“Yo solo cumplo órdenes”

Por FREDDY SÁNCHEZ CABALLERO

Ha hecho carrera que las Fuerzas Armadas no pueden ser deliberantes, y bajo esa premisa -que recorre ciegamente una cadena de mando que va desde el presidente hasta el soldado raso- se cometen las más atroces infamias en este país. Deliberar significa reflexionar antes de tomar una decisión. Examinar detenidamente las ventajas e inconveniencias de un hecho o asunto. No-deliberante quiere decir que no consideremos el pro y el contra de una decisión. Desconozco si la expresión se encuentra aún en la constitución del 91, posiblemente sí, pero según Wikipedia, aparece por primera vez en la vieja constitución francesa de 1789: “La fuerza pública es esencialmente obediente, ningún cuerpo armado puede deliberar”. Sin embargo, no la encontramos después en los Derechos del Hombre. En nuestro país reaparece en la constitución de 1828, y desde entonces se sigue usando.  En esencia todo ser humano está capacitado para deliberar, incluso los militares; “pienso, luego existo”, decía Descartes, quien instauró la duda como procedimiento metodológico aceptable para acercarnos a la verdad. Pero la formación militar criolla ha eliminado la duda de su lenguaje castrense, creando zombis, máquinas irracionales de fuerza y destrucción. En el caso que nos ocupa, pensar se hace más urgente, ya que la toma de nuestras decisiones involucra vidas humanas. La no-deliberación, como se ha dicho, debería estar enfocada al principio de neutralidad política, no a la racionalidad.  

Nuestra historia reciente tiene historias aberrantes al respecto: un general pide “resultados, bajas, litros de sangre”, y sus mandos medios y soldados salen enloquecidos a masacrar muchachos campesinos para hacerlos pasar por subversivos. “Yo solo cumplí órdenes”, dicen todos ellos ante la JEP. Mi hermano mayor contaba una historia de cuando pagó el servicio militar: un soldado que vigilaba una torre, acosado por una fuerte indigestión y no pudiendo abandonar el puesto, se vio precisado a cagar en un rincón. Una vez enterado su superior, lo despojó del arma y lo obligó a comerse su propia mierda. Más recientemente, cuando comenzó este alzamiento popular de la juventud, el “presidente eterno” el mismo que obligó a su hijo a tomar su propio vómito, escribió alentando la posibilidad de usar sus armas ante una multitud mayoritariamente pacífica, de inmediato la fuerza pública comenzó a disparar a discreción, sin miramientos, asesinando docenas de jóvenes indefensos. ¿Cumplían órdenes?

Si de algo nos hemos quejado los últimos años, es de la apatía de los jóvenes en asuntos políticos, de su falta de compromiso, de su no participación activa en la toma de decisiones que buscan la transformación del país. Ahora por fin, cansados del desgobierno, de la falta de oportunidades, del endeudamiento infinito ante el ICETEX; cansados de las promesas incumplidas y, superando los miedos, la amenaza de una pandemia inclemente, el maltrato despiadado del Esmad y las balas, los jóvenes se lanzan a las calles a exigir sus derechos. Sus marchas son todo un compendio de resistencia y esperanza: gritan consignas, bailan, cantan, hacen grafitis en calles y paredes, se expresan de todas las formas posibles. No obstante, del otro lado, las fuerzas oscuras del gobierno han soltado las amarras a los cancerberos del averno, que, amparados en ese anacrónico axioma, que aniquila su capacidad de pensar, limpian sus culpas con la consabida frase, sin importar, que la corte penal ha rechazado por inconstitucional, esa concepción absoluta y ciega de la obediencia castrense. Para acabar de enturbiar las aguas, los medios acusan a los jóvenes de vandalismo, obviando las infinitas evidencias de infiltrados por parte del gobierno, y venden la idea al país, de que todas sus desgracias, el desabastecimiento, la carestía, y su miseria, son causadas por el bloqueo y los paros de los manifestantes.

Ya no es secreto para nadie, al gobierno le conviene mantener este estado de caos. Es donde mejor se siente”. Foto de Daniela Gómez, Cali.

Impedido para usar la susodicha frase, en auto entrevistas promocionales, el presidente de la república lava sus culpas en inglés, y acusa de los crímenes cometidos a la oposición, a un temerario complot internacional, al anterior gobierno y al que vendrá. Ya no es secreto para nadie, al gobierno le conviene mantener este estado de caos. Es donde mejor se siente. Dilata una y otra vez las conversaciones con un comité del paro que no tiene ninguna legitimidad ante los jóvenes. Se niega a dialogar directamente con ellos, no quiere ser cuestionado; pone trabas a la visita de organismos de Derechos Humanos, y provoca reacciones adversas nombrando personas como la nueva canciller y el reciente alto comisionado para la paz, que es un negacionista recalcitrante de los diálogos de la Habana, que, dicho sea de paso, también se niega a cumplir.

Pero la resistencia pacífica de la juventud continúa. A través de las redes sociales se citan en las distintas plazas del país, ignorando el hambre, el fútbol y el inminente peligro de muerte. Desgraciadamente, a través de las redes también, hemos visto convocatorias de grupos reaccionarios que invitan al enfrentamiento, a la acción directa contra los jóvenes, a acallar sus voces, sus consignas, a borrar sus murales y grafitis, al aniquilamiento. Amparados por la complicidad del estado, estos grupos se pasean armados por todo el territorio nacional, intimidando y desapareciendo muchachos, disparando sus armas de fuego, asesinando. Refugiados en la oscuridad o en el anonimato, ocultan las placas de sus vehículos, quitan sus nombres de los uniformes, e impiden las filmaciones; no desean ser reconocidos, no desean ser mirados a los ojos, no quieren perder su estatus de “gente de bien”, sus privilegios.

Recapitulando, si bien el gobierno es el gran culpable de lo que ocurre en el país, todo ser humano debe ser responsable de sus actos, y tanto quien ordena como quien ejecuta debe ser sancionado. La obediencia absoluta no puede ser admitida, cuando lo que se ordena es abiertamente delictivo.

Para los jóvenes el reto debe ser concentrarse en mantener encendida la llama de esa inconformidad colectiva, al menos hasta las próximas elecciones. Hacer un gran pacto social, elegir un congreso responsable y sacar a todos los corruptos del poder. Quizá sea el momento de repensar la pertinencia de las marchas. Tomarnos un tiempo para la sensatez. Esta sociedad no precisa de más héroes, pero tampoco de personas no-deliberantes. De esa masa informe que solo cumple órdenes sin pasarlas por el filtro de la racionalidad y la conciencia. Celebramos el despertar de esta generación, el resurgimiento de una juventud rebelde y reflexiva; no nos hacen falta borregos, necesitamos personas que piensen, que cuestionen, no individuos que obedezcan ciegamente y se coman su propia mierda sin reprochar. (F)

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