Por PUNO ARDILLA
Se despidió del mundo terrenal el maestro Alfonso Guerrero, un artista de muy alto nivel que conformó una de las orquestas de baile más prestigiosas de nuestro país. Primero, Los Satélites y luego Alfonso Guerrero y su orquesta, fundada en 1953. Ingresó a la Rondalla Bumanguesa como músico y posteriormente como director. Con Pacho Galán grabó el violín para el disco Fantasías del trópico. En el Supercombo de Edmundo Villamizar tocó saxos barítono, alto y tenor, clarinete y violinófono (una rara mezcla de violín con formas de trompeta) y grabó en ocho discos de larga duración y tres compactos más de cincuenta composiciones.
Fue el maestro Guerrero un gran explorador de la cultura musical de otros países; muestra de ello, su gran capacidad para interpretar con gran acierto la música clásica, el jazz, la salsa, los boleros y otros géneros musicales. Como artista, llevó a lo largo del territorio nacional la mejor muestra del arte musical propio de nuestra tierra santandereana. Recibió importantes distinciones, entre ellas el Faraón de Oro, otorgado por la Casa de la Cultura Horacio Rodríguez Plata del Socorro, en 1990; reconocimiento como Ciudadano Meritorio de Santander por parte de la Gobernación en 1980; y Orden de la Democracia en el grado de Comendador por el Congreso de la República en 1995.
La muerte del gran músico y compositor Alfonso Guerrero nos deja, además del profundo dolor de su partida, reflexiones del pasado, el presente y el futuro de la música colombiana de todas las regiones, nuestra identidad y nuestra cultura:
Primera. La enorme fuerza que alcanzó la música colombiana a mediados del siglo pasado se fundamentó en cuatro poderes sociales: el comercio, los medios de comunicación, la educación y el Estado. Hoy ninguno de estos poderes tiene relación con nuestra música, ni se percibe en ellos interés alguno. Es más: ni siquiera la entienden; para que haya apego por nuestra música —o cuando menos interés— hay que quererla, apreciarla o —como digo— entenderla; pero la música colombiana se salió de los oídos de la sociedad moderna porque no se tiene capacidad para entenderla.
Segunda. Por un lado, el comercio y los medios de comunicación viven amangualados en busca de dinero, y todo lo que hacen, dicen y promocionan es lo que les mueva la caja registradora; la calidad les importa cinco. Por otro lado, la pésima educación y la corrupción del Gobierno se juntan también cuando se trata de ignorar cualquier cosa, cualquier detalle que se relacione con la definición de una verdadera cultura, de una real identidad cultural del pueblo colombiano.
Tercera. Hablar frente a la mayoría de los colombianos del significado del maestro Alfonso Guerrero, para Santander y para Colombia, y de que su muerte es también la pérdida irreparable para la música colombiana y nuestras costumbres, y de que con él se va uno de los íconos irremplazables de una región y de una tradición es (tristemente) como hablar en chino; o como hablar de historia, geografía, matemáticas o español con cualquier estudiante, o con cualquier bachiller, o con tantos adultos que han vivido durante más de cuarenta años en esta nación atacada por intereses económicos (que mueven todos los demás: políticos, sociales, educativos, comerciales, etcétera, etcétera) y abandonada a su suerte, sumida en la pobreza y la ignorancia.
Ojalá los gobernantes entendieran y valoraran; pero, viendo lo que hay de gobernantes, y lo que parece que viene de ellos mismos, el horizonte es negro.
@PunoArdila
(Adaptado y ampliado de Vanguardia)