Mi generación ante la inminente victoria

Por JORGE SENIOR

Decía Alfred de Vigny que “una vida lograda es un sueño de adolescente realizado en la edad madura”.  Los sueños individuales son legítimos, pero apenas son anécdotas en la escala de la sociedad. Los sueños más importantes, más hermosos, más inspiradores, son los colectivos.  Para mi generación, que tuvo su bautizo de fuego en el gran paro cívico nacional del 14 de septiembre de 1977, ese sueño era y es la justicia social.  Y el camino para lograrlo era una revolución democrática popular. 

Veíamos las elecciones como un engaño, un callejón sin salida.  Y no nos faltaban razones.  El 19 de abril de 1970 le birlaron el triunfo a la Anapo, fue un fraude evidente.  Y el 11 de septiembre de 1973 el mortal golpe de Estado en Chile con apoyo de Estados Unidos nos mostró que el camino electoral no tenía presente ni futuro hasta que no abriéramos con la fuerza popular las compuertas de la democracia.  Por eso, en mi caso personal, durante los siguientes 12 años tras obtener la mayoría de edad, nunca voté. Jamás. Ni en presidenciales, ni en parlamentarias, ni en locales.

Gustavo Petro pensaba diferente.  Como todos nosotros, Gustavo se hizo adulto en medio de las luchas sociales.  Era una época de auge de los movimientos cívicos, había paros y tomas de iglesias por doquier.  El movimiento estudiantil se había recuperado tras la derrota de 1971 y volvía por sus fueros a partir de la Toma de la Ermita en Cali que gestamos los estudiantes de la Universidad del Valle.  El movimiento obrero y sindical aún tenía fortaleza y había logrado unificarse en el Consejo Nacional Sindical. 

En Zipaquirá, Gustavo vivió la experiencia de la recuperación de tierras y la lucha por la vivienda.  De ahí surgió el barrio Bolívar 83, donde nacería años después un campeón del Tour de Francia. Por las características económicas del municipio, Gustavo también estuvo en contacto con la clase obrera. A diferencia de nosotros, los que liderábamos el movimiento estudiantil, que éramos abstencionistas, el joven de Ciénaga de Oro tuvo la osadía de medirse con las maquinarias electorales del bipartidismo en el marco de una democracia restringida, amordazada por el Estado de sitio casi permanente y el Estatuto de Seguridad del gobierno de Julio César Turbay, copiado de los modelos dictatoriales del Cono Sur.  ¡Y ganó!  Increíblemente, fue elegido concejal de Zipaquirá cuando apenas acaba de salir de la adolescencia. Desde muy joven se vislumbraba como un prospecto político. 

Toda esa gesta turbulenta de los años 80 desembocó en el gran triunfo de nuestra generación: tumbar la obsoleta y centenaria Constitución de 1886 que sostenía el Orden Conservador (travestido en bipartidista).  Aprovechando los vientos auspiciosos del proceso de paz con el M-19 y la jugadita tramposa del Congreso de la República (como siempre) en lo que se conoció como “el camarazo”, el movimiento estudiantil impulsó la Séptima Papeleta y rompió el nudo constitucional que impedía la renovación de las viejas y oxidadas instituciones colombianas para elevarlas a la altura de los tiempos.  Ahí le dije adiós a mi virginidad electoral. Paradójicamente esto sucedió en el contexto de la campaña presidencial más sangrienta que nación alguna haya padecido, cuando cuatro candidatos presidenciales fueron asesinados: Jaime, Luis Carlos, Bernardo y Carlos.  Sus apellidos deben estar en tu memoria.

A comienzos de los años 90 se formó una gran coalición integrada por el M-19 liderado por Antonio Navarro Wolff, el liberalismo con Horacio Serpa a la cabeza y el Movimiento de Salvación Nacional de Álvaro Gómez Hurtado.  Sorprendentemente fue el hijo de Laureano Gómez quien, recogiendo las ideas de Jaime Bateman, planteó la tesis del Acuerdo sobre lo Fundamental.

Pero el Orden Conservador no estaba vencido.  A Gómez lo mató la derecha por traicionar ese régimen del cual se volvió agudo crítico. La nueva Constitución sufrió más de 30 contrarreformas y remiendos.  Y en el siglo XXI el viejo fascismo azul resurgió en la forma del fenómeno político uribista, cuyo combustible fueron las FARC.  Es el régimen que los jóvenes de hoy han conocido y del cual están hastiados. 

No obstante, las cifras de los alternativos en las elecciones presidenciales muestran algo muy claro. En 2002 sacamos 750.000 votos; en 2006 fueron 2.600.000;  en 2010 Mockus sacó 3.500.000; en 2014 no hubo candidatura alternativ,a pues el proceso de paz con las FARC determinó una polarización entre Santos y Uribe, pero ganó Santos apoyado por los alternativos.  En 2018, el candidato alternativo fue Gustavo Petro, el gran oponente dialéctico del uribismo, quién alcanzó casi 5 millones en primera vuelta y 8 millones en segunda. El 29 de mayo de 2022 él mismo obtuvo 8,5 millones en primera vuelta y se apresta ahora a superar la barrera de los 10 u 11 millones este domingo decisivo. El ascenso es lento pero constante, imparable. Y esto sin mencionar los triunfos en elecciones locales o el gran logro del Pacto Histórico el 13 de marzo.

La victoria popular es inminente.  Será la primera vez en la historia de Colombia desde el siglo XIX que tendremos un gobierno de las nuevas ciudadanías y no de las élites atornilladas.  Habrá que construir un nuevo pacto social, un Acuerdo Nacional sobre lo Fundamental, pero reivindicando al pueblo. La justicia social que soñábamos de adolescentes se hace factible.  Como hemos visto, Petro es producto circunstancial, pues estas elecciones condensan una historia de décadas, de luchas sociales, de ascenso y consolidación de las ideas progresistas en un país que ha sido tradicionalmente conservador.

La última vez que midieron fuerzas de manera tan clara la media Colombia conservadora y la media Colombia progresista fue el 2 de octubre de 2016 en el famoso plebiscito por la paz.  Gracias a la ya confesa manipulación, la mentalidad retardataria se impuso por apenas 50 mil votos (0,5%).  Desde entonces, millones de jóvenes llegan a la mayoría de edad y miles de ancianos terminan su ciclo vital. La población se renueva. La correlación de fuerzas también. En el plebiscito hubo 13 millones de votos válidos.  Este 19 de junio tendremos unos 20 millones de votos netos (quitando votos nulos, no marcados y en blanco). Y la mayoría será por el Cambio. Huele a victoria.

@jsenior2020

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