Por GERMÁN AYALA OSORIO
La muerte de Isabel II, la casi inmortal monarca, sirvió a los medios masivos colombianos de gran cortina de humo para tapar hechos de nuestra triste realidad, pero también como oportunidad para que encontraran conexiones identitarias con la vida de la soberana del Reino Unido.
Aunque no existe tradición monárquica en nuestra historia política, miles de colombianos siguen la vida de las familias reales como propias. Se trata de una infantil proyección de quienes han contribuido a la permanencia de estas monarquías por el mundo, con celebraciones y los usos del lenguaje. Por ejemplo, con la celebración de los 15 años para las mujeres, las elevan muy temprano al estatus de “princesa”. Las llamamos princesas quizás evocando reminiscencias de cuentos infantiles, al estilo de los Hermanos Grimm. Incluso las disfrazan con el ropaje propio del título nobiliario, para insistir en la manida idea de que las mujeres son débiles o deben ser miradas y admiradas como princesas. No es necesario señalar los riesgos reales a los que se enfrentan en una sociedad patriarcal y machista como la nuestra, en el marco de un mundo que deviene masculino y masculinizante.
El ejercicio mediático de la prensa nacional, en particular los noticieros de televisión, está enmarcado en la imperiosa necesidad de continuar validando esa forma de dominación que son las monarquías, en las que sus miembros llevan una vida llena de excentricidades y de lujos, en un mundo donde la pobreza y la miseria acosan a continentes enteros. El cubrimiento de los medios masivos tiene también la pretensión de ocultar la vida parásita de reyes, reinas, duques y duquesas. Quienes admiran y desearían vivir como reinas y reyes, no se atreven siquiera a examinar con ojo crítico los elevados costos en los que incurre una nación para mantener la simbólica pero parasitaria existencia de sus majestades.
Las monarquías expresan el carácter infantil del poder. Hombres y mujeres comunes y corrientes insisten en creerse diferentes por cuenta de unos ridículos títulos nobiliarios. Así entonces, noticieros televisivos privados como Caracol y RCN cumplen con la tarea de reproducir los capitales que confluyen en los ejercicios del poder monárquico en este caso. Reproducen, igualmente, el infantil carácter de cientos de miles de colombianos que sienten una inexplicable admiración por quienes, de cerca o de lejos, siempre los verán como súbditos.
Se fue Isabel II, pero quedó la vetusta monarquía, la misma que a diario recibe el respaldo de sus directos súbditos que viven y sobreviven en el Reino Unido, o el de aquellos suramericanos y colombianos infantilizados por la gran prensa o por sus cándidas fantasías.
@germanayalaosor