Por PUNO ARDILA
Me parece que el fenómeno de Colombia ya se está haciendo más visible cada vez en el panorama mundial—le dije al pensativo profesor Gregorio Montebell—; fíjese que los comunicados de la JEP ya no sorprenden a nadie; ni siquiera la captura de los perpetradores del crimen del presidente de Haití han conmovido a alguien, y, por el contrario, algunas figuras visibles de la política dicen que se trata de una confusión, y que ellos —los perpetradores— sí estaban por allá era cogiendo café.
—Prepárese —respondió el ilustre profesor, sin dejar su postura pensativa— porque estamos entrando a un proceso de “aproximación” a la realidad nacional; a la verdad verdadera, que usted y yo y muchos colombianos conocemos, pero que sigue siendo negada también por muchos otros colombianos, como si fueran “terraplanistas”, que por más evidencias que se les presenten se niegan a aceptar que la Tierra es redonda. Pero frente a ello los poderosos están ya en la búsqueda de una “solución final”.
—En este momento—continuó—, Colombia está llegando a límites preocupantes en lo que tiene que ver con los medios de comunicación y la política, que en últimas son temáticas que giran alrededor de las mismas dos bobaditas: poder y dinero; casi una sola cosa, porque el poder se busca para conseguir el dinero, “el estiércol del diablo”, el combustible que mueve el mundo, sin duda. Y los dueños de este país ya se hicieron al verdadero poder y al dinero. Y, lamentablemente, los medios de comunicación también han sido incorporados plenamente a la maquinaria económica, de tal modo que están siendo blandidos como puñales para manipular conciencias y enfocar creencias y dogmas; porque en eso se convirtió la política en Colombia, en una secta más; en otra religión de garaje. Una religión peligrosísima, eso sí.
¿Será que, dentro de ese maremágnum, ¿no habrá algún candidato que le salga al toro? —pregunté.
—Claro que los hay —me respondió de inmediato—; malos, malísimos, buenos y no tan buenos. Hay de todo. Pero para este sistema –que ya no es solo político, sino social–, las elecciones no se basan en una democracia como usted y yo la concebimos; como la concebía Estanislao Zuleta, ni como la conciben quienes han leído tres líneas. Aquí gana las elecciones el que se acoge a la maquinaria del sistema; y ahora peor, que el principal impulso para los candidatos es que toman como espejo la figura del Duque, que sin ser nada ni nadie llegó a la presidencia; y la gente no se toma la molestia de analizar lo que el candidato dice, ni le importa, únicamente “sabe” que debe votar por el que diga el jefe. Y, si llegara a ganar uno que no sea del sistema, pues todo ese sistema se le viene encima, como ocurrió en Bogotá con Petro, y se buscará de todas las formas no dejar gobernar, como sea. En cambio, podrá ganar cualquiera de los afiliados al sistema; cualquier chanchiro, como el Duque: llámese María Fernanda Cabal, Ernesto Macías, Tomás Uribe o cualquier otra grosería de esas.
@PunoArdila
(Ampliado de Vanguardia)