Por OLGA GAYÓN/Bruselas
Se me ve vanidosa por las calles de Bruselas. Por ejemplo, la gente de mi barrio, ahora que me los encuentro haciendo la compra en los supermercados de la Avenue George Henri, cuando me ven pasar no me reconocen. Me miran como a una forastera, una extraña grandiosa, dichosa, sonriente y de paso decidido.
Antes del 19 de junio de 2021, fecha en la que por primera vez llegó la izquierda al poder en Colombia, yo iba por la Place Flagey de copas con amig@s, y toda esa Bruselas alegre que se pasea por allí, veía en mí a una paisana más, refundida entre los múltiples y diversos orígenes que se dejan ver todos los días; ahora no.
El miércoles pasado todos comentaban en voz baja, después de que yo hubiese pasado por enfrente de sus caras: ahí va Olga la colombiana, la que ahora se cree de mejor democracia. Mírala, decía uno, hasta se ha estilizado y llenado de color. No, pero si es que se le ve radiante, comentaba otro. “Claro, es que antes la pobre vivía soñando en democracias cercanas como la belga para que llegaran al otro lado del charco, allá a su Colombia del alma”, recalcó una mujer que se cita todos los miércoles en esta famosa plaza de Ixelles con las colegas de la oficina.
Pues sí, que esta soy yo ahora por todos los lugares allá adonde voy dentro de mi cotidianidad y en mis días de ocio. Luzco orgullosa, optimista, gozosa y, sobre todo, muy pero que muy tranquila. Nada de estrés. Hay que tener mucha paciencia porque los cambios no se verán el primer día de gobierno. Pero que ahora soy la Olga que presume de buen gobierno, la que se ufana de democracia y que camina erguida, con el pecho muy alto y con la cabeza mirando hacia el cielo… Sí, soy esa Olga que pensaba que la Olga de antes jamás iba a ver a esa Olga de ahora, aunque fuese esa que todas las noches soñaba ser pura realidad de democracia.
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