Siempre que se piensa en una central nuclear, viene a la mente la catástrofe radioactiva de Chernóbil en la Unión Soviética, o la de Fukushima en Japón, o para no llevarlo a un extremo tan trágico, en el lugar de trabajo de Homero Simpson.
Y es que Colombia está a varias generaciones de compatriotas de tener una planta nuclear. Un craso error para algunos que piensan que el país no puede seguir manteniendo su matriz energética a base de agua.
Ya que la operación eléctrica detrás de las hidroeléctricas es altamente productora de dióxido de carbono. Es decir que no es cien por ciento limpia, y el mundo cada vez necesita emitir menos este compuesto.
Además los expertos aseguran que no es sano depender tanto del agua, ya que es probable que volvamos a tener un racionamiento como el que tuvimos en los años 90 debido a fenómenos como el del Niño.
Los expertos también aseguran que no se le pueden cerrar las puertas a esta opción, solo para evitar accidentes nucleares como los de Japón o la Unión Soviética. Cuando un país decide que va a generar electricidad a partir de energía nuclear, pueden pasar 15 años desde que se toma la decisión hasta que se genera el primer vatio.
Sin embargo, otra cosa piensan los ambientalistas, quienes consideran que la energía nuclear no es tan limpia como se cree debido a que la cadena comercial de esta energía, que incluye la extracción minera de materiales nucleares, la operación en estaciones nucleares, el manejo de desechos nucleares y su reprocesamiento, está llena de potenciales fugas y contaminación.
Mientras se ponen de acuerdo aquellos que piensan que Colombia podría entrar en esa élite de países con centrales nucleares y los ambientalistas que opinan lo contrario, lo cierto es que Colombia solo cuenta con un pequeño reactor nuclear, que desde 1965 se encuentra en el corazón de Bogotá.
Se trata del IAN-R1 adquirido en los años en que el presidente de Estados Unidos Dwight Eisenhower lanzó el plan “Átomos para la paz”, que buscaba impulsar la producción de energía nuclear a bajo costo. En plena Guerra Fría, Washington buscaba apoyar a los países de su línea frente a la amenaza comunista.
Este reactor colombiano, que se convirtió en un regalo de Estados Unidos, no es un reactor común. Es un reactor de tipo estanque diseñado para fines científicos, pedagógicos y análisis de pruebas no destructivas y producción de isótopos. Contrario a lo que publicó el diario El Espacio cuando llegó el aparato al país: “Bomba atómica en medio de Bogotá”.
El aparato llegó en primera instancia al Instituto de Asuntos Nucleares. En 1997, cuando desapareció este organismo, fue transferido a Ingeominas, hoy en día llamado Servicio Geológico Colombiano. Desde entonces permanece allí para geoquímica forense, investigación de hidrocarburos, caracterización de muestras geológicas y análisis de minerales radioactivos.
Para técnicas forenses, por ejemplo, con un solo cabello se pueden obtener muchos datos de un cadáver.
Por ahora, para tranquilidad de todos, es poco probable que con un reactor de este tipo pase algo similar a las tragedias señaladas anteriormente. Así lo explicó hace nueve años el portal alemán DW: “el IAN-R1 está ubicado justamente bajo uno de los corredores aéreos más frecuentados de Colombia. Cuando el reactor fue construido, en 1965, las instalaciones estaban en los límites de la ciudad. Hoy, 46 años más tarde, el crecimiento urbano ha convertido el sector en el pleno centro. Pero Juan Sandoval explica: “En caso del impacto de un avión sobre el reactor, se calcula que la liberación de material radiactivo sólo alcanzaría los 70 metros a la redonda”. Aunque el reactor tiene una potencia de 100 kilovatios, sólo se opera con 30”.