Por OLGA GAYÓN/Bruselas
Ella es una de las italianas más célebres de la historia. Él, quizás el hombre con la mayor suma de talentos en múltiples disciplinas que jamás haya existido; también, como ella, italiano de pura cepa. Al menos eso era lo que creíamos hasta hace dos días…
Leonardo da Vinci, el genio que hizo de la ciencia y el arte una fusión inseparable que fue siempre más allá de lo que la inteligencia humana entonces, e incluso ahora, pudiese comprender, no es el italiano puro de raíces que todos creíamos, sino el producto de la mezcla de la cultura dominante de la Europa de entonces y la de la periferia que llegaba a la república de Florencia, secuestrada para ser nodriza, cuidadora, esclava sexual o concubina.
Al parecer, su padre, Piero Fruosino di Antonio, un notario florentino, hijo de una familia rica en influyente, se enamoró perdidamente de una esclava que había sido secuestrada en Circasia, en el Cáucaso de la actual Rusia. Se cree que era una princesa, hija del príncipe que gobernaba la región, cuando, siendo muy niña, fue vendida como esclava en Florencia. A los 15 años Piero la conoció y se enamoró hasta los huesos. Tras haberle dado a su primer hijo, al que llamó Leonardo, el enamorado florentino compró su libertad, documento que está firmado de su puño y letra y que se conserva en el archivo florentino. El padre de Leonardo estaba comprometido con una joven de la aristocracia local, pero, a pesar de que no reconoció legalmente al genio del renacimiento como hijo, siempre le brindó su apoyo económico y afectivo, fundamentales para que él pudiera formarse y desarrollar sus innumerables talentos.
La Gioconda, quizás la mujer más celebre de la historia mundial del arte, es entonces, hija del gran genio del renacimiento y nieta de una esclava del Cáucaso. Esta historia, descubierta en los archivos de Florencia por Carlos Vecce, investigador y profesor de la universidad de Nápoles, es una prueba más de que nuestro mundo es producto del mestizaje perpetuo. No hay etnias puras: todos somos el resultado de numerosas fusiones de diversas culturas. Ahí reside la riqueza de nuestra especie.
Los vaivenes de los destinos de los pueblos y sus ciudadanos son además una prueba de que nuestro mundo es cambiante. Hoy somos esto y mañana quizás seremos lo opuesto. Caterina, si esta vez la historia acierta, pasó de ser princesa a esclava, y tras ser la madre del futuro gran maestro Leonardo da Vinci, consiguió su libertad, para acto seguido casarse con un campesino de Vinci con el que convivió hasta su muerte y al que le dio cuatro hijos más.
Esta exesclava, hoy quizás ha conseguido su segunda libertad: recuperó su identidad. Ya no es la humilde campesina de la pequeña villa florentina de Vinci, sino la mujer de origen caucasiano que fue arrancada de su entorno y desposeída de sus derechos hereditarios, hasta llegar, por estos bellos giros que da el destino, a amamantar al hombre que, quinientos años después de haber muerto, hoy está más vivo que nunca.
Su obra más admirada y reconocida actualmente, la que consigue llevar romerías de millones de personas del mundo entero al museo de Louvre en París, la Gioconda, es entonces hija de un hombre brillante y nieta de una esclava que parió a su padre el 15 de abril de 1452. La esposa de Francesco del Giocondo, Lisa Gherardini, que en realidad se ha convertido en la más insigne hija de Leonardo da Vinci, es el vivo reflejo de que las mentes maravillosas trascienden sin que en ello tenga ver, necesariamente, el abolengo de sus padres, pero quizás sí, la leche que las amamantó.
Cuentan los historiadores que Leonardo aceptó pintar a la Monna (señora en italiano antiguo) Lisa porque mientras experimentaba en sus inventos, necesitaba algo de dinero. Pero que, precisamente, por estar embarcado en diferentes investigaciones, no le dedicó el tiempo necesario para completar el retrato. Comenzó a pintarla en la primavera del 1503, pero interrumpía continuamente sus sesiones. Para tener contenta a la esposa de Francesco del Giocondo, siempre llevaba al estudio a músicos, cantantes o bufones, con el fin de que consiguieran relajarla porque casi siempre, debido a los continuos parones del pintor, no mostraba un rostro muy agradable a la hora de posar; era muy usual que en su rostro se viera un deje de tristeza y melancolía que los músicos conseguían hacer cambiar. Dicen que quizás, gracias a la labor de ellos, combinada con la genialidad de Leonardo, se pudo conseguir esta original sonrisa sin parangón en la historia de la pintura universal.
Se sabe que el señor Giocondo, harto de tantos retrasos, no insistió más en que Leonardo le entregara el retrato de su esposa, y que ella también dejó de presentarse en el taller del maestro renacentista. Total, que él terminó su gran obra sin la modelo y se quedó con ella en propiedad. Quizás por ello es que nuestra amada Gioconda ha llegado a convertirse en la musa de todos nosotros, especialmente después de que fue robada de su lugar en el museo de Louvre; este incidente en su historia, uno más, consiguió que La Gioconda se convirtiera en la célebre pintura, sin competencia alguna que se le acerque, que hoy conocemos.
Bienvenida esta nueva historia del mestizaje mundial que convierte a nuestros dos amados personajes del arte en más cercanos, todavía más, a los humanos que transitamos por este siglo XXI.