Por PACHO CENTENO
Escribió José Ortega y Gasset que “la vida es una serie de colisiones con el futuro; no es la suma de lo que hemos sido, sino lo que anhelamos ser”. Esta podría ser la frase de hoy, cuando la Comisión de la Verdad hace entrega de su informe final. Nada más valioso que la verdad en este preciso momento en el que la Nación decide tomar un nuevo rumbo hacia su histórico destino.
Qué mal Iván Duque despreciando el informe de la Comisión. Qué bien Gustavo Petro recibiéndolo.
Sabíamos desde el principio que de Duque no debíamos esperar nada sobresaliente y nos lo ha confirmado con creces. No recuerdo a un presidente de estatura tan diminuta; creo que superó a Andrés Pastrana en pequeñez. Tampoco entiendo cómo logró hacerse con el solio de Bolívar, pues de lejos se evidenciaban sus falencias y megalomanía. Se le recordará como el presidente de “la pandemia” y pare de contar. Hace unas semanas inauguró una vía en Santander que ya empezó a caerse a pedazos. Todo lo suyo se cae a pedazos.
Supongo que no asistió a la entrega del informe de la Comisión de la Verdad para no sufrir el merecido abucheo de las víctimas asistentes al teatro Jorge Eliécer Gaitán, ante su manifiesto y reiterado desprecio. Si fue capaz de hacer trizas el acuerdo de paz con la desmovilizada guerrilla de las Farc, seguro que no le faltaran ganas de desvirtuar, en las semanas que le restan de mandato, el informe de la Comisión. No le queda tiempo para hacerlo y lo sabe, por eso decidió mejor viajar a cualquier parte para recibir inmerecidos reconocimientos pagados con nuestro peculio.
Mejor que no hubiera asistido.
Duque me recuerda El traje del emperador, cuento de Hans Christian Andersen, en el que un astuto sastre simula vestir al mandatario con un traje confeccionado de finísimos paños que, a decir suyo, solo podían ser vistos por personas dignas de su presencia. El primero en sorprenderse de su desnudez es el propio emperador, quien decide callar ante lo indecoroso que sería reconocer que ni él mismo es digno de sí mismo. Lo sigue la hipócrita corte que sabe que el mandatario va en “viringas” y aun así no se ahorra adjetivos para calificar lo bien que le sienta el inexistente traje a su gobernante. Y, por supuesto, el avasallado pueblo que cree que adulándolo alcanzará una mínima dignidad o un ínfimo gesto de compasión. Hasta que una niña, desprovista de maldad y revestida de plena inocencia, exclama a los cuatro vientos que el emperador va desnudo.
De la misma forma transita el nefasto Duque por los patios de los palacetes del mundo, donde se estila que un gobernante, incluso de una “republiqueta” bananera y violenta, tiene derecho a despedirse con inocuos honores. Nada ni nadie lo convencerá de lo contrario, ni siquiera un coro de niños y niñas inocentes lo persuadirán de que transita por la alfombra roja desprovisto de todo merecimiento.
Lo único que se le puede agradecer a Duque es haber hecho trizas al “uribismo”, o mejor, haberlo puesto al desnudo ante los ojos del pueblo. Ese será su mayor legado. También la tracalada de memes, chistes, bromas, sátiras, burlas, chascarrillos, chirigotas, chacotas y chilindrinadas que inspiró a quienes se dedican a hacer humor.
@pacho_centeno