De marchas y contramarchas

Por JAIME DAVID PINILLA*

La historia de la movilización social es casi tan vieja como la humanidad misma. En estos días de marchas y contramarchas, viene bien echar una mirada a esa historia.

Del tiempo antes de Cristo hay registro de movilizaciones en casi todas las civilizaciones conocidas: el antiguo Egipto, Babilonia, Mesopotamia y, por supuesto, la antigua Grecia, cuna de la democracia. Las de los reyes babilónicos contra Jerjes I son un clásico, y hay prueba documental de ello en escritura cuneiforme.

Y ya del nacimiento de Cristo para acá, si aceptamos esa forma de dividir la historia, los ejemplos se multiplican en tanto hay más registros y documentos. Podemos citar la Rebelión de Espartaco (73 d.C.), las de los campesinos en la Edad Media en Alemania y Francia y las de la Revolución Inglesa, que condujeron a la ejecución de Carlos I.  Pero todas estas movilizaciones, aunque tuvieron efecto, parecen lejanas e intrascendentes. Hay otras de mucho mayor recordación y trascendencia, las que quizás sí se nos hacen familiares y nos despiertan empatía. Sin entrar en detalles, entran en este listado la Revolución Francesa (1789), la independencia de la India (1947), el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos (1950-1960), la caída del Muro de Berlín, las protestas de la Plaza Tiananmen, China, y La Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia, todas estas en 1989, la Revolución Naranja en Ucrania (2004) y, cómo no, las movilizaciones conocidas como La Primavera Árabe en 2010.

Todas las mencionadas, a excepción de la Revolución Francesa, son del siglo pasado. Y todas, incluidas las del siglo pasado y las de antes de Cristo, tienen un denominador común: han sido levantamientos populares contra un poder opresor. Hay, sin embargo, otro tipo de marchas, la mayoría de ellas multitudinarias, ya no en protesta contra el poder, sino en respaldo o apoyo a este, y de las cuales la historia también nos da múltiples ejemplos.

Se trata de aquellas en apoyo a Stalin en la Unión Soviética y las de apoyo al partido único en regímenes totalitarios, como en la antigua RDA o en la actual Corea del Norte, pasando por las marchas de apoyo al régimen de Franco en España o las manifestaciones promonárquicas en la Europa del siglo XIX, y que llegan hasta la atestada Plaza de la Revolución en La Habana para escuchar al comandante Fidel no hace tanto, o las aún más recientes movilizaciones en respaldo a Maduro en Venezuela. Todas ellas tienen cierto sinsabor: la falta de autenticidad popular, el hecho de que no exigen ni reclaman nada, solo respaldan lo que ya está establecido.

En nuestro país, el historiador Renán Vega Cantor es célebre por haber recogido la historia de la movilización en Colombia en Gente muy rebelde, una extraordinaria obra en cuatro volúmenes, recientemente complementada con la publicación del profesor Medófilo Medina de Muchedumbres políticas, en la que aborda el asunto desde el siglo XIX hasta el estallido social del 2021. Ambas obras reúnen, por supuesto, un extenso inventario de levantamientos y movilizaciones en contra del poder que no viene al caso replicar aquí, y algunas, por supuesto, que no resultan tan fáciles de clasificar. En opinión del profesor Medina, entran en esta última categoría «la movilización popular que jugó un papel final importante en la caída de la dictadura del general Rojas Pinilla en mayo de 1957; el Paro Cívico Nacional del 14 y 15 de septiembre de 1977 y la movilización que se denominó “Un millón de voces contra las Farc” en 2008»; quizás el autor pondría también en esta categoría la del pasado 21 de abril. 

Me quiero centrar en la del 4 de febrero de 2008. La recuerdo como si hubiese sido la del domingo pasado. Recuerdo cómo, a pesar de haber nacido de una iniciativa popular legítima producto del hastío por el secuestro, terminó siendo cooptada por el gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe y mostrada como un respaldo a la Seguridad Democrática. Hoy en día se sigue leyendo así, pocos reconocen en ella un claro antecedente de la firma del Acuerdo de Paz de 2016 entre Santos y las FARC.

Es difícil pensar que haya un colombiano que no repudie el secuestro, una práctica de guerra execrable aun cuando este no es extorsivo. Sin embargo, muchos, aun compartiendo ese repudio, no salimos a marchar ese día por la misma razón por la que no marcharé este 1 de mayo, aun teniendo una firme convicción en el gobierno del cambio: porque es una marcha estatizada, y la movilización, a mi juicio, no debe perder su vocación, su espíritu de ser un contrapeso al poder establecido, en este caso de izquierda. 

Claro, muchos argumentarán que esta vez es diferente, que ahora se trata de un gobierno que defiende las causas populares y que, por ello, entre la movilización popular y la convocatoria del jefe del Estado a salir a las calles este 1 de mayo no hay contradicción alguna. También podrán esgrimir que el presidente necesita medir fuerzas en la plaza pública frente a las reformas que aún están en la agenda legislativa y las marchas convocadas por la oposición. Pero ello no es cierto porque el Petro candidato quedó atrás, y hay que dar paso al Petro estadista, que no termina de emerger del todo de la crisálida. No es cierto porque la reforma pensional se aprobó en el Senado apenas un día después de la marcha del 21 de abril pasado, con la que supuestamente la oposición ganaba el pulso. La pelea en la plaza pública está ganada —al fin y al cabo, Petro está sentado en el solio de Bolívar—; ahora, él debe escoger mejor sus luchas y no desgastarse en nimiedades, en trampas que lo enredan en trinos innecesarios y discusiones con periodistas de derecha que no merecen siquiera un guiño de su parte. Petro, forjado políticamente en el conflicto, en la contradicción, tiene la suficiente experiencia para ello.  

Voté por Petro y lo volvería hacer sin asomo de duda si las elecciones fueran hoy, pero, repito, nunca he creído en las marchas estatizadas —menos la del Día del Trabajo— ni creo ahora. Por el contrario, considero que le hacen daño a la democracia en general y al progresismo en particular, al que flaco favor haría Petro dilapidando el capital político que lo llevó a la presidencia.

@cuatrolenguas

*Historiador de la Universidad Industrial de Santander (UIS). Corrector de textos para editoriales. Ha colaborado en publicaciones de la FAO y varias ONG. Fue presidente de la Asociación Colombiana de Correctores de Estilo (Correcta), de la que además es miembro fundador. Formó parte del equipo editorial que tuvo a cargo la edición del Informe final de la Comisión de la Verdad.

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