Por HUMBERTO TOBÓN
Al 28 por ciento de los jóvenes colombianos se les denomina NINIS, porque ni trabajan ni estudian. Pero es sustancial aclarar que estos derechos básicos para su desarrollo personal les han sido conculcados y los han puesto en un espacio de vulnerabilidad que atenta contra su dignidad como seres humanos.
Estos hombres y mujeres sin oportunidades de acceder a sus derechos ciudadanos, viven, en su gran mayoría, en la miseria y la marginalidad, tal como lo han demostrado las estadísticas oficiales divulgadas por el DANE.
Por estas circunstancias, ellos, junto con otros jóvenes que sí trabajan y estudian, pero no están satisfechos con su realidad, están liderando la protesta social que completa cuatro semanas en Colombia.
Son el hambre que acosa sus familias, la violencia que los rodea y la discriminación que sufren (una gran parte son negros), los motivos para que una cantidad apreciable de jóvenes muy pobres estén en “la primera línea de resistencia”, como ellos la llaman.
Tres millones de muchachos y muchachas marginados del mercado laboral y del sistema escolar, exigen soluciones estructurales. De acuerdo con los estudios de opinión, ellos no buscan ni subsidios ni renta básica, lo que quieren es trabajar y estudiar. En esencia, ser autónomos.
Es evidente que las soluciones a sus reclamos se podrán construir cuando se reconozca la magnitud de su tragedia social, económica y psicológica, y desde el momento en que ellos puedan tener los espacios para expresarse y defender sus propuestas libremente. Ignorarlos no es una buena fórmula.
Los compromisos que surjan de un acuerdo amplio y generoso, no sólo deben vincular los esfuerzos del gobierno a través de la inversión social, sino también a los empresarios, a los organismos internacionales y, por supuesto, a la ciudadanía.
Las protestas que emergen de la desesperación y la desesperanza, y que en algunos casos, infortunadamente, desembocan en actos de violencia, que perjudican los derechos ciudadanos, impactan negativamente la inversión privada y ponen en alerta a la comunidad internacional, requieren respuestas de fondo, compromisos serios y acciones inmediatas. De lo contrario, los conflictos se exacerbarán y los que vengan serán más violentos, más irracionales y más duraderos. Y esto conllevará a que Colombia pierda la oportunidad de construir desarrollo, crecimiento y equidad.
Un acuerdo incluyente, logrará que la violencia, que es reprochable y condenable, termine, y les facilitará a las autoridades nacionales y a los protestantes encontrar el camino de la reconciliación. Con esto se podrá evitar tener que negociar en medio de gases lacrimógenos, tanquetas, barricadas, bloqueos, balas y ataúdes, con unos jóvenes que dicen, según conclusiones de la encuesta de Cifras y Conceptos, El Tiempo y la Universidad del Rosario, estar tristes, decepcionados y con miedo, para quienes la alegría desapareció y en vez de la luz y la esperanza, ven surgir nubarrones que ocultan la posibilidad de un futuro promisorio.
*Estos comentarios no comprometen a la RAP Eje Cafetero, de la que soy Subgerente de Planeación Regional.