Por JORGE GÓMEZ PINILLA
Mi año con Salinger, 2021 (Canadá)
Reparto: Margaret Qualley, Sigourney Weaver, Douglas Booth, Colm Feore, Matt Holland.
Escrita y dirigida por Philippe Falardeau
Disponible en Netflix
Así como existe el cine en el cine, que es cuando una película cuenta el rodaje de un filme o gira en torno al séptimo arte, Mi año con Salinger alude a un género que podría definirse como literatura en la literatura, porque es más literaria que cinematográfica.
De entrada, ubiquemos el contexto: Jerry D. Salinger se catapultó a la fama con su novela El guardián entre el centeno (The catcher in the rye) desde su publicación en 1951. Veintinueve años después, el 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman asesinaba al ex-Beatle John Lennon en una calle de Nueva York y se sentaba tranquilamente en el andén a esperar a que llegara la policía mientras leía ese libro.
El protagonista de la novela es Holden Caulfield, un neoyorquino de 16 años que acaba de ser expulsado de su colegio, con quien se identificaron miles de jóvenes no solo norteamericanos sino del planeta entero, muchos de manera enfermiza. Entre ellos, el asesino de Lennon.
Esto en referencia a Salinger, ahora entremos al tema que nos ocupa. En Netflix el título de la película lo tradujeron al español como El trabajo de mis sueños, pero prescindimos de él porque parece tomado de un libro de Walter Risso. Preferible una traducción más cercana al inglés, Mi año con Salinger.
¿Y por qué Salinger? Porque es la historia -tomada de la vida real- de la joven escritora Joanna Rakoff, recién graduada en literatura inglesa, que en el otoño de 1995 llega de Berkeley a Nueva York en busca de trabajo y toca a las puertas de la agencia editorial que representa al escritor, ya famoso por la novela de marras, y quien aún vive (murió en 2010).
Allí se entera que de “Jerry” se dice que está loco, o tiene demencia senil, o es un misántropo empedernido. “Todo es mentira -le aclara a Joanna su jefa Margaret, interpretada por Sigourney Weaver-. Hay muchas personas que quieren su dirección, su teléfono, que lo pongamos en contacto con él”. Precisamente, la primera instrucción que le dan a la principiante es contestar en máquina de escribir eléctrica (aunque ya existen los computadores) los centenares de cartas que le llegan al escritor, con base en un modelo preestablecido: “El señor Salinger no desea recibir correspondencia de sus lectores. No podemos enviarle su amable carta, agradecemos su interés en el libro”. Luego, debe destruir las cartas en la trituradora de papel.
Así las cosas, Mi año con Salinger trata sobre personas que aman la literatura y la poesía como “el alimento del alma”, pero también sobre los lectores que le escriben al autor del libro que los ha dejado en estado de conmoción interior, y en tal medida requieren con urgencia (emocional) establecer un vínculo con él para contarle lo que les pasó.
El asunto es que Joanna comienza a simpatizar con los remitentes, jóvenes como ella, y se lleva algunas de esas cartas para su casa porque asume como un gesto odioso o insolidario contestarles “Estimado muchacho: no le interesas al señor Salinger. Vete al diablo”. Según su novio, “todos son un montón de locos obsesivos”, diferente a lo que pasa con muchas lectoras también jóvenes, que le escriben para decirle que se quieren acostar con él.
Sea como fuere, no nos pondremos aquí en plan de eso que ahora llaman spoiler, o sea que no hablaremos en detalle de la relación complicada de Joanna con su novio (también escritor y émulo precoz de Henry Miller) ni de la vida marital de Margaret con su esposo bipolar.
A la protagonista se le advierte desde el principio que no necesitan allí una escritora, sino una secretaria que conozca de autores literarios, novelistas o poetas. Pero ella también quiere ser “una escritora extraordinaria”, y al final el espectador comprende que el trabajo de sus sueños no era entrar a trabajar en esa agencia editorial. El trabajo de sus sueños es cuando comienza a escribir, y es el motivo por el cual renuncia a la agencia y lleva su primera colección de poemas a The New Yorker, la icónica revista literaria para todo escritor que en Estados Unidos o desde Europa quiere darse a conocer.
¿Se la aceptaron o la rechazaron? La respuesta quizás está al final de la película.
Post Scriptum: “He aprendido en mi trabajo que por muy honesto que parezca, no debemos revelar nuestras emociones. A la mayoría de las personas las tiene sin cuidado lo que sentimos. ¿Para qué mostrar una debilidad, si prácticamente se te van a echar encima? Se ponen enfrente tuyo y te demuestran cuánto les divierte lo que estás sintiendo”. Joanna Rakoff, impactada por la lectura de las cartas de los lectores obsesionados con Salinger.