¿Por qué nos odiamos tanto?

Bajo la “amenaza” de una gran marcha desestabilizadora este 21 de abril contra el gobierno de Gustavo Petro, y en medio de una confusa declaratoria presidencial de día cívico dos días antes, es momento para preguntarnos de dónde viene tanto repudio entre izquierda y derecha, en últimas entre colombianos. O ¿de dónde proviene tanto desprecio hacia ese exguerrillero que dejó las armas y que, jugando con las reglas de la democracia, le arrebató el poder a una clase política acostumbrada a poner en la Casa de Nariño a gente de su misma estirpe? ¿Acaso la pregunta lleva implícita la respuesta?

Los niveles de crispación social, ideológica y política agudizados desde el triunfo electoral de Petro han ido llevando la discusión a unos niveles de violencia verbal y física en parte atados a un inocultable clasismo y racismo, y a la vez resultado de una realidad que se ha mantenido oculta: nos odiamos entre colombianos y aborrecemos el país en el que nos tocó vivir.

Miembros de comunidades pobres o empobrecidas por la consolidación del modelo neoliberal, sienten animadversión hacia todo aquel que exhibe posesiones como un vehículo de media o alta gama, una finca así sea pequeña, o el uso de joyas o cualquier otra muestra de poder adquisitivo. Del otro lado, el sentimiento es el mismo: “el pobre es pobre porque quiere” o “usted no sabe quién soy yo”, suelen ser las frases que dejan ver los resquemores de aquellos “privilegiados”, frente a aquellos individuos minimizados por un modelo de sociedad fundado en un burdo y violento clasismo.

Una parte de la clase política y empresarial odia a todo aquel que agite banderas reivindicativas en asuntos laborales, y a quienes denuncian los matutes de congresistas, alcaldes o gobernadores con empresarios, en particular con los contratistas del Estado.

Para esa gentuza la única salida para superar las diferencias entre unos y otros pasa por dejar de denunciar y exigir mejoras laborales, en un mundo capitalista que tiende cada vez más a la precarización laboral, sobre todo en actividades económicas soportadas por el modelo de las maquilas. El regreso al viejo régimen de esclavitud se abre paso en una sociedad tan clasista y racista como la colombiana.

La perspectiva ambientalista también es un factor de división y generador de odios entre grupos de poder y aquellos que, desde una genuina preocupación por el Cambio Climático, exigen controles a las empresas que contaminan el aire y los ríos, o límites a una ganadería extensiva de baja productividad, usada como mecanismo de especulación inmobiliaria en zonas periféricas con ecosistemas frágiles y valiosos como selvas. También, claro está, como avanzada para que los narcos puedan cultivar la coca y construir sus laboratorios para el procesamiento de la pasta de coca, para finalmente entregarle al mercado la cocaína, fortalecido por el propio sistema financiero.

Creo que llegó el momento de reconocer que nos odiamos. Que odiamos los controles a nuestras pulsiones y deseos, salidos de esa perspectiva de vida moderna llamada por Macpherson “individualismo posesivo”. Odiamos las reglas cuando estas se oponen a nuestros deseos de acumular más y más o, simplemente, en un ataque de superioridad moral y de clase cuando aquellas me impiden llegar a tiempo a una cita.

No hemos podido construir una nación en la que nos aceptemos en las diferencias étnico-culturales, que algunos preferirían ocultar o de las que se avergüenzan dentro y fuera del país. Y es así, porque nos encanta la uniformidad, fruto de la hegemonía de una clase que se cree blanca, que a pesar de que desdice de sus procesos de mestizaje, no puede ocultar que en el ADN de sus miembros hay genes de gente negra e indígena.   Hablamos, entonces, de que somos un “país de regiones” con ánimo auto comprensivo y la falsa idea de que nos aceptamos en las diferencias regionales, cuando no es así.

Lo que sí hicimos bien, fue la tarea de consolidar narrativas que dan cuenta de regiones diferenciadas y que terminan naturalizando formas de dominación o discursos desarrollistas insostenibles desde lo ambiental, porque devienen atados a expresiones heroicas como “pueblo berraco que venció los obstáculos de una naturaleza hostil”. Entonces, la Antioquia Federal y el discurso regionalista que reivindica al arriero antioqueño emerge como paradigma para “sacar adelante a Colombia”.

Adenda: Felipe Zuleta Lleras, un opinador privilegiado, llamó “plaga” a la congresista María José Pizarro, hija del asesinado comandante del M-19, Carlos Pizarro León-Gómez.  Las plagas, sean roedores o zancudos, entre otros, suelen eliminarse con dolorosas trampas o mortales venenos. ¿De acuerdo con el apelativo usado por el nieto del expresidente de la República, Alberto Lleras Camargo, la señora Pizarro y toda su familia debe ser exterminada? Resulta apenas lógico el silencio del programa radial y sus directivas frente al claro desprecio, el odio que profesa este opinador por otro ser humano. ¿Será así porque nos odiamos?

@germanayalaosor

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