Por EDUARDO BOTERO
En respuesta a la columna del director de El Unicornio titulada El misterioso secuestro de la hija de Rodolfo, escribe un reconocido psicoanalista antioqueño.
Entiendo su columna de hoy en El Espectador sobre la reacción de Rodolfo Hernández por el secuestro de su hija, como expresión de la sorpresa que le produce el hecho de que 17 años después este siga invocando el duelo familiar, cuando, según testimonios anteriores, explicaba haberse negado a pagar rescate (ya no a las FARC -versión de antes- sino al ELN -versión de ahora) porque no quería terminar arruinado.
Una definición precisa y más reciente del duelo indica que es lo que somos después de una pérdida y, dentro de lo que somos, lo que hacemos, pensamos y sentimos. Así que la negativa a pagar un rescate por el secuestro, es una acción del ser frente al duelo por una hija secuestrada.
Tras la máscara de Supermán de este candidato, se revela la subjetividad propia de quien no ha podido superar ese primer duelo. Imagínese usted: prometer salvar a todo un país después de no haber podido salvar a una hija, contando con recursos económicos para intentarlo… “Recurrimos a una exaltación allí donde tenemos una debilidad”, escribió Nietzsche en uno de los aforismos de su AURORA.
Valido de la racionalización de que, si pagaba, los agresores continuarían secuestrando al resto del linaje hasta conducirlo a la ruina, termina por develar que la solución que encontró al duelo por el secuestro de ella fue un trueque: al elegir proteger su patrimonio, decidió asumir las consecuencias de no pagar. Es una racionalización, puesto que si hubiera pagado lo que sucediera después no dependía de sus secuestradores. A su vez, la negativa a pagar era consecuencia de la interpretación que hacía del secuestro de su hija: continuidad de una afectación producida por haber pagado el rescate de su padre, también secuestrado.
Rodolfo Hernández hace parte de la gran cantidad de padres de hijos asesinados en el contexto de la violencia propia del conflicto armado en Colombia. Su duelo por la muerte de una hija tiene las características de un duelo de imposible trámite, más si guarda el recuerdo de la posibilidad de haberla salvado si hubiera pagado el rescate. Esa es la tragedia con el secuestro, precisamente, y es lo que lo eleva a la categoría de crimen de lesa humanidad. Complementario con la proliferación de los eufemísticamente llamados “falsos positivos” (asesinatos a mansalva de seres inocentes), y con el hecho de que el mayor porcentaje de asesinados en Colombia está conformado por población joven, muestra la “superpoblación” de padres de hijos asesinados, instalados en una condición que carece de nominación precisa (a diferencia de las nominaciones de huérfano, de viudo, huérfana, viuda…). Duelo inefable, es llamado, muchas veces propiciado por quienes racionalizan su acto violento y lo justifican invocando haber quedad huérfanos de padre.
Insisto: ¿qué tanto de la postulación como aquel que todo lo puede, es la exaltación de un padre que se niega a admitir la aflicción por la muerte de una hija y la reemplaza por la disforia?
Hasta aquí mi respuesta. Pero valido del contenido de esta, creo que nuestro querido escritor William Ospina se olvidó de las enseñanzas psicoanalíticas del maestro Estanislao Zuleta, para escribir la columna con la que el domingo pasado que idealizó las virtudes del candidato bumangués.
* Psicoanalista en ejercicio. Coeditor de la Revista www.pensamientoypsicoanalisis.com. Profesor universitario de los posgrados en las Universidades del Valle, Libre y San Buenaventura de Cali.