Por GERMÁN AYALA OSORIO
El fútbol como deporte espectáculo suele ser asumido por los hinchas como una actividad al margen de los conflictos sociales. Es decir, los aficionados en general creen que el deporte más popular del mundo funciona por fuera de la política. Craso error.
A pesar de la precaria legitimidad del gobierno colombiano, y de las consistentes protestas, hasta último momento Iván Duque Márquez insistió en realizar en Colombia una parte de los partidos de la Copa América. El ministro del Deporte, Ernesto Lucena, gritaba a voz en cuello “que la Copa América sea un vínculo de paz. Colombia más que nunca, como en el 2001, necesita la Copa América«. El objetivo era tapar, con la ayuda de los periodistas deportivos, la grave situación social, económica y política por la que atraviesa el país. Y qué mejor forma de hacerlo que apelando a la capacidad que se le reconoce al fútbol para aletargar a las audiencias, hasta llevarlas a olvidarse de las violaciones de los derechos humanos, de los malos gobiernos, de la pobreza, del desempleo, de la corrupción, y en casos extremos cerrar los ojos ante dictaduras militares.
La insistencia del gobierno en realizar la Copa América en Colombia hizo recordar a muchos connacionales lo que vivieron los argentinos en el Mundial que Argentina organizó en 1978. Allí se intentó tapar las graves violaciones de los derechos humanos perpetradas por una oprobiosa y violenta dictadura militar. Quizás el ministro Lucena y Duque imaginaron que al poner a rodar aquí la pelota, podrían bajar los altos niveles de crispación de la caldera social que explotó por cuenta del abandono estatal y de unas nefastas políticas macro económicas aplicadas por un Gobierno que sigue a pie juntillas la cartilla del Consenso de Washington.
Al ver la grave situación en Colombia, las autoridades del fútbol de la región decidieron que la Copa América no se juega en nuestro país. Se trata sin duda de una decisión política, que sienta un precedente importante: el fútbol no puede ser usado para encubrir lo que los malos gobiernos hacen con sus pueblos.
Ya en la calle, cientos de miles de jóvenes a los que muy seguramente les gusta el balompié, gritaban “la Copa no se juega”. El estribillo tiene un especial significado, por cuanto la indignación social por primera vez se puso por encima de un juego de masas en el que confluyen no solo la aviesa condición humana, sino las contradicciones que se derivan de esta natural circunstancia.
Con la decisión de la Conmebol, Colombia y el mundo se quedaron sin ver nuevamente, a Iván Duque haciendo ‘cabecitas’. Esos malabares hubiesen servido para consolidar la ya popular imagen de un presidente que jamás se conectó con las realidades y las necesidades de su pueblo. Duque será recordado por su nefasta administración, en la medida en que no garantizó ni pan… ni circo.