Por OLGA GAYÓN/Bruselas
Hasta hace menos de un siglo los turistas subían mesas, asientos, alfombras, bandejas y vajillas para sentarse a tomar el té en la cima de las pirámides de Egipto. No había ninguna clase de control y cada visitante podía hacer en y sobre las pirámides lo que veía en gana.
Esta fotografía de 1938 deja ver a seis amigos disfrutando de un té veraniego, animados por el viento que sopla con fuerza sobre esas alturas. Supongo que eran personas con un poder adquisitivo muy alto, porque, francamente no los veo escalando las pirámides con todo el equipamiento a cuestas para tomarse cómodamente el té en la cima de una construcción de hace al menos 4.600 años.
Antes de los años 60 del siglo XX los turistas podían escalar con toda tranquilidad por la piedras de las pirámides hasta llegar a la cima. Muchos, en lugar de llegar al final, se tomaban fotografías sobre enormes piedras de cada construcción: una vez reveladas e impresas, las distribuían como souvenir del viaje a todos sus familiares y amigos. Según los protectores del patrimonio egipcio, esta tolerancia que permitía el ascenso a las pirámides a cualquier persona, dañó miles de sus piedras, que quedaron desportilladas debido al continuo tránsito de los escaladores. La prohibición para subir es relativamente reciente. Parece que desde comienzos de los años 70 entró en vigor una ley que impide trepar, tanto a los turistas como a exploradores y arqueólogos.
Esta imagen queda como testimonio de cuán poco valor se les daba a estas construcciones de casi 5.000 años. La pirámide que está frente a los turistas es la de Keops, la más elevada -146,60 metros-, que se constituyó en la obra erigida por el hombre con más altura durante 3.800 años, primer lugar que perdió con la construcción de la catedral de Lincoln en Inglaterra durante el siglo XIV, cuya aguja hace que este edificio alcance los 160 metros.