Por JORGE GÓMEZ PINILLA
Esta columna se inspira en algo que dijo Juan Fernando Cristo hace unos días: “frente a los asesinatos de líderes sociales y excombatientes es tal el problema, que deberíamos ser capaces de unirnos al menos en el propósito de parar este horror entre todos”. ¿Cómo solucionar semejante desmadre, con el país gobernado por un badulaque como Iván Duque y soportando la exacerbación de la violencia en todos los frentes, como en los peores tiempos de Pablo Escobar?
Eligiendo a alguien responsable, no al que dio muestras de ser excelente cabeceador de balón, intrépido bailarín y rasgador de guitarra sinigual. Estamos en las peores manos, es un hecho, y ahora la pregunta del millón es cómo hacer para que un día nos gobiernen las mejores manos.
De Gustavo Petro dice hasta su contradictora Claudia López que tiene el mejor programa de gobierno, pero presenta dificultades para armar un equipo, y eso en toda organización al servicio de una causa termina por convertirse en un problema serio, que requiere solución.
La solución en apariencia es fácil, pues estaría en que logre armar equipo y que entre sus integrantes se establezca una comunicación horizontal, sin jerarquías. Es un hecho irrefutable que a Petro se le han retirado muchas personas que trabajaban con él (Navarro Wolf, Daniel García-Peña, Guillermo Jaramillo, Carlos Vicente de Roux, María Mercedes Maldonado, Ángela Robledo) y la solución no está en enconcharse sino en tender lazos de unión, de cooperación entre todos.
Mejor dicho, Petro puede ser una persona difícil de tratar, pero ¿cómo hacemos si tiene el mejor programa de gobierno y cuenta con ocho millones de votos, que al día presente quizá son muchos más por cuenta de la indignación generalizada, pero es imposible saberlo si la encuesta la hacen Invamer o Guarumo?
Desde columnas atrás he insistido en la necesidad de que Petro aprenda a hacer equipo, que se deje ayudar. Y que, en aras de la urgencia de defender la paz, trate de establecer una alianza estratégica con Humberto de la Calle, quien además de haber sido el arquitecto de la hoy debilitada paz, es la persona que mejor encarna el ideario liberal luego del lamentable deceso del patriarca Horacio Serpa, uno de los poquísimos hombres íntegros que le quedaban al liberalismo tras la vergonzosa venta de la dignidad de su partido que hizo César Gaviria a cambio de un plato de lentejas.
Si Petro es el hombre de los votos, Humberto de la Calle no es el picapleitos sino el hombre sereno, el conciliador con talla de estadista, el que se sienta a hablar con el enemigo para llegar a acuerdos.
Sea como fuere, es en la diferencia donde se encuentran los contrarios, y de buena fuente he sabido que a De la Calle han tratado de contactarlo desde las toldas del petrismo, para proponerle un acuerdo programático que haga posible la definición de una alianza estratégica. El hombre al parecer ha guardado silencio, o marca distancia estratégica a la espera de los avances que se vienen dando entre los que pertenecen a la otra orilla de la centro-izquierda, en cuyas toldas se habla de la necesidad de una consulta que los incluya a todos, excepto a Petro. Esto a la espera de que surja un candidato fuerte, que desplace al candidato del uribismo al tercer lugar y en una eventual segunda vuelta se enfrente a Petro y lo supere, confiados en que Colombia preferiría la moderación del centro al radicalismo de la izquierda.
La aparente dificultad reside entonces en que quizá De la Calle cree contar con juego propio para medírsele a la consulta de ‘todos menos Petro’, ignorando así lo que pudiera ser la fórmula imbatible: el mejor programa de gobierno, en compañía del hombre mejor capacitado para impedir que el uribismo acabe de hacer trizas la paz, sembrando la zozobra para aparecer luego como su salvador. Lo dijo en su cuenta de Twitter el comandante en jefe de la caverna, el 24 de diciembre: “Trabajar desde hoy para salvar a Colombia en el 2022″. Ya están trabajando en eso. (Ver trino).
Hoy la paradoja con Petro reside en que él solo no gana, pero nadie gana sin Petro. Así las cosas, ¿quién podría ser la persona más indicada para que sus votos le ayuden a ganar a su compañero de fórmula? En la respuesta a esa pregunta brillan dos nombres con luz propia: Humberto de la Calle y Alejandro Gaviria. De este último, basta leer una entrevista suya en Nota Uniandina para ser testigos de que estamos ante un verdadero sabio. (Ver entrevista).
Por eso hablé arriba de un triunvirato, entendido no como una conjunción de voluntades a la vuelta de la esquina, sino como la propuesta de gobierno que resultaría de una consulta entre los tres mencionados, en la que dependiendo del número de votos para cada uno, se define quién va a presidente y quién a vice. Y al que quede de tercero -tan solo es ocurrencia- se le podría nombrar primer ministro, para que coordine comunicaciones y acciones bilaterales, con poderes autónomos para tomar la decisión final cuando no haya acuerdo entre presidencia y vice.
En todo caso, Gaviria no jugaría el papel de rival de los otros dos, pues coincide con Kurt Vonnegut en que “a los inventores de la democracia se les olvidó que solo los locos quieren ser presidente”.
Lo urgente en la terrible coyuntura actual es la toma del poder -por la vía electoral, obvio- para el retorno de la decencia a la vida democrática. Y esto solo es posible mediante una alianza sólida entre la izquierda auténtica de Gustavo Petro y el liberalismo auténtico de Humberto de la Calle. No el del cafre César Gaviria, no, sino el original pensamiento liberal de un Darío Echandía o un Alfonso López Pumarejo, el de la Revolución en marcha, quien pregonaba que «es deber del hombre de Estado efectuar por medios pacíficos y constitucionales todo lo que haría una revolución».
Lo único cierto -en síntesis- es que Gustavo Petro, Humberto de la Calle y Alejandro Gaviria deberían juntarse, por el bien de Colombia. Es mi humilde opinión, como liberal de izquierda.
DE REMATE: Con Alejandro Gaviria me llevé una muy agradable sorpresa, en forma de coincidencia literaria, pues resultó conocedor de dos autores a los que he leído en profundidad, Aldous Huxley y Kurt Vonnegut. De este último, Matadero cinco es sin duda su obra cumbre, con apartes que parecen escritos desde una dimensión de conocimiento a la que solo él tenía acceso. Si la memoria no me falla, en dos ocasiones fue candidato al Nobel de Literatura.
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