¿Por qué dolió tanto un “viva” a la Primera Línea?

Por RAÚL RAMÍREZ TOVAR

El pasado 1 de mayo fue un día de fiesta popular: miles de colombianos salieron a las calles por primera vez en la historia de Colombia a apoyar a un gobierno que hoy intenta darle un timonazo a este barco encallado en la corrupción, la guerra, la cocaína, la pobreza y el subdesarrollo.

Nada de esa alegría y de ese apoyo que se vio en las calles destacaron los más importantes medios de comunicación. Lo que sí destacaron de esa multiplicidad de voces dignas fue una frase que pronunció la vicepresidente de Colombia, Francia Márquez: “¡Qué viva la Primera Línea!”.

Se aterraron los “analistas” de la prensa por una frase emanada de una voz potente, curtida en las bregas históricas de las comunidades negras, de una mujer que conoce los martirios que padecieron las ciudades hace dos años cuando escuadrones armados legales e ilegales la emprendieron a plomo contra la gente inerme que se levantó pacíficamente contra el gobierno bárbaro de entonces que, además de hambre, quería ponerle impuestos a la poca comida que veían.

Hace dos años, por estos días, plomo era lo que había: helicópteros militares sobrevolaban a Cali, camionetas blancas salían a disparar en la noche contra los jóvenes manifestantes que, al ver la salvaje agresión contra ellos, se organizaron espontáneamente lo que se llamaría “Primera Línea”.

Por mi labor periodística los conocí. Había de todo, universitarios, trabajadores, desempleados, enfermeros que dejaron tirados sus trabajos para curar a los heridos, amas de casa que se encargaban de cocinar para la muchachada, artistas, jóvenes con las adicciones que deja la marginalidad; en fin, en esas barricadas estaba la diversidad que hay en nuestro país.

Eso sí, una cosa en común encontré en todos ellos: voces que clamaban ser escuchadas, miradas bondadosas, afán de comunión y un corazón henchido de dignidad por un país mejor.

Ellos nunca fueron escuchados, siempre se les respondió con fusiles, pistolas y gases lacrimógenos. El resultado no podía ser más fatal: 86 asesinados en todo el país, decenas de heridos, muchos lisiados, mujeres violadas. El informe de la CIDH lo evidenció.

Todavía guardo en mi memoria las imágenes de esos jóvenes que con un escudo de lata se protegían del ESMAD, el GOES y los civiles armados que les disparaban. Y les sobraba para protegerme: “Periodista, hágase detrás de nosotros”, me decían, conmoviéndome.

Por eso no deja de ser risible la reacción de la gobernadora del Valle, Clara Luz Roldán, quien luego de los vivas de la vicepresidente a los Primera Línea, les atribuyó a esos jóvenes los peores crímenes: el incendio del Palacio de Justicia en Tuluá y el asesinato de policías, entre otros.

A la gobernadora, que pasó de agache ante el asesinato de decenas de jóvenes en el departamento, hay que decirle que el incendio del Palacio de Justicia de Tuluá benefició a muchas personas que estaban siendo investigadas por despojo de tierras, paramilitarismo y corrupción, ya que sus expedientes se quemaron en esa conflagración. ¡Bueno sería saber quién le echó candela a ese Palacio… y por órdenes de quién!

También hay que informarle a la señora Roldán que, aunque la Fiscalía inició una cacería de brujas contra los jóvenes que participaron en el estallido social, dos años después de sus capturas a ninguno de ellos le han comprobado los delitos que les achaca la Fiscalía, y ese organismo sigue dilatando descaradamente esos procesos porque no tiene pruebas contundentes para allegar ante los jueces. Mientras tanto los jóvenes, sin condenas y sin celeridad en sus procesos, se pudren en las cárceles.

Obvio, no desconoceré que entre tanta multiplicidad de acciones hubo algunas violentas. Esas tendrán que judicializarse; pero estigmatizar las gestas heroicas juveniles y colocarles el rótulo de vandalismo o terrorismo es estar de espaldas a una realidad que vi con mis propios ojos, y es ejercer nuevamente violencia estatal sobre esos muchachos.  

Gobernadora, usted tiene una deuda histórica con esos jóvenes que le abrieron a Colombia el camino del cambio. ¡Cúmplales!

A ellos, un viva y mi siempre admiración y respeto.

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