Una copa por mis amigos

De repente, tras una tranquila noche, abres los ojos y te das cuenta de que la fortuna siempre ha estado rondándote; lo presentías, pero todavía no tenías la certeza de que eras una favorecida, un alma consentida y una criatura mimada por los dioses. 

No sé de dónde salen pero sí de dónde brotan. Y se quedan a tu lado, aquí, muy cerquita, para abrazarte, ponerte el hombro, echar una mano, reír a carcajadas o llorar cuando consuelan, pero también cuando están desconsolados. Están todo el tiempo rozándote, entregándote su calor y sus instantes bellos, así, en realidad, se encuentren a miles de kilómetros, incluso con un inmenso océano de por medio.

Son ese lindo bichito que te cuida, que te canta, que te regala asombrosos amaneceres y que siempre está para servirte el vino cuando has apurado tu copa. Algunas veces incluso, se la beben en tu nombre desde esa distancia tan cercana que nos atraviesa.

Ellos (y ellas) son las alas que protegen a los pollitos del agua cuando cae un chaparrón. Generosamente despliegan todo su amor para calentarte sin importarles quedar empapados y terciados por el frío.

Desde que tengo noción de mí, mis amig@s son la estrella que me guía, el sol que me despierta todos los días atravesando mi ventana, y la luna que me ilumina. Sobre todo, cuando la oscuridad ha tomado mi cuerpo y mi alma como su campo de batalla.

OLGA GAYÓN/Bruselas

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