Petro, el señor de los milagros

Por H. G. RUEDA

A solo quince días de ser elegido presidente de la república, Gustavo Petro se ha convertido en el señor de los milagros. Todo lo que toca se valoriza… y quienes se le acercan son purificados. Tal vez por eso en un abrir y cerrar de ojos Colombia dejó de ser vista como una posible Venezuela y a muchos la patria de Santander se les parece al Vaticano, un lugar bendito donde la gran mayoría se siente protegida y quiere entrar a la casa de Petro.

Hablando de milagros, quizá el más sonoro y que dejara huella en la historia política nacional, es el encuentro entre Álvaro Uribe y Petro: un hecho impensable hace solo dos semanas. Pero el poder milagroso del nuevo mandatario no conoce de hechizos, ni respeta pedigrí de palabreros. 

La foto de los dos poderosos líderes, antagónicos y rivales eternos, dejó sin piso a los pregoneros del fin de todos los tiempos. No solo Uribe mantuvo la compostura, sino que habló pasito, quizá sumiso, expuso sus tesis sobre una larga lista de temas, como la protección de las pensiones, las relaciones con Venezuela, la reforma tributaria, la paz, la lucha contra la pobreza, la transición energética, entre otros.

Al final de la reunión Uribe, el otrora vociferante y altanero opositor del Centro Democrático, se refirió a Petro como el señor presidente, y dijo que necesitaba una línea directa con él. Luego dio una rueda de prensa en la que dio un informe detallado de su reunión y les pidió a los colombianos no irse del país. Todo un milagro lo que produjo ese encuentro, porque logró, no solo que Uribe sonriera después de semejante derrota electoral, sino que se reencauchara como el jefe de la oposición.

Uribe, hábil y viejo zorro político, ocupó, gracias a su archirrival, el espacio que estaba destinado para Rodolfo Hernández, quien declinó ese lugar y, he aquí el segundo milagro de Petro. El ingeniero, quien obtuvo más de 10.5 millones de votos, cometió la apostasía política de declararse amigo de Petro y dejar tirados a sus electores, quienes querían verlos haciendo TikTok de oposición, conspirando para derrocar a Petro, o lanzando diatribas diarias contra el nuevo gobierno. No ocurrirá nada de eso en Macondo. En lugar de ladrillos contra la Casa de Nariño, el ingeniero estará lanzando mariposas amarillas, y en vez de amenazas y vocinglería contra sus rivales, estará dedicado a dar abrazos en la soledad de su curul en el Senado.

El señor de los milagros, al que todos le rezan estos días, para que le haga el milagro en la nómina oficial, no descansa. Su tercer milagro es haber convencido a José Antonio Ocampo, de aceptar el ministerio de Hacienda, que está llamado a convertirse en el muro de contención que proteja al gobierno de la avalancha de ataques de la derecha que califican de populista cualquier medida que pretenda mejorar el desbarajuste que dejó Duque.

Ocampo es un economista de renombre internacional que viene de ser profesor titular de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, y se jugará su prestigio bien ganado fungiendo de mano derecha del primer gobierno de izquierda de Colombia. Lo cual es mucho más difícil que ser la mano izquierda en un gobierno de derecha.

No la tendrá fácil. Primero, porque las cifras están en rojo y todos los indicadores son pésimos. Y segundo, porque la oposición interna, es decir el ‘fuego amigo’ del Pacto Histórico, será permanente. Solo basta imaginar a Gustavo Bolívar jugando a ser Santander, poniéndoles zancadilla a sus oponentes en el gabinete. Pero Ocampo no vino de Nueva York a que lo manden, y menos a que lo asusten. Él vino a demostrar que se puede ser de izquierda y hacer las cosas bien, generando bienestar y riqueza, y que lo demás es pura carreta.

El cuarto milagro de Petro es el nombramiento del canciller Álvaro Leyva, quien ha sido protagonista de todos los intentos de reconciliación en Colombia en los últimos 50 años. Su imagen de infatigable luchador por el fin de la guerra interna forma parte de la historia nacional. Su presencia en el gabinete es un fuerte mensaje de que los acuerdos de paz se sacarán de la unidad de cuidados intensivos donde los deja Duque, quien, además, y por fortuna, fracasó en su intento de hacerlos trizas.

Convencer a Leyva de que a sus 79 años aceptara ser parte de un gobierno de izquierda no tuvo que ser difícil. Tendrá la misión de devolverle la dignidad a la política internacional colombiana, que se refundió mientras Duque y sus compañeros de colegio intentaban tumbar a Maduro y conejear a las naciones amigas de la paz, que como Cuba le jugaron limpio a las negociaciones de paz con el ELN y al buen suceso de los acuerdos con las Farc.

¿Qué sigue ahora para Colombia? Hacer fuerza para que Petro siga haciendo milagros. El listado de cosas por hacer es inagotable, máxime el desastre, pero para comenzar hay que esperar a que termine de nombrar su gabinete con personas de altísima calidad política y ética; que tenga listos sus proyectos de ley, con las grandes reformas que reclama Colombia hace tres décadas; que logre calmar las barras bravas de su propia bancada; que impulse una cultura de diálogo social y protección de la vida; que empodere las nuevas ciudadanías y los liderazgos regionales; y que integre a Colombia en el escenario internacional como una nación protectora del medio ambiente y garante del derecho internacional. Y, por supuesto, el gran milagro será pasar la reforma tributaria sin que el país estalle.

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