Por GERMÁN AYALA OSORIO
A partir del 7 de agosto las Fuerzas Armadas de Colombia tendrán como comandante supremo a Gustavo Francisco Petro Urrego, exmiembro de la guerrilla del M-19. Aunque esta circunstancia no debería constituirse en obstáculo ético o doctrinal para los militares activos, es probable que oficiales y suboficiales en servicio activo se hayan dejado influenciar por sus profesores en la academia, asumiendo como propio el odio que hacia dicho grupo subversivo se profesaba desde los tiempos del robo de las 5.000 armas del Cantón Norte, la sustracción de la espada de Bolívar y por supuesto, la toma y retoma del Palacio de Justicia.
Aquellos que dentro del cerrado mundo castrense insistan en operar bajo la influencia de la doctrina del enemigo interno, tendrán la oportunidad o quizás la obligación de entrar en la discusión de conceptos como posconflicto o posacuerdo, si de verdad quieren avanzar hacia la transformación misional que deberán sufrir las instituciones militares, en particular el Ejército Nacional. Si se logra concretar un proceso de paz con el ELN, la paz completa será una realidad, pese a la insistencia de las acéfalas y anacrónicas disidencias Farc.
La violación sistemática de los derechos humanos por parte de miembros del Ejército, asociada a los falsos positivos y a otras prácticas institucionalizadas, fruto de la política de seguridad democrática y de los caprichos de Uribe Vélez, quedarán proscritas. Así se entiende en el contexto de dijo el presidente electo, respecto a que “militares con récord de violaciones a los DDHH no caben en la nueva cúpula”. Quienes hagan parte de la nueva cadena de mando tendrán entonces la obligación de limpiar sus filas de todo subalterno proclive a violar la Constitución, en particular de aquellos que vienen acostumbrados a hacerlo, siguiendo el ejemplo de generales que gozan de sus soles gracias a que en el pasado ascendieron por cumplir con los objetivos de la intimidante política uribista de la Seguridad Democrática. Quedará pendiente además sacar del ministerio de Defensa a la Policía Nacional, cuerpo armado que debe acercarse a las transformaciones que demanda el posconflicto.
Las relaciones entre el presidente entrante y las Fuerzas Armadas serán definitivas para la ampliación de la democracia y el rescate del proyecto de paz. De muchas maneras, la operación del régimen democrático en Colombia viene pasando por el talante de los miembros de la cúpula militar. Desde los tiempos de Belisario Betancur y del estado de sitio de Julio César Turbay Ayala, los militares fueron una rueda suelta que terminó golpeando garantías democráticas, no solo en términos del respeto a los derechos humanos y lo concerniente a la real sumisión al poder civil, sino en la extensión del conflicto armado interno y el aplazamiento de la paz.
Con Álvaro Uribe las fuerzas militares entraron en una etapa de sometimiento a los caprichos del latifundista. Al final, terminaron no solo asesinando vilmente a 6.402 civiles, sino operando bajo el carácter privado que el hijo de Salgar le dio a su lucha contra las guerrillas. Juan Manuel Santos intentó cambiarles el chip a los altos oficiales que venían de los aciagos años en los que el entonces comandante del Ejército, general Mario Montoya, les pedía a sus oficiales y a las tropas “ríos de sangre”. Santos logró conformar una cúpula más cercana a la paz, lo que les permitió sentarse, frente a frente, en mesas técnicas, con los miembros de las entonces Farc-Ep. Con el regreso de Uribe al poder en la figura mediocre de Iván Duque, regresó el viejo talante autoritario y abusador del estamento militar.
Petro sabe que dentro del Ejército quedan varios “zapateiros”, de acuerdo con lo que expresó el mismo comandante, Zapateiro comandante de las tropas hasta el 20 de Julio. La nueva cúpula tendrá la tarea de ir frenando sus ascensos, si deciden insistir en comportarse de la manera como lo hizo el saliente oficial, famoso por lamentar la muerte del asesino serial, alias Popeye y por su expresión “¡Ajúa!”. Además, por investigaciones en su contra por corrupción. Eso sí, es de esperar que Petro Urrego no caiga en la tentación de apropiarse de dicho grito, como lo hizo el infantil, fatuo y cada vez más deleznable Iván Duque Márquez.
@germanayalaosor
* Foto de portada, tomada de RCN Radio