Del Diálogo Nacional de Bateman al Pacto Histórico

Por JORGE SENIOR

Apenas concluyó la toma de la embajada de la República Dominicana por el M-19 en 1980, el comandante general de esa organización, el samario Jaime Bateman Cayón, apareció por vez primera en público luciendo un afro en una histórica entrevista con el periodista Germán Castro Caycedo.  Su publicación por entregas cuadruplicó la circulación del periódico El Siglo y llevó al poco tiempo a una edición especial en forma de revista, que se vendió como pan caliente.

Desde aquella tribuna Bateman lanzó la propuesta de paz del M-19 que incluiría levantamiento del Estado de sitio, amnistía a los presos políticos y tregua bilateral como marco de un Diálogo Nacional.  Con su estilo caribeño, Bateman definió el diálogo nacional como un “sancocho debajo del palo’e mango”, pero la idea apuntaba a una gran deliberación pública en torno a los problemas estructurales de la nación, cuyo nudo gordiano era el secular conflicto social entre una oligarquía excluyente y un pueblo excluido.  En términos de Jorge Eliécer Gaitán, sería como sentar en la misma mesa al País Nacional y al País Político en la mira de construir una democracia incluyente.

Sin duda la propuesta estaba inspirada en El Contrato Social de Rousseau y en la lectura ‘batemaniana’ de la realidad como un Estado fracasado que aún tenía como asignatura pendiente la revolución liberal.  El diagnóstico de fondo constata la hegemonía conservadora de una élite agraria y clerical que se impone desde la Regeneración y que, luego de estar a punto de perder el poder en los años 30 y 40, logra abortar el conato liberalizante, recupera su predominio de estirpe falangista, mata a Gaitán, desata una violencia feroz contra el pueblo liberal y finalmente coopta a la acobardada élite liberal con el excluyente Frente Nacional en el nuevo contexto de la guerra fría.  El conservatismo ha sabido limpiarse el trasero con el trapo rojo.  He aquí el hilo histórico del fascismo azul que se prolonga hasta hoy, encarnado en el uribismo, bastión de la premodernidad.

Bateman definió el Diálogo Nacional como un “sancocho debajo del palo’e mango”, pero la idea apuntaba a una gran deliberación en torno a los problemas estructurales de la nación.

En aquel momento Bateman concibe al M19 como la democracia en armas que responde al fraude electoral, al militarismo y a la cerrazón del régimen frentenacionalista con la audacia de la acción intrépida para obligar a las élites a negociar la paz, la apertura democrática y la reconfiguración de las instituciones. No para favorecer al M19, sino para activar la participación popular en la conducción de la nación.  Evocando la revolución francesa, diríamos que se trata de la insubordinación del tercer Estado, que no es otro sino el pueblo llano.

El 28 de abril de 1983 muere Jaime Bateman en un accidente de aviación, precisamente cuando gestionaba el diálogo.  Fayad y Ospina hablan con Belisario Betancur en Madrid con los auspicios de la socialdemocracia, se pacta la tregua, pero el gran diálogo no cuaja.  No hay voluntad política.  El ejército sabotea la tregua cercando y atacando al M-19, en lo que pasará a la historia como la batalla de Yarumales, en una novedosa guerra de posiciones, señal de salto cualitativo en la guerra de guerrillas.  Luego atentan contra Antonio Navarro, vocero por entonces del grupo insurgente.  La tregua se rompe durante el tercer paro cívico nacional, la guerra asciende en espiral y desemboca en el intento de juzgar al presidente en el Palacio de Justicia por haber traicionado los acuerdos.  En noviembre de 1985 era inimaginable que apenas cinco años después el M-19 estaría sacando la lista más votada en unas elecciones trascendentales para integrar una Asamblea Nacional Constituyente, en la cual intentaría, en consonancia con el hijo del falangista Laureano Gómez y el liberal Horacio Serpa, cimentar un Estado Social de Derecho en Colombia. 

Eduardo Pizarro Leongómez tuvo mucho que ver en este giro asombroso de los acontecimientos. En 1986 había publicado en la revista Foro un artículo titulado “Un nuevo Pacto Nacional más allá del bipartidismo” que tuvo gran impacto en su hermano, a la sazón comandante del M-19.  El posterior secuestro de Álvaro Gómez produjo un doble milagro: creó las condiciones políticas para la improbable desmovilización del grupo insurgente en medio de una caótica “libanización” de la violencia y dotó al veterano dirigente conservador de la lucidez necesaria para entender la necesidad de un Acuerdo sobre lo Fundamental, frase de su autoría que expresa la idea profética de Bateman.     

La Constituyente de 1991 jugó el papel del diálogo nacional y parió por fin una Constitución garantista, pionera de lo que se denominaría el “nuevo constitucionalismo latinoamericano”, la cual pudo ser el almendrón del Pacto Nacional que vislumbrara Eduardo Pizarro, en la misma línea de Bateman y Gómez.  Pero no logró ese alcance.  ¿Por qué?

Primero, porque surgía en ese momento un nuevo orden mundial y se impuso el consenso de Washington, con su ideología neoliberal antisocial (victoria incubada desde 1980).  De ahí que la nueva constitución bicéfala amalgama la visión socialdemócrata y la neoliberal.  Y segundo porque la Constituyente dejó por fuera a los militares y a la Colombia profunda con sus actores bélicos y su economía subterránea, factores de poder ineludibles.  Los vientos de cambio tampoco tuvieron suficiente ímpetu político para derrotar al clientelismo y se vino la marea de contrarreformas.  Guerra, narcotráfico, corrupción, clientelismo y neoliberalismo limitaron drásticamente los alcances de aquel hito histórico.  Pasar de un capitalismo rentista, extractivista y premoderno a un capitalismo productivo, innovador y moderno sigue siendo una asignatura pendiente, la revolución liberal y social que nunca se hizo por la resistencia de una élite retardataria.

En los años 80 Gustavo Petro era un joven dirigente cívico de Zipaquirá, concejal, preso político, militante raso del M19 en tareas políticas, se formó en la vorágine de los hechos aquí narrados y en el siglo XXI retoma el hilo de la propuesta de paz y democracia incluyente, que Navarro Wolff parece haber olvidado.  Con visión de futuro incorpora nuevos elementos -como el cambio climático y la transición energética- en el marco de una moderna filosofía humanista y progresista.  Y lanza una propuesta política: el Pacto Histórico. No es la etiqueta de una simple coalición electoral sino una propuesta para la nación toda, incluyendo al uribismo.  Pero hoy sólo hay una manera de obligar a las élites a negociar: derrotándolas en las urnas.

@jsenior2020

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