Magníficos rebeldes: los primeros románticos y la invención del Yo

Andrea Wulf es una escritora de 57 años, nacida en la India, de padres alemanes. Creció luego en Alemania y en medio de su “loca juventud” terminó viviendo como madre soltera en Londres y escribiendo en inglés. La conocí por La invención de la naturaleza (Taurus, 2016), una biografía de Alexander von Humboldt basada en una extensa investigación. Parte de las aventuras del gran científico alemán transcurren en la Nueva Granada, es decir, en lo que hoy es Colombia. Esta lectura agradable y enriquecedora motivó que, al aparecer su nuevo libro con el atractivo título de Magníficos rebeldes (Taurus, 2022), procediera a comprarlo de inmediato, muy a pesar de que en las aguas filosóficas yo remo muy lejos de la corriente que protagoniza esta nueva investigación de Wulf.

El texto narra en forma apasionante la historia del Círculo de Jena, un grupo de filósofos, artistas, novelistas, ensayistas, poetas, críticos literarios, editores, traductores y dramaturgos que tuvieron su epicentro en el pequeño pueblo alemán de Jena, con menos de 5.000 habitantes, durante la última década del siglo de la luces y los inicios del siguiente siglo. Famosos personajes integraron este combo misceláneo: filósofos como Fichte, Schelling y marginalmente Hegel, dramaturgos como Schiller, poetas como Goethe y Novalis, los hermanos Schlegel, escritores que en su momento tuvieron gran impacto, y por los lados estuvieron los hermanos Humboldt y otros amigos que giraban como satélites alrededor del grupo. Pero en el centro del Círculo había una mujer genial: Caroline, cuyo segundo matrimonio fue con Wilhelm Schlegel y el tercero con Friedrich Schelling. Esos fueron los magníficos rebeldes que, como dice la autora, “embriagados por la revolución francesa, situaron el Yo en el centro de su pensamiento”.

En efecto, el subtítulo del libro permite identificar cual fue la “rebelión” que encabezaron estos personajes: Los primeros románticos y la invención del Yo. Fue Fichte quien puso la primera fuente con su “filosofía del Yo” y de allí beberían los demás para irradiar esas ideas filosóficas a través del arte, la literatura y la propia filosofía, mientras encarnaban existencialmente tales ideas en sus vidas personales, por ejemplo en el amor, el sexo y las costumbres. La autora le atribuye a este grupo de autores la primacía como creadores del individualismo moderno que predomina en las sociedades actuales. Por mi parte, considero que hay allí una exageración y que el moderno individualismo tiene múltiples orígenes.

Tampoco comulgo con la exaltación del carácter revolucionario de estos rebeldes que Wulf proclama. Más bien fueron contrarrevolucionarios, renegados de la Ilustración y a la postre ambiguos respecto a la revolución francesa. Cierto es que levantaron la bandera de las libertades frente a las monarquías que dominaban el continente europeo, rompieron con las costumbres mojigatas de la tradición feudal, y generaron novedosos estilos en las artes sembrando la semilla de lo que se conocería como el romanticismo. No obstante su proyección en filosofía impulsó el idealismo y el irracionalismo, y aunque no fueron directamente anticiencia, pues algunos de ellos (Novalis, Goethe, Humboldt) cultivaron la investigación, terminaron dándole la espalda al rigor de la ciencia para abrir las alas de la especulación, siempre más afines al arte creador y emotivo que al conocimiento objetivo del mundo exterior. Ese hilo filosófico, en mi concepto de impacto negativo, lo podemos seguir a lo largo de los siglos XIX y XX, hasta el posmodernismo reciente.

Con su exhaustiva investigación en la abundante correspondencia de los personajes, entre otros archivos, Andrea Wulf logra una narración minuciosa del diario vivir de los protagonistas y nos convierte en voyeuristas de sus vidas íntimas. De repente, los encumbrados pensadores y escritores, se perciben a través de la narración en toda su trágica y vulnerable humanidad, con los defectos, sufrimientos y vicisitudes de cualquier ser humano. Por ejemplo, Goethe, el poeta y genio de extraordinaria aureola histórica, se nos aparece como un cortesano un tanto pusilánime.

Un episodio cumbre es la batalla de Jena, cuando Napoleón derrota al ejército prusiano y conquista vastos territorios alemanes para montar lo que llamó la “Confederación del Rin”. Para ese momento, octubre de 1806, ya el Círculo de Jena está en decadente desbandada, pero Hegel está en finalizando su obra cumbre, la Fenomenología del espíritu. El suceso recuerda a Gabriel García Márquez en México, sin plata ni para mandar el manuscrito completo, enviando la mitad de la versión última de Cien años de soledad al editor en Argentina, con la esperanza, no sólo del éxito literario, sino sobre todo de la redención económica. Asimismo se arriesgó Hegel, sin dinero, enviando la última parte del trabajo de años -copia única- a través de las líneas enemigas y en medio del fragor de la guerra. ¿Qué hubiera sucedido si esos correos, el de Hegel y el de Gabo, se hubieran perdido?

Por cierto, bajo esas circunstancias de las guerras napoleónicas, el relato vislumbra el impacto del emperador francés sobre las ideas hegelianas, las cuales se alejaban notoriamente de las ideas del Círculo de Jena y acabarían por opacar los sistemas de Fichte y de Schelling.

A pesar de la importancia algo exagerada que le atribuye Andrea Wulf al variopinto grupo de Jena, no dudo en recomendar la lectura de su obra. No me entusiasmó tanto como El sueño del Círculo de Viena, el excelente libro del profesor Karl Sigmund que en inglés lleva un título genial: Exact thinking in demented times. Pero reconozco que mi concepto es sesgado, pues mis ideas son mucho más cercanas al Círculo de Viena que al de Jena. Al fin y al cabo, en la Viena de hace casi un siglo se pensaba con lucidez y lógica en una concepción científica del mundo.

@jsenior2020

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