Por GERMÁN AYALA OSORIO
El debate entre los precandidatos presidenciales organizado por Semana y El Tiempo terminó en un enfrentamiento entre ególatras y supuestos guardianes de una moral que se erosiona con el menor señalamiento. En parte lo sucedido es responsabilidad de los protagonistas y, por supuesto, del formato elegido. También, por los periodistas que condujeron el debate. Estos últimos parecían contentos al momento de dar la palabra a quienes sentían la necesidad de replicar los señalamientos de sus adversarios. Los dos periodistas conductores buscaban justamente eso: un enfrentamiento personal, para agradar a la “galería”. Quizás haya que apostarle a una metodología distinta, por ejemplo una en la que cada candidato en 5 minutos presente sus ideas económicas para un buen desarrollo del país. Las críticas a estas no las harían los presentadores, sino un panel de académicos que, sin notables sesgos ideológicos y no plegados a la ortodoxia económica, las examinen con criterios técnicos, de justicia social y soberanía estatal.
Ante la pregunta de si habría una reforma tributaria en su gobierno, la mayoría de los candidatos le apostaron a confirmar que efectivamente la habría, y que serían los más ricos los que más aportarían al fisco, se acabarían las exenciones y se gravaría a los capitales puestos en “paraísos fiscales”, que son la más clara expresión de la doble moral y rasero con la que actúan todos los seres humanos imbuidos en el capitalismo, el sistema económico[1] que envilece la vida. Y por supuesto, nuestra clase política y empresarial no podía ser diferente.
Quiero ver a esos mismos candidatos cuando a sus campañas lleguen los emisarios de los tradicionales mecenas que patrocinan campañas en Colombia, sostener esa propuesta de ajuste tributario. Muy seguramente se quedará en simples propuestas, para aquellos que acepten los millonarios aportes, por ejemplo, del banquero Sarmiento Angulo. En cuanto a aquellos que en lugar de contestar la pregunta dijeron que la “mejor reforma tributaria es sacar a los ladrones del gobierno” o combatir la corrupción, claramente buscan agradar a sus potenciales patrocinadores.
Por más vociferantes que quieran presentarse ante la opinión pública, al final todos saben que detrás hay un régimen de poder al que de muchas maneras deberán rendir pleitesía y guardar distancia, por lo peligroso e inconveniente que sería ir en contravía de ese aparato de poder que se alimenta, justamente, de la inmoralidad o mejor, de la doble moral, con la que los colombianos lidiamos y actuamos en escenarios públicos y privados. Todos saben que los partidos políticos y el Congreso fungen como lubricantes de ese aparato de poder que no solo es eterno, sino que se ajusta al talante moral y a la ética de la clase dirigente y empresarial de Colombia. El comportamiento en ese mismo sentido de las grandes mayorías, es consecuencia del ethos mafioso que los miembros de esa élite, naturalizaron en este país.
La recriminación que Ingrid Betancourt le hizo a Alejandro Gaviria por haber aceptado el apoyo de Germán Varón Cotrino y de Cambio Radical, uno de los partidos con mayores señalamientos por actos de corrupción de sus políticos, expresa el desespero de quien sabe muy bien que en Colombia lo que hay es un “sistema de corrupción” muy bien montado. En ese mismo sentido hay que entender la crítica que la misma Betancourt le hizo a Petro por aceptar alianzas con políticos con una reputación cuestionada. De igual manera, el cuestionamiento que el exministro de Salud de Santos y ex rector de los Andes le hizo a Camilo Romero, por haber entregado los hospitales públicos de Nariño a la politiquería. La pregunta del millón es: ¿se puede gobernar en Colombia sin mafias? La respuesta parece ser un NO rotundo. Y se explica esa circunstancia porque todos buscan asegurar el futuro de sus familias y dar rienda suelta a su afán por ganarse un lugar en la historia política de Colombia. La finitud es, quizás, la circunstancia que mejor explique el egoísmo y la perversidad de la condición humana, cuando en esta confluyen la inmoralidad, la ética acomodaticia y la defensa a ultranza del capitalismo salvaje.
Sobre el nuevo contrato social que propone Petro, hay que decir que suena a “borrón y cuenta nueva”, lo cual podría convertirse en la mejor palanca para sacudirnos de la tramposa inercia administrativa del régimen de poder. Si de verdad el candidato de la Colombia Humana cree que es posible cambiar las lógicas y las dinámicas del poder en Colombia, debería sentarse a conversar con Sarmiento Angulo, los Gilinski y los Santodomingo, para ver si ceden en algo en sus mezquindades y comprenden que llevamos 200 años no tratando de consolidar un Estado al servicio de todos, sino un régimen mafioso y criminal al servicio de unos pocos.
Adenda: Sigue el precandidato Alex Char con su estrategia de no asistir a debates. Cada quien es dueño de sus miedos. Va quedando claro que a este hijo del clan Char de Barranquilla le aterroriza hablar, quizás debido a que tiene poco que decir y mucho qué explicar a los organismos de control.
@germanayalaosor