Los animales deprimidos y la música

Por PUNO ARDILA

A propósito de mi columna anterior, sobre la contaminación incesante del hombre y su miope cultura, le pregunté al ilustre profesor Gregorio Montebell qué opinaba sobre ese video cuya explicación dice que «el zoológico de Colonia en Alemania, donde los animales entraron en depresión porque no se permitían visitas debido al Covid, contrató a un pianista para que les tocara a los animales…». Y llama la atención sobre la reacción de los animales, y sobre el pianista, que compuso exclusivamente para ellos, y que viaja de zoológico en zoológico.

—¿Qué opino de qué?: ¿de la música?; ¿del pianista?; ¿de la música y los animales?; ¿de los animales en cautiverio?

—Bueno, de lo más relevante para usted —le precisé.

—En realidad, todo es importante —respondió el profesor—. Pero le diré que un zoológico retrata al “hombre civilizado”, que carga para la ciudad con animales cuyo hábitat destruye, y los somete a prisión perpetua por el único delito de ser bellos.

El hombre, pudiendo convivir con la naturaleza, busca regodearse con la destrucción y la infamia, y es capaz de encerrar animales, y exhibirlos, vivos y muertos, y obligarlos a jugar, a cantar y a ser mostrados de feria en feria. Y ellos, los animales, terminan sometidos, humillados, y se resignan a su suerte, y se acostumbran al alimento de la mano humana, por lo que pierden no solo su libertad, sino su independencia natural.

Acerca de la música y los animales, tenga usted en cuenta que la naturaleza —sean vegetales o animales— reacciona a los estímulos sonoros. Los cantos de las aves, por ejemplo, sirven como lenguaje estimulante para el apareamiento y la sobrevivencia, entre otras respuestas de las especies; de modo que las aves y cualquier animal cuyo modo de comunicación sea por medio de los sonidos no reaccionan de la misma manera con un tipo específico de música; eso depende de la especie; así puede observarse en el video. Aunque se ha experimentado con buenos resultados en animales domésticos, como las vacas, los cerdos, las codornices, las reacciones con animales salvajes, y salvajes sometidos, pueden variar.

Esos experimentos parten de la estimulación vital que puede hacerse cuando se mete a un ave debajo de un recipiente y se golpea rítmicamente. Ocurre lo mismo con cualquiera de los seres vivos, incluido el hombre, y es este un factor de estimulación para infinidad de comportamientos. Por ejemplo, trate usted de caminar a otro ritmo cuando suena cerca una banda marcial en pleno: el ritmo lo obliga a “marchar” al ritmo (hay personas arrítmicas, por supuesto, pero son justamente la excepción a la regla).

La euforia en las discotecas y en los conciertos no se debe precisamente a la maravilla del artista o de la canción; se debe a la rítmica que transmiten con alto volumen e, incluso, con vibración.

Los seres somos rítmicos, mi querido amigo. Si quiere probarlo de la manera más grata, haga la prueba en un momento de intimidad con el Bolero de Ravel a buen volumen. Como diría una propaganda: «Satisfacción plena garantizada».

Entonces, volviendo al cuento del video, imagínese usted que les pongan a esos pobres animales del zoológico un día entero de Olímpica —una emisora pensada para especies de otro nivel—: es posible que enloquezcan, o que se violenten, como les ocurre a los oyentes permanentes de ese medio. O hasta terminen saliendo a comprar en un día sin IVA. Quién sabe.

@PunoArdila

(Ampliado de Vanguardia)

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