Las renuncias de Antanas Mockus y Claudia López Hernández al partido Alianza Verde (AV) deben leerse de manera separada, así la decisión comparta el mismo origen: el escándalo de corrupción que salpica a Iván Name, presidente del Senado, y Sandra Ortiz, exconsejera presidencial para las regiones, ambos militantes de esa colectividad.
En el primer caso constituye un golpe de dignidad y autoridad que Mockus les da a sus copartidarios, con el que buscaría sacudir las bases de una colectividad que perdió su rumbo -si es que alguna vez lo tuvo- por cuenta de los militantes que lo convirtieron en un partido preocupado más por las cuotas burocráticas, que por construir un mejor país. Sea como fuere, la dimisión de Mockus de poco sirve para recomponer el camino de un partido maltrecho y funcional al establecimiento colombiano.
La Alianza Verde (AV) jamás maduró un discurso ambiental sólido, capaz de poner en la esfera pública asuntos como la crisis climática o el modelo agrícola y minero extractivo que tanto daño le viene haciendo a Colombia. En eso también falló Mockus, un líder político sobredimensionado por los medios y por una parte de la opinión pública que ocultó su carácter autoritario cuando fungió como alcalde mayor de Bogotá. Sus ejercicios simbólicos y sus “disquisiciones” filosóficas le sirvieron para ocultar su intransigencia y terquedad.
Como partido, la AV jugó con la imagen del color y el vocablo verde para ganarse un espacio en la opinión pública cercana a causas medioambientales. Pero al final quedó reducido a una “fábrica de avales”, dejando atrás la obligación ético-política de consolidar un centro político capaz de enfrentar al Establecimiento.
En lo referente a la exalcaldesa Claudia López, su decisión obedece a un simple cálculo político y electoral propio de su talante. Ella sabe jugar con las coyunturas y dar fuertes golpes de opinión para engañar a los electores que todavía la ven como una alternativa de poder, alejada de las intrigas y la corrupción.
Claudia López se vende como una mujer de centro, seria, diligente y capaz, pese a que ha comenzado a demostrara que está más asociada a esa derecha que le apuesta a la ganadería extensiva, al crecimiento urbanístico sin control alguno y a la masificación de los buses articulados, como lo hizo su amigo Enrique Peñalosa, al impedir el Metro como la mejor forma de transporte masivo. Así intentará en el 2026 intentará llegar a la Casa de Nariño. Ideológicamente, es una veleta orientada en la dirección de los vientos que va encontrando.
Claudia López abandona el barco de la Alianza Verde no por el escándalo de corrupción. Su retiro hay que leerlo en clave electoral, hacia 2026. Mockus le abrió la puerta y ella aprovechó para abandonar el barco que ayudó a que se perdiera en las aguas del clientelismo y la corrupción, por acción o por omisión. Lo más probable es que termine fundando una micro empresa electoral de “centro”, para luego hacer alianzas con el uribismo o con quien sea, en su afán compartido de sepultar al petrismo, al que López se acercó con el mismo oportunismo que se le reconoce. Fue peñalosista, y en tal medida ahora se acerca al uribismo, convencida de que su candidatura podría potenciarse si para el 2026 Álvaro Uribe Vélez vislumbra que ninguna de sus tres´tigresas’ -María Fernanda Cabal, Paloma Valencia yo Vicky Dávila- le aseguran un retorno triunfal a la Casa de Nariño en cuerpo ajeno.
Uribe ve en López Hernández a una líder política que sabe enredar a la opinión pública. Es efectista en lo que dice. Sus arengas y pronunciamientos, siempre coyunturales, son efectivos y de fácil recordación. Y es claro que la exalcaldesa no tiene la mala imagen que arrastran sus tres “tigresas”.
Ya veremos a la camaleónica de Claudia López despotricando de la izquierda, del progresismo y de Petro. Lo hará para conseguir el apoyo del empresariado que jamás aceptó a Petro por su pasado exguerrillero.