Por JORGE SENIOR
El gobierno del exfuncionario del BID, Iván Duque Márquez, no se ha caracterizado por hacer buenos nombramientos. Por ejemplo, no ha sido de buen recibo reciclar al señor de los bonos de agua en Minhacienda, ascender a militares involucrados en falsos positivos, poner como Minvivienda a alguien acusado de plagio. Y así podríamos seguir por embajadas y consulados ‘enmermelados’, centros de memoria, institutos y viceministerios con liderazgos defectuosos. Sin embargo, en diciembre el presidente Duque sorprendió con un nombramiento inusitado, muy diferente a los anteriores… aparentemente.
Resulta que desde finales de los años 90 sectores del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación impulsamos la idea de convertir a Colciencias en Ministerio para darle visibilidad e importancia al factor más determinante de la evolución de las sociedades humanas: el conocimiento científico. En la campaña presidencial de 2018, por ejemplo, esta propuesta fue sustentada por Humberto De la Calle. Finalmente, al hacerse realidad en el Congreso de la República en 2019, fue Duque el encargado de inaugurar este nuevo ministerio, que en los países del primer mundo suele ser de extraordinaria relevancia, pero que en Colombia ha sido tradicionalmente un asunto secundario.
Pues bien, Duque se anotó un hit al nombrar a Mabel Torres, bióloga de Univalle, investigadora con doctorado en ciencias biológicas, dotada de sensibilidad frente a la problemática ambiental y proveniente de uno de los departamentos más marginados del país, el Chocó. Mujer, afro, ambientalista, con doctorado y de la periferia, mejor dicho, todo un perfil alternativo que parecía más propio de un gobierno progresista que del actual gobierno de extrema derecha. Recientemente el gobierno la había incluido en la llamada “Misión de Sabios”, una comisión que imitaba la que se hizo en el gobierno de Ernesto Samper Pizano, y cuyos frutos reales aún están por verse (ya por lo menos salió el documento final).
Para el mundo de la investigación, o de la “I+D+i”, como se acostumbra a decir en la jerga académica, el nombramiento de un investigador resultaba estimulante y fue recibido con beneplácito. Muy pronto nos encontramos con pronunciamientos de la ministra, que ni siquiera se había posesionado, contra el fracking y el glifosato, arrancando aplausos de los sectores conscientes de la sociedad colombiana, comprometidos con el medio ambiente y la sostenibilidad, al mismo tiempo que levantaba críticas ardidas de ilustres miembros del partido “Centro Democrático” (Ver noticia). Así que muchos nos ilusionamos con la perspectiva de una valiosa gestión en el nuevo y flamante ministerio que reemplazó a Colciencias.
Pero un artículo del periodista científico Pablo Correa publicado el 11 de enero en El Espectador nos cayó como la gota fría. Correa, periodista serio y autor de un excelente libro biográfico sobre Rodolfo Llinás, mostró cómo la docente investigadora Torres se había “volado las escuadras” en su proceso de investigación de varios años sobre el hongo Ganoderma que, según algunas tradiciones asiáticas, tiene propiedades casi milagrosas para una gran cantidad de afecciones. (Ver artículo) Una entrevista en el mismo medio acabó de hundir más a la ahora ministra, pues se enredó en sus respuestas y no fue capaz de justificar su proceder contrario a las buenas prácticas científicas que exigen rigor metodológico y ético, especialmente en ciencias de la salud. Las buenas intenciones no constituyen justificación de un mal proceder. Ni la invocación de la etiqueta “saberes ancestrales” otorga privilegios o exime de cumplir las normas y las exigencias que precisamente existen para garantizar las buenas prácticas, la calidad del conocimiento y salvaguardar la salud de los pacientes.
Algo que de por sí hubiese sido un problema corregible de mala ciencia en la academia, se convierte en un asunto sumamente grave si la persona involucrada es nada menos que la máxima autoridad del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación. Como investigadora su error podría ser quizás enmendable si se retoma la línea de investigación con el rigor debido, se hacen las pruebas experimentales y ensayos clínicos necesarios, se somete todo el proceso a la evaluación ética correspondiente y se llega a un resultado fundamentado que luego podría pasar a la fase de emprendimiento y comercialización. Pero como ministra actual el asunto es irremediable, pues es a todas luces hay una incompatibilidad profunda entre el rol de líder ejemplar propio de la dignidad del cargo y la gravedad de su mala práctica científica en el caso mencionado. Creo que no le queda otro camino que renunciar… si tiene integridad.
Ya la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame) se pronunció indicando que “no puede menos que lamentar que el derrotero de cómo hacer ciencia en nuestro país haya quedado en manos de la pseudociencia, entendida como aquella creencia o práctica que es presentada como científica y fáctica pero es incompatible con el método científico”. (Ver pronunciamiento).
Así que, una vez más, la administración Duque se “descachó” al hacer un nombramiento ministerial. Pero detrás del sesgo sistemático que caracteriza al gobierno del “Centro Democrático”, en el caso de Mabel Torres se trasluce un problema filosófico de fondo que anida en la educación colombiana y de otros países latinoamericanos en todos los niveles, de primaria a doctorado, y es la nula formación en cosmovisión científica y pensamiento crítico. De hecho, el asunto que motivó esta columna se asemeja mucho a lo que está pasando en México bajo un gobierno de izquierda y la nueva orientación del Conacyt, un caso que refleja como durante las últimas décadas sectores de las izquierdas dejaron de ser ilustrados para convertirse en oscurantistas.
Pero esto será tema para otra ocasión.