La “gente de bien” en la encrucijada

Por JORGE SENIOR

No sé cuando se empezó a usar la expresión “gente de bien”, pero la he escuchado toda mi vida.  Casi siempre sale de alguna boca “bien” que así expresa su pertenencia a un rango social superior, gente fina de la élite, miembros de exclusivos clubes sociales.  Pero no es extraño que también la utilice gente del pueblo-pueblo que se reconoce como de rango inferior, en cuyo caso tal persona dejó de ser un ciudadano y se convirtió en un súbdito, pues ha interiorizado su subordinación.  O quizás no “se convirtió”, sino que siempre ha vivido de rodillas, como un niño que aprendió a caminar sin que su mente se hubiese puesto de pie.  Nada raro en un país donde escasea la ciudadanía.

En algunas regiones el “vulgo”, como se decía en la Edad Media, sigue usando expresiones de la época colonial como “su mercé” y, aunque el “don” o “doña” ya casi ha desaparecido de este país, fue reemplazado por “patrón” o “patrona”, términos burgueses muy bien adaptados al “lenguaje inclusivo”.  Relaciones verticales que revelan una cancha inclinada.

¿Y la clase media?  Entre los de arriba y los de abajo, en los pisos intermedios del Edificio Colombia, está la gran clase ambigua, gente del común colgando de un hilo oscilante, pero con nebulosas aspiraciones de ascenso, de blanqueo y de ingreso al exclusivo club de la “gente de bien”.

La “gente de bien” uribista enfrenta ahora una disyuntiva: seguir casada con Uribe o divorciarse definitivamente. 

La vil expresión de marras es asquerosamente clasista, lo que en Colombia también conlleva una connotación racista.  No es más que una versión aparentemente moderna de la antigua división entre aristocracia y plebe, un rezago del feudalismo que en Colombia ha imperado en el mundo rural en forma de latifundio, gamonalismo y señores de la guerra. Pero, ¿la modernidad no es precisamente la negación de esas divisiones de la sociedad en castas segregadas?

En realidad sí hay algo moderno en el concepto, pues “gente de bien” en verdad significa “gente de bienes”, esto es, gente con altos ingresos, propiedades y estatus adquirido con dinero.  Por eso en la época de la bonanza marimbera, la ventanilla siniestra y la evolución posterior de la mafia cocainera, surgió en Colombia la expresión “Clase Emergente”, que irrumpió a sangre y fuego en el ámbito político en los años 80, configurando el narcoestado en que vivimos actualmente.  ¿Recuerdan al jefe de la Aerocivil?

Así que toca reconocer que en Colombia sí hay cierto nivel de movilidad social por vías no muy legales.  Las élites regionales y nacionales no siempre son aristocráticos descendientes de la pseudonobleza colonial, a pesar su aparente blancura que las distingue de los “indios zarrapastrosos” y de los “negros ordinarios”. 

Colombia ha sido también tierra acogedora para diversas oleadas de advenedizos inmigrantes con poca melanina.  A veces hubo cierta resistencia, incluso en Barranquilla, ciudad cosmopolita que se precia de ser “sitio de libres” desde su origen.  Así, por ejemplo, cuando los “turcos” (sirios, libaneses y palestinos) no fueron aceptados en el Country Club, entonces crearon el Club Campestre.  Poco a poco se impuso la lógica de los negocios y como en tiempos medievales los matrimonios se encargaron de entretejer los lazos familiares de las élites locales reconfiguradas.  El dinero lima todas las asperezas.  Tampoco faltaron las vías políticas: los “turcos” se encargaron de colonizar el partido liberal y hablar el lenguaje del poder sin acento. 

En Cali hay otra historia, precisamente sobre la clase emergente.  Cuando el mafioso Chepe Santacruz no fue admitido en el elitista Club Colombia, mandó a construir una réplica exacta de dicha sede social.  El capo no sobrevivió para disfrutarla más.  No sólo en Cali sino en todas partes el dinero rompe las barreras a la entrada y pavimenta los nuevos lazos de sangre de lo que podríamos llamar una narco-oligarquía.  En sus anillos concéntricos, pero con epicentro en Medellín, surgió el tronco principal del uribismo.   

Esas son viejas historias del siglo XX.  En el presente la globalización ha internacionalizado las élites latinoamericanas en niveles nunca vistos, entrando algunos en la élite mundial de los superricos, el 1% que domina la economía global.  Desde esa estratosfera, Colombia se ve como un villorrio periférico, cancha idónea para el juego extractivista.  No se extrañen, pues, si a un Santodomingo se le ocurre financiar al candidato de oposición.  Ellos no son Uribe, premoderno, pendenciero y parroquial, esos están a otro nivel. Su veneno es bien diferente, mucho más sutil y perfumado.

Bajo la presidencia de Santos, miembro de la élite tradicional bogotana, Colombia fue admitida en el Club de la OCDE como vagón de cola.  Pero así como el DANE desenmascaró el espejismo del modelo urbano charista en una Barranquilla hambrienta e informalizada, el Paro Nacional ha mostrado el verdadero rostro de una nación segregada, donde la aporofobia y el racismo son dos caras de la misma moneda.  Ocho años de Santos no cambiaron el modelo, lo reforzaron.  Sólo Bogotá Humana navegó en otra dirección, mostrando lo que podría ser un modelo alternativo.    

Acemoglu y Robinson, en su libro ¿Por qué fracasan los países?, calificaron a Colombia como Estado cuasi-fracasado, fundamentalmente por dos razones: instituciones extractivas, no inclusivas, y un estado de derecho que impera a medias.  El uribismo tiende a profundizar los dos problemas.  El barco está haciendo agua y amenaza con hundirse con todas las élites no internacionalizadas a bordo.  Para colmo Uribe carece de candidato creíble.  La “gente de bien” uribista enfrenta ahora una disyuntiva: seguir casada con Uribe o divorciarse definitivamente. 

Para mí que les conviene sacar al uribismo de la cabina de mando.  Probablemente algunos lo intentarán con Sergio Fajardo o sonsacando a Alejandro Gaviria.  Sin embargo, Vargas Lleras aprovecharía el vacío de opción autoritaria y el uribismo supérstite terminaría apoyándolo, como la cucaracha que la barren por la puerta y se vuelve a meter por la ventana.

@jsenior2020

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