la ley de medios, y que se nos respete el derecho al acceso a productos culturales de buena calidad. Pero, como dijo el ciego, «amanecerá, y veremos».
(Ampliado de Vanguardia)