El páramo en llamas

Por CÉSAR MAURICIO OLAYA

No. Hoy el tema no es la mítica novela de Juan Rulfo, aunque debo decir que cuando comienzo a escribir estas primeras letras, una pesada sensación de desesperanza, de angustia, de incógnitas sobre el porvenir, una inmensa tristeza en mezcla sintética con la rabia que lucha por aflorar desde lo más profundo del corazón y que por momentos podría equipararse con la sensación que deja la lectura de este libro maravilloso, que a mi juicio, deja como conclusión principal de que la irracionalidad del hombre termina por dominar toda querencia de buscar una explicación.

Cenizas y muerte asoman en esta dolorosa imagen de lo que quedó de un sector del páramo de Siscunsí, que hace parte del complejo La Rusia y que comparten Boyacá y Santander.

¿Pero, cuál es la razón de esta sensación sincrética entre el leit motiv imperante en el autor de estas líneas y la novela de Rulfo? No es nada distinto a que en mi trasegar como cronista viajero, estoy en permanente cercanía con la naturaleza, siendo qué por lo general, ella se convierte en motivadora permanente y fuerza motora que impulsa cada obturación de mi cámara o cada letra escrita, por lo general con explosión favorable a lo positivo.

Cenizas y muerte asoman en esta dolorosa imagen de lo que quedó de un sector del páramo de Siscunsí, que hace parte del complejo La Rusia y que comparten Boyacá y Santander.

Tristemente a veces esta ecuación se invierte, habida cuenta que no todos los encuentros nos cargan de positivismo y, aunque afortunadamente el porcentaje es menor en la suma de lo negativo, estos momentos como el que viví mientras caminaba por los territorios que debieran ser un himno a la vida, en el Páramo de Siscunsí, un territorio que hace parte del complejo Guantiva – La Rusia, que abraza y asegura vida en un corredor que integra los municipios de Santander de Onzaga, Encino, Gámbita, Ocamonte y Charalá, con los pueblos del departamento de Boyacá de Tuta, Nobsa, Paipa, Duitama y Belén entre otros.

Para explicarlo con plastilina, el origen de los acontecimientos de este oscuro tránsito por los terrenos de la desesperanza tiene un solo protagonista y una sola razón: el hombre y su desaforada conquista expansiva de nuevos espacios por explotar.

Sin ánimos de posar de ambientalista, pero sí con la certeza de que llevo muchos años recorriendo montañas, valles, selvas y páramos de mi hermoso Santander, lo permanentemente ratificado es que el hombre es definitivamente un lobo para el mismo hombre, como lo expusiera ampliamente en su obra Leviatán, el filósofo inglés Thomas Hobbes.

Por la mirada de mi desesperanza han pasado ciénagas secadas a la fuerza para sembrar palma, miles de árboles talados en territorios que nacieron para dar vida, ríos desviados de su cauce para irrigar cultivos y por supuesto, cientos de hectáreas de páramos defendidos por gigantes frailejones, que en demoniaca metodología, primero queman y luego aran, para finalmente sembrar cebolla, papa y otros cultivos, en un daño que es continuo, si se tiene en cuenta que con el sembrado, viene el uso de agroquímicos, plaguicidas y más fronteras agrícolas abiertas en contravía de la vida que antes era el sinónimo preferente en estas áreas intervenidas.

Colombia es el país de los páramos, teniendo en su territorio el 50% de este valioso ecosistema del que solo disfrutan siete países del mundo y qué sin discusión, conforman la máxima garantía de aseguramiento del agua que requerimos los destructores humanos para poder seguir haciendo parte de este herido planeta tierra.

El páramo que sufrí viendo su destrucción, conserva los icónicos frailejones, algunos con alturas que superan los 2 metros y que en las equiparaciones métricas que hacen los científicos, determina una antigüedad cercana a los 200 años, si se tiene en cuenta que se determina un equivalente de un centímetro de crecimiento por año.

Sumando factores vitales, un estudio realizado en el marco de la maestría en biología por un grupo de científicos de la Universidad Pedagógica de Tunja, encontró que en este páramo 128 especies de musgos, pertenecientes a 72 géneros. Un componente de suprema valía, pues la función de estas plantas briófitas es la absorción y la conservación de agua, conformando el 90% de los llamados ¨colchones de agua¨, uno de los componentes bióticos que hacen que a los páramos se les llame colchones de agua.

Conservar, delimitar y definir las áreas de protección de los páramos, ante la insaciable y arrasadora presencia del hombre, es hoy un imperativo donde no cabe discusión distinta a que se está defendiendo el futuro de la vida de la presente y con mayor razón, de las futuras generaciones. Las autoridades ambientales y los órganos de dirección del gobierno nacional no pueden dar su brazo a torcer, puesto que como lo dirían con precisa palabra de nuestros mayores, permitir que se sigan ampliando las fronteras agrícolas en nuestros páramos, literalmente es pan para hoy, hambre para mañana.

@maurobucaro

Tomado de Corrillos

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