Por HUMBERTO TOBÓN
La decisión ejecutiva del presidente Biden de que la mitad de los carros que se vendan en Estados Unidos en 2030 deben ser eléctricos, cuenta con el pleno respaldo de las grandes empresas automotrices y es un estárter para que otros países empiecen a pensar seriamente en la transición energética.
Estados Unidos se suma, de esta manera, a Europa y China, que han tomado, sin embargo, decisiones mucho más fuertes y prontas en torno a la prohibición de producción, comercialización y circulación de vehículos movidos con motores a gasolina.
En el caso colombiano, está vigente un decreto presidencial que obliga a que en 2035 todo el transporte público y los vehículos al servicio de las entidades estatales, cuenten con motores que funcionen con energías limpias. Aunque es plausible esta medida de transición energética, es insuficiente. Deberíamos tener un cronograma sobre el momento en que deben dejar de venderse y de circular carros particulares con motores de combustión interna. En Reino Unido la prohibición de circulación de carros que funcionan con gasolina o diesel empieza en 2040 y en Francia en 2050, en tanto en España y China no se podrán vender estos carros a partir de 2035.
Colombia debe iniciar inmediatamente el tránsito hacia una movilidad no contaminante. Los próximos tres lustros son un tiempo suficiente para comenzar a construir la infraestructura para la instalación de puntos de recarga en todo el país, teniendo en cuenta que la relación es una por cada diez o doce vehículos eléctricos. Sin puntos de cargas, no hay venta de carros.
Además de tener una infraestructura de recargas para los carros que se importen, nuestro país debería pensar en construir sus propios vehículos eléctricos o en ensamblarlos, para abastecer el mercado nacional y latinoamericano. Y, complementariamente, trabajar en la producción de baterías, para lo cual se requiere investigación científica e innovación tecnológica, en lo que pueden participar centros especializados y universidades con el apoyo del capital privado.
Poner en operación un proyecto de las dimensiones que implica cambiar la estructura energética que mueve el transporte, significa poner de cabeza nuestro tradicional esquema productivo, en la medida, claro está, que queramos tener un cierto nivel de independencia tecnológica y nos interese ser parte de un negocio multimillonario que dinamizará la economía mundial.
La transición energética tiene un espíritu altruista al venderse como una estrategia para salvar el Planeta de los desastrosos efectos del cambio climático, que son mucho más graves de lo que se creía, según el informe del Panel Intergubernamental revelado por Naciones Unidas. Pero en la práctica es un elemento vital para darle un impulso a la economía, cambiando las tendencias de consumo de las empresas y los ciudadanos.
Colombia no debería llegar tarde a este desafío político y tecnológico, porque si lo hace, los costos sociales, ambientales y económicos serán bastante onerosos y quedaríamos muy atrasados en los indicadores internacionales de competitividad.
@humbertotobon
*Estos conceptos no comprometen a la RAP Eje Cafetero, de la que soy Subgerente de Planeación Regional