Violencia social, el deporte nacional

Por PUNO ARDILA

De acuerdo con la información oficial, «la tasa de homicidios viene en aumento desde 2016», y, en lo que va de este año, 55 de los 76 asesinatos registrados han sido por intolerancia. La violencia por mano propia es la causa principal de muertes en Santander. Fundamentalmente el problema es intolerancia. ¿Qué nos está pasando?

—Hay muchas razones posibles para que las personas se nieguen a aceptar sus responsabilidades legales y de convivencia —dijo el ilustre profesor Gregorio Montebell—, entre ellas la falta de conciencia ética, entender que tenemos una obligación moral con la sociedad y con el mundo en que vivimos.

—Súmele esa preferencia por la libertad individual sobre el bien común —interrumpió doña Nati— esa actitud tan común de hacer lo que se quiere sin tener en cuenta las consecuencias para los demás; sencillamente, dizque porque «como estoy en mi casa, hago lo que se me antoje».

—Por supuesto —contestó Montebell—. Como digo, hay muchas razones, que pueden estar influenciadas por factores personales, sociales, culturales, o históricos, incluso, que condicionan el pensamiento y el comportamiento de las personas; pero esto no justifica que se falte a la ley y a la convivencia, imprescindibles para garantizar la paz, la seguridad y el bienestar de todos.

Hay dos posturas comunes en el pueblo colombiano—continuó el profesor—, bastante visibles en nuestra región: la resistencia al cambio o a la adaptación, es decir, el rechazo a seguir las normas o leyes que regulan la convivencia humana, por considerarlas injustas, arbitrarias o innecesarias; y también la evasión de la culpa o la sanción, es decir, el intento de evitar asumir las consecuencias de las propias acciones o decisiones culpando a otros o a las circunstancias.

Hace poco, por ejemplo, un agente de policía se gastó una hora explicándole a un tipo que estaba cometiendo una falta por contaminación sonora, y la única respuesta de este era que su intención no era mortificar a toda la cuadra, sino solo a un vecino, porque tenían un problema y estaban bravos.

Díganme ustedes cuál es la reacción del infractor cuando se le dice que la vía es hacia allá y no hacia acá, o incluso cuando el agente le hace el comparendo, y este termina siendo golpeado, no solo por el infractor, sino por todos los que pasen por allí. O los agentes que son insultados por los vecinos cuando detienen a un delincuente.

Traten ustedes de explicarle a un fervoroso prosélito de cualquier religión que las demás religiones también tienen derecho sobre la tierra; por no hablar de los mismos derechos de los ateos, que pueden llegar a ser considerados peor que la peste: un rechazo sustentado nada más que en la ignorancia general.

Cómo explicarles a tantos vecinos que Petro no tiene la culpa (no todavía, cuando menos) de todo lo que ocurra o deje de ocurrir en este país. Cómo hacer que el ciudadano entienda que la vía pública significa que es de todos, y no de él. Y cómo hacerle entender a los políticos que el erario y los bienes públicos no son de ellos, sino de todos.

Se volvió costumbre rechazar cualquier fallo o decisión de la autoridad, con insultos y manotazos, porque el ejemplo de la clase política es que, ante la denuncia, vienen los gritos y los improperios, que tantas veces juegan a su favor. Ahora se apela hasta cuando el hecho es inapelable: desde los estudiantes, por la nota que sea (hasta cuando sacan cinco); o los concursantes que no fueron seleccionados para la final; o cuando el árbitro pita falta después del patadón que todo el mundo vio.

Y, a propósito, el fútbol, que tantas pasiones sanas debiera despertar, se convirtió en motivo de borracheras y en causa de violencia sin fundamento: gane o pierda su equipo, los descerebrados hinchas salen a acabar con lo que encuentren a su paso. Definitivamente, por la actitud de jugadores y fanáticos que los apoyan, los encuentros en la cancha son un ejemplo claro del desacato a las normas, y, dentro y fuera de la cancha, los enfrentamientos en el fútbol terminan de retratar la caótica y alarmante realidad de nuestras sociedades.

@PunoArdila

(Ampliado de Vanguardia)

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