Una vida que hace resplandecer la de otros

Por OLGA GAYÓN/Bruselas

Desconozco su cultura, pero esta imagen me lleva a pensar que la vida de esta mujer, como miles de su entorno, debe de estar marcada por las tareas domésticas en un lugar donde las comodidades y los servicios que en las ciudades y pueblos tomamos como habituales, se desconocen. Ni agua tomada del grifo, ni alcantarillado, ni gas por gasoducto, ni electricidad, ni calefacción, ni frigorífico, ni lavadora, ni microondas, ni televisión, ni internet…

La escuela, supongo, estará a kilómetros de su casa. Su esposo trabajará lejos, en labores del campo, y sus hijos llegarán tras la jornada escolar, a disfrutar de la comida que su madre les prepara con los aliños tradicionales y los trucos de cocción heredados de generaciones anteriores. Ella será la encargada de que críos y esposo puedan estudiar y trabajar con tranquilidad. Todas las labores domésticas, que serán múltiples y muy exigentes, más cuando no se cuenta con los servicios adecuados para realizarlas rápidamente y con menos esfuerzos, serán su responsabilidad.

Imagino que en la madrugada será la primera en levantarse y en la noche la última en acostarse. Todos los días de su vida, desde que se unió para formar una familia, embarazada, recién parida, con niños gateando, corriendo y algunas veces enfermos y, posiblemente, con unos padres mayores que ya no son autónomos a los que deberá cuidar, realizará las labores del hogar que son indispensables para que su gran familia no colapse.

Esta mujer, estoy segura, no descansa ni un solo día de su vida. Aquí se le ve abrazada por sus herramientas y el mueble imprescindible para que los suyos puedan vivir sin sobresaltos. Todo lo que la rodea es gris o negro, incluido el gato que la acompaña y la ropa que la cubre. La vida, la que ella reparte cada día a través de los alimentos, ha sido amasada en la blancura que quizás ha tomado del color de su alma. El fuego, el gran descubrimiento del ser humano para avanzar hasta incluso llegar a la luna, aquí, en este espacio de supervivencia, alumbra su renegrido entorno. Parece que la llama que sale de su horno le iluminara a ella todos los días de su vida; sin fuego no hay hogar, sin calor todo se hiela, incluida la vida.

Pese a la aparente oscuridad de su existencia, esta mujer, en medio de tanto tonalidad lúgubre, resplandece. Yo solo veo a un ser enorme que a través de su mirada enciende la vida de los otros.

Fotografía de Alexander Khimushin, que hace parte de la obra “The World In Faces”.

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