El fascismo azul

Por JORGE SENIOR

La organización política que más muertes y sufrimientos ha causado en la historia de Colombia se pasea oronda por la vida pública nacional como el criminal impune que sabe guardar el secreto de su culpabilidad.  Nunca cumplió con la verdad, la justicia y la reparación, y no sólo no ha brindado garantías de no repetición sino que ha hecho metástasis con su ideología cancerosa, invadiendo múltiples órganos del cuerpo macerado de la patria, para seguir sembrando de cruces los campos deforestados de las cordilleras o las selvas menguantes de la periferia.  Del cadáver mudo de Bolívar se nutrió en su infancia y luego hizo de la violencia política su arma predilecta para imponer su impronta extremista y radical.  Ha combinado todas las formas de lucha, desde el terrorismo sin escrúpulos hasta el adoctrinamiento sectario. 

A estas alturas ya el lector habrá adivinado que estoy hablando del PCC, el Partido Conservador Colombiano, la organización de Caro y Ospina que nació para impedir la revolución libertaria y progresista del medio siglo, hace 171 años.  El proyecto conservador de mano fuerte y sinrazón grande se fraguó en las primeras décadas de la república enfrentado a un confuso liberalismo lleno de contradicciones.  Y podemos decir a estas alturas del siglo XXI que su marcha ha sido triunfal, a sangre y fuego ha hecho de Colombia una nación conservadora, aplastando los brotes de lo nuevo o transformando en bonsái cualquier retoño de reformismo, apertura o progreso social.

Su gesta hegemónica empezó con la Regeneración y el régimen de cristiandad de la Constitución de 1886.  Continuó a mediados del siglo XX con el hispanismo falangista ultracatólico, bajo la égida de Laureano Gómez.  Luego se adaptó a los vientos de la guerra fría, con el Frente Nacional clientelista.  Cooptó al Partido Liberal en un bipartidismo excluyente y aunque su cuerpo partidista fue debilitándose, su ideología se irrigó por las alcantarillas mentales de los súbditos, nutriendo el paramilitarismo y finalmente haciendo eclosión en el uribismo que María Jimena Duzán califica de fascista.  Un fascismo ladino de color azul.     

En el siglo XIX el liberalismo era la avanzada mundial del progreso civilizatorio que prometía una sociedad moderna capitalista, mientras el conservatismo carecía de propuesta distinta a frenar el progreso social, mantener la jerarquización y anclarse en las tradiciones y doctrinas medievales.  En el mundo, el liberalismo ponía las condiciones y el conservatismo resistía. En Colombia, en cambio, la hegemonía conservadora abortó la revolución liberal democrática y limitó al partido liberal a un humillante “pataleo de ahogado”.  Según Malcolm Deas, en el período republicano del Siglo XIX Colombia sufrió ocho guerras nacionales y medio centenar de conflictos locales, una verdadera sangría. 

El balance del conflicto armado realizado por el CNMH en el libro ¡Basta ya!, muestra 588 casos de sevicia y crueldad extrema durante medio siglo. Foto tomada del Centro Nacional de Memoria Histórica

La dialéctica de balas y de ideas entre liberales y conservadores terminó en 1885, con la victoria contundente de los azules.  En La Humareda la Constitución de Rionegro se hizo humo y el proyecto conservador impuso su visión de doble cuño: por un lado el centralismo autoritario y militarista, por otro el pensamiento doctrinario premoderno del régimen de cristiandad.  En el seno de la Constitución de 1886 nace el Ministerio de Guerra y el Ejército Nacional. Al año siguiente se sella el concordato con el Vaticano y en 1888 se crea la Policía Nacional.  El triunfante poder conservador se asienta en cuatro columnas: el monopolio de las armas y el latifundio, la Iglesia Católica y la educación confesional.  Esta victoria se ratificó a fines de 1902 en un barco de EE. UU., que un año después se roba a Panamá.  Al poco tiempo se perdieron vastos territorios amazónicos con Brasil y Perú, prueba palpable de que el flamante Ejército Nacional surgió para imponer el orden interno atacando a sus connacionales y no para defender las fronteras de la patria. 

El liberalismo resurge de las cenizas y durante cuatro períodos intenta magras reformas.  Fracasa.  Con sed de venganza, el Partido Conservador retoma el poder y desata La Violencia, con mayúsculas, un holocausto que se llevó las vidas de 300.000 colombianos. En menos de una década el conservatismo mató más gente que las FARC en medio siglo (guerrilla que surgió de las autodefensas del campesinado liberal).  El estilo azul era el frac en los salones y el corte de franela en los campos.  El hispanismo ultracatólico colombiano se alinea con la dictadura de Franco y así como éste regala su territorio para bases militares gringas, Colombia se regala para enviar al otro lado del mundo más tropas que las que empleó en la guerra contra el Perú en 1932.  Ignominia total.

Como esto es Macondo, el fascismo falangista es barrido a medias por una dictadura militar populista.  Pero el orden oligárquico se recompone con el pacto de Benidorm y estrena un nuevo enemigo interno: el comunismo.  La liebre salta donde menos se espera.  El fenómeno anapista pone en jaque al régimen el 19 de abril de 1970 y Carlos Lleras patea el tablero.

Desde entonces el conservatismo es minoría, pero su ideología medra en la cúpula de las Fuerzas Militares, en los grupos paramilitares que empiezan a proliferar, en los sectores más retardatarios de la Iglesia y en nuevas sectas protestantes importadas de Norteamérica, así como en algunas universidades privadas (ver la columna anterior, caso de la Sergio Arboleda).  Finalmente, a la vuelta del siglo, el odio a las FARC se convierte en el combustible perfecto para incendiar la pradera con el fascismo azul.

El balance del conflicto armado realizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica en el libro ¡Basta ya!, muestra en la página 55 que de 588 eventos de sevicia y crueldad extrema durante medio siglo, 63% corresponde a paramilitares, 9,7% a las fuerza pública, 21,4% a “grupos no identificados” y 0,7% a acciones conjuntas de paramilitares y ejército.  Mientras que el 5,1% corresponde a las guerrillas, principalmente las FARC y el ELN.  No es casualidad que el uribismo se haya apoderado del CNMH para borrar la memoria y pintar la historia… de azul.

@jsenior2020

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