A primera vista parecería que una fuese el pasado y la otra el presente. El ayer y el hoy. El antes y el después. Lo vivido detrás y lo por vivir delante.
Pero no. Las dos son el presente. Nada es la una sin la otra. Y nada podría ser un vigente sin ese sucedido que las precede. La mirada del espectador sobre las dos mujeres podría encuadrarse bajo el marco en el que se encuentran. Y encorsetarse en blanco y negro, con esa posición de la experiencia ya lejana y la impericia cercana.
Vida hay en la penumbra, en el intermedio y en la claridad. Vidas que se entretejen, se repelen, se abrazan, se reprochan, se encumbran, se lloran, ríen y se magnifican.
Siendo cierto todo lo anterior, este par de mujeres que miran hacia adelante y sonríen al mundo que se encuentra afuera, nunca dejarán de necesitarse. Cada una por separado y las dos juntas son mujeres que, pese a esa narración que intenta retenerlas bajo la fuerza de la tradición, han batallado y batallan por ser dueñas de un territorio que les han arrebatado los que hasta ahora han contado su historia.
OLGA GAYÓN/Bruselas