Por JORGE SENIOR
“Colombia votó por el cambio”, tituló la prensa internacional. ¿Será verdad o fake news? Es cierto que perdió el continuismo representado en Fico y en todos los partidos tradicionales que lo apoyaban, desde liberales y conservadores hasta el Centro Democrático, pasando por La U y Cambio Radical. Lo que no explican esos medios es cómo en cuestión de horas los votantes de Fico ya estaban matriculándose con el otro candidato, a quien ellos mismos ahora apodan Rodolfico.
Ahora se dice que la segunda vuelta es para escoger “entre dos cambios”. Pero ¿cómo se entiende que el continuismo y sus maquinarias, con sus cinco millones de votos, se haya volcado en bloque hacia uno, y solo uno, de esos “dos cambios” y el voto en blanco ni siquiera aparezca como una opción? La respuesta al aparente misterio es simple: hay enfrentados un cambio real y un cambio fake. Entonces se explica fácilmente por qué todos los fiquistas se volvieron rodolfistas en un santiamén: saben perfectamente que el “cambio” que ofrece Rodolfo no es real sino un show de fantasía, un performance.
Es más, me atrevo a asegurar que hoy por hoy es más fácil que un votante de Hernández no vote por él en segunda vuelta -al conocerlo mejor- a que un votante de Fico no lo haga, excepto aquellos a quienes les compraron el voto. Es que a los votantes de Fico sólo les interesa una cosa: “frenar a Petro”. Por eso en la campaña decían “cualquiera menos Petro”, con lo cual facilitaron que desde la primera vuelta muchos se deslizaran hacia el político de Santander que simula ser antipolítico. En cambio, una parte de los votantes de Hernández lo hicieron simplemente porque, sin conocerlo muy bien, les encantó el discurso del ‘viejo’, como le dicen al candidato de 77 años. Y es posible que a medida que lo van conociendo se arrepientan de ese voto al ver que el señor está imputado con firmes pruebas y ha sido llamado a juicio por un caso grave de corrupción y que a su alrededor, pero con disimulo, se acumula todo el establecimiento con sus clanes politiqueros, quienes se ríen al oir los alardes y amenazas del viejo.
Cuando se habla de “cambio” en el contexto colombiano podemos estar hablando de tres ideas distintas: el fin de la corrupción, el adiós a Uribe o la transición a un nuevo modelo económico. Y exactamente en ese orden se corresponden en los anhelos de los colombianos. Con su propuesta el Pacto Histórico logró integrar los tres cambios, pero debido a ciertos errores, se fue debilitando en el primero. Dio papaya. Hernández, en cambio, sólo habla del primero y el adiós a Uribe lo sugiere por su aparente independencia. Del tercero no quiere saber nada (así que no asusta a las élites y sus aparatos armados y mediáticos). Entonces, con nadadito de perro y disimulados apoyos, Hernández se fue apoderando de la bandera anticorrupción en el imaginario iluso de los colombianos que veían incrédulos los esfuerzos de Fico por representar el cambio en vez del continuismo. Que un imputado por corrupción sea de repente el abanderado de la anticorrupción es algo de república bananera.
Acabar la corrupción por arte de magia es el sueño de una inmensa mayoría de colombianos trabajadores y honestos. Pero la cultura política existente no conecta ese anhelo con el método eficiente: el voto inteligente y libre por concejales, diputados, representantes y senadores. Así que esos mismos colombianos que se quejan de la corrupción eligen a los corruptos en cada certamen electoral (aunque el 13 de marzo de este año mostró un despertar parcial). El ciclo se repite cada cuatro años. En las presidenciales el comportamiento tiende a ser un tanto diferente, probablemente por la mentalidad mesiánica que lleva a la gente a creer que todo se resuelve con un mesías salvador, como en las películas. En realidad la solución es mucho más compleja, pues la corrupción es estructural y está por doquier: en el Estado nacional, por supuesto, pero también en los niveles municipal, departamental y descentralizado, en los órganos de control, en el sistema judicial, en las empresas privadas sin las cuales muchos de los actos de corrupción del sector público serían imposibles. Hernández ni siquiera tiene un diagnóstico del problema, pero esgrime con gran virtud histriónica un discurso demagógico muy vendedor. Alejandro Gaviria lo retrata muy bien: es un charlatán.
Pasar la página de Uribe es el segundo cambio. Con 70% de imagen negativa Uribe ya es historia, pero el uribismo fue una potente revitalización de la Colombia conservadora. En comparación con Duque, quien desde el principio asumió como títere subordinado al “presidente eterno”, el imputado Hernández puede lucir fácilmente como “independiente” del imputado Uribe. Pero entre imputados se entienden. Uno de los asesores de Hernández, Jorge Figueroa, es ficha directa de José Obdulio Gaviria. Ya el uribismo de arriba a abajo está montado en la nueva personificación del populismo de derecha, ahí se sienten a sus anchas. Está en la conciencia de cada elector si quiere estar en el mismo bando de ese podrido sector de la sociedad colombiana que representa el narcotráfico, la corrupción, la violencia, el racismo, el machismo, la debacle cultural y ambiental. El mismo sector que votó No a la paz en 2016 como se puede evidenciar en el mapa electoral de la primera vuelta.
El cambio real y profundo, el que de verdad pone a temblar a los poderosos es el de modelo económico. Ahí está la verdadera posibilidad de acabar el régimen de corrupción y la plutocracia, que es el gobierno para los ricos. Bucaramanga, durante la alcaldía de este Bucaram colombiano, vió aumentar terriblemente la desigualdad y la pobreza como se puede evidenciar con datos en este hilo de Sergio Chaparro, un experto economista. En Bogotá Humana sucedió todo lo contrario. Hernández se hizo rico exprimiendo a los “hombrecitos” como vacas lecheras. Él mismo describe su negocio de tierras como un “atraco”. Y ahora está a punto de hacer el gran negocio de su vida si los colombianos se dejan embaucar.