Las revoluciones tecnológicas del siglo XXI

Por JORGE SENIOR

La primera revolución industrial, alrededor del año 1800, fue un terremoto social con epicentro en Inglaterra y punto de partida del imperio británico, el cual predominaría durante más de un siglo, hasta que fue destronado en la segunda guerra mundial. Este evento histórico transformó la manufactura, el transporte, la matriz energética y la composición de clases. No fue una revolución científica, sino técnica. La máquina pasó a ocupar un lugar central en la producción y la mecanización inició el proceso de automatización que ha seguido avanzando hasta el día de hoy.

Alrededor de 1900, la segunda revolución industrial -con los motores eléctrico y de combustión interna- giró alrededor del petróleo y la electricidad, mientras el vapor se volvía casi obsoleto. A diferencia de la primera, en esta revolución tecnológica la ciencia asumió el rol protagónico y el impacto no se limitó a la industria, sino que llegó a los hogares y a las calles, afectando la vida cotidiana más allá de lo laboral. Si la primera revolución generó la clase obrera y la industria, la segunda produjo la clase media, la sociedad de consumo y el sector terciario, o sea los servicios. La química de los nuevos materiales llevó a la era del plástico, hoy tan omnipresente que tenemos microplásticos hasta en la sangre.

A lo largo de estos cambios vemos cuatro ejes: la base energética de la sociedad, la interconexión (comunicación, transporte y energía), la maquinización o automatización que reemplaza la fuerza de trabajo viva y las nuevas moléculas (nuevos materiales). En conjunto, estos ejes aumentan la productividad y sustentan el poderío económico y político-militar de las naciones.

La tercera revolución tecnológica es post-industrial más que industrial. El núcleo del átomo y el espacio exterior abrieron nuevas fronteras en energía y conectividad. Pero en la pasada columna vimos el auge y relativo desinfle de la “era atómica” y la “era espacial”. En contraste, el artículo de Alan Turing en 1936 sobre los números computables fue el pistoletazo de partida de la era digital que introdujo un quinto eje tan importante como los mencionados arriba: la información.

Hasta aquí, los pilares del conocimiento tecnológico eran la física y la química entre las ciencias fácticas y, por supuesto, la matemática y la lógica, ciencias formales que intervienen en las fácticas de manera transversal. Pero en la posguerra, de la mano de la biología molecular, llegaría el sexto eje de transformación social: la revolución biotecnológica. De las ciencias de la vida también provino la visión ecológica que junto a la geología nos terminó brindando una conciencia más profunda del sistema Tierra, prendiendo las alarmas sobre los efectos negativos de la primera y segunda revolución industrial.

Al llegar el siglo XXI, los seis ejes de la tercera revolución industrial lograron nuevos hitos. En 2011, Jeremy Rifkin publicó un libro ya clásico, titulado La tercera revolución industrial (ver en wikipedia su reseña). Es una argumentación mucho más sesuda que las tesis interesadas que Klaus Schwab y el Foro Económico Mundial promueven desde 2016. Ahora en 2023 puedo conversar con uno de esos hitos, la inteligencia artificial de Chat GPT y preguntarle por las revoluciones tecnológicas del siglo XXI.

La respuesta de la IA está llena de lugares comunes, cargada hacia las tecnologías digitales y carente de análisis y problematización. Claro que uno como interlocutor puede exprimir más a la máquina que aprende, pero por lo pronto no reemplaza a los columnistas analíticos que no se limitan a lugares comunes. Chat GPT me habló de lo obvio: la conectividad móvil, las redes sociales, los smartphones, el comercio en línea, la realidad virtual y aumentada y, por supuesto, habló de la IA. Cualquiera diría que en tono narcisista. Para que todo no quedase en lo informático, me habló de las energías renovables sin mencionar para nada la energía nuclear ni los sumideros de carbono. Dejó por fuera tecnologías incipientes pero que ya han marcado hitos, como la computación cuántica y el internet de las cosas (IoT), y otras más consolidadas como la gestión de Big Data, la robótica y los drones. Más grave aún: dejó de lado todo lo BIO: la biología sintética, la genómica, la epigenética y la ingeniería con CRISPR (ver columna cuando vaticinamos el Nobel para el CRISPR).

Una característica clave de los avances tecnológicos del siglo actual es la convergencia y la integración. Dos campos marcan la pauta del progreso: la biología y la informática. Ambas prometen grandes maravillas: terapia génica, medicina de precisión, medicina regenerativa, carne cultivada, ingeniería genética más allá de los transgénicos, transportes sin conductor, logística automatizada, una asombrosa diversificación de la robótica. Ambas ofrecen también grandes amenazas que antes eran de ciencia ficción: la eugenesia, que es la intervención en la naturaleza humana sometida ahora sí al diseño inteligente por el Homo Deus y la obsolescencia del trabajador humano por una inteligencia superior para gestionar procesos y tomar decisiones. Si las oleadas anteriores generaron la clase obrera y la clase media, ahora se vislumbra la mayoritaria clase inútil. La anhelada liberación del trabajo y el ansiado ocio por fin se vislumbran en el horizonte, pero semejante posibilidad parece chocar peligrosamente con la organización social, el capitalismo y su lógica intrínseca.

En lo inmediato la IA trae dos amenazas: uno, el reseteo del mercado laboral, que a diferencia de las oleadas anteriores de automatización esta vez apunta a empleos muy calificados; dos, el emborronamiento de la realidad de segundo orden, esto es, la realidad intersubjetiva, pues con el progreso de la simulación cada vez estaremos menos seguros de qué es real y auténtico y qué no, en las noticias, en el arte, en la interacción humana. Mientras tanto, el problema energético sigue sin resolver y la espada de Damocles del calentamiento global pende sobre nosotros.

Frente a esta encrucijada histórica hay dos soluciones: la política y la tecnológica. El gobierno colombiano pone todas sus apuestas en la primera, pero no todo el mundo está de acuerdo. Tal vez, como en los últimos dos siglos, las revoluciones tecnológicas del siglo XXI sean las determinantes del destino de la civilización. Y serán los historiadores del siglo XXII los que dirán si hubo o no una cuarta revolución “industrial”.

@jsenior2020

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