Por HERMANN SÁENZ PRIETO
Todo estaba fríamente calculado: la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) le iba a quitar a Colombia la sede de la Copa América, no solo por los disturbios causados por el Paro Nacional que ya van a cumplir un mes, sino porque muchos países sentían temor de venir por las situaciones de orden público imposibles de ocultar en el extranjero.
Sin embargo, la negativa debía hacerse de manera diplomática, para que el Gobierno colombiano no se viera como el “malo del paseo”. Así que el plan ideado consistió en que el presidente Duque se reunió con algunos funcionarios de su gobierno (ni siquiera fue necesario invitar al presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Ramón Jessurún) y luego apareció ante la prensa el ministro del Deporte, Ernesto Lucena, para decir que Colombia pedía un aplazamiento de la Copa América.
Cualquier comentarista deportivo sabía que esta solicitud la iba a rechazar la Conmebol. Lucena dijo que la Copa América era mucho más colorida y llena de vida si había público en las tribunas, y que debido al covid-19 era imposible organizar el torneo con ese propósito, por lo cual pidió que si ya se había aplazado un año, podía buscarse un nuevo receso y jugar la Copa en noviembre o diciembre de 2021.
Y dejó la decisión en manos de la Conmebol, pero esta rechazó la propuesta, debido a los compromisos internacionales de los equipos donde milita la gran mayoría de estrellas sudamericanas del fútbol.
Sobra decir que el Gobierno nunca aceptó que el torneo no se haría por los problemas de orden público en Colombia, aunque dos partidos la semana pasada en Barranquilla por Copa Libertadores fueron más que suficientes para mostrarle al mundo que aquí el ambiente estaba caldeado, por no decir “gaseado”.
Durante los partidos Junior vs River Plate y América vs Mineiro, los juegos fueron interrumpidos en varias ocasiones porque los jugadores se sentían mal debido a los gases lacrimógenos que llegaban del exterior, producto de los disturbios y las protestas cercanas al estadio Romelio Martínez de Barranquilla. A esto habría que sumar que esa misma semana los jugadores del Nacional de Uruguay casi no cumplen con el juego que tenían en Pereira, porque se sintieron amenazados para ir al estadio y cumplir su juego con el Nacional de Medellín. Ese partido comenzó una hora después de lo programado.
De todo esto fue testigo el mundo, y si Colombia quería mostrar que podía organizar partidos sin inconvenientes, pese a las movilizaciones, esta fue la gota que rebosó la copa y nos quitó la Copa, valga la redundancia.
Lo que no sabían Duque y su cohorte, era que Venezuela también había pasado propuesta a la Conmebol para organizar la Copa América. ¿Se imaginan que nuestro vecino sí pudiera organizar el torneo y Colombia no, cómo quedarían en Casa de Nariño?
Nicolás Maduro le envió una carta a la Conmebol en la que postula a su país como sede de la Copa América 2021, y en el documento petitorio menciona las ciudades de Caracas, Valencia y Mérida para albergar el torneo.
De inmediato Iván Duque, quien no se había pronunciado sobre el rechazo de la Conmebol a Colombia, le pidió al ente rector del fútbol que recapacitara considerara la propuesta de Colombia.
¡Imaginen nada más si lo que no pudo hacer Colombia -por razones de orden público y no por covid- sí lo pudiera realizar Venezuela, que se supone está peor!
Sea como fuere, la Conmebol sigue estudiando propuestas de Chile, Uruguay y Paraguay, o de la misma Argentina, que haría todo el torneo sin compartir sede. Ahora se une Venezuela, aunque, en honor a la verdad, tal vez tenga la última opción (después de Colombia).
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