Iván Duque y su dañino legado

Por GERMÁN AYALA OSORIO

Al subpresidente Iván Duque Márquez le queda poco tiempo en la Casa de Nariño.  Por ello, es tiempo de hacer un balance de sus cuatro años de administración. La evaluación se hará desde los siguientes ámbitos: institucionalidad, implementación del acuerdo de paz, lucha contra la corrupción y ampliación de la democracia.

Institucionalidad. Si algo caracteriza al uribismo en el manejo de lo público, es su intención de debilitar las instituciones estatales en busca de generar una institucionalidad maleable a la voluntad del jefe inmediato de quien hace las veces de presidente de la República. El objetivo superior es privatizar las instituciones, o sea borrar el sentido de lo público como función constitucional de servicio, un concepto de Estado que los uribistas no comparten. 

Iván Duque no solo ha buscado complacer en todo -cual siervo fiel- al que ahí lo puso, sino emularlo en sus acciones y decisiones, siguiendo al pie de la letra el guion que le entregaron. Su carácter obsecuente le sirvió para ganarse la confianza de las figuras más prominentes del Centro Democrático, las mismas que lo respaldarán hasta el 7 de agosto venidero. Consciente de la inercia implícita en el manejo del poder y las libertades que esto le otorga, optó durante muchos meses por refugiarse detrás de un escritorio mientras presentaba el programa presidencial Prevención y acción, con el cual fingió estar manejando asertiva la pandemia del covid-19. Gracias a ese costoso embeleco mediático diario, Duque convirtió la casa de gobierno en una casa Estudio, donde disfrutó de la realidad paralela que encontró después de posesionarse como Presidente de la República. Y fue inferior a su majestad presidencial.

Implementación del acuerdo de paz. Iván Duque hizo todo lo que estuvo a su alcance para ralentizar el proceso. Apeló a dispositivos retóricos y a la emocionalidad para deslegitimar lo acordado y justificar sus acciones ancladas a una evidente animadversión contra lo acordado en Cuba. Habló de “paz con legalidad” y bajo ese lema de campaña generó una política pública de paz que más parecía un ataque al proceso de La Habana, originado desde las misma entrañas del Estado. También habló de “estabilización”, aludiendo a las zonas de rehabilitación y consolidación de Uribe, y jugó a implementar los acuerdos con el espíritu militarista que su mentor asumió el manejo del orden público.  Atacó a la JEP y a los comparecientes de las extintas Farc-Ep. Además, engañó a la comunidad internacional con un doble discurso y logró donaciones y apoyos económicos que muy seguramente se perderán en las marañas institucionalizadas de la corrupción estatal.

Quizás la frase que resume la indisposición presidencial frente a la obligación constitucional de implementar lo acordado en La Habana, la expuso el ladino Consejero para la Estabilización, Emilio Archila: “Quienes piensan que el Acuerdo se debe aplicar tal como se firmó, se equivocan”.

Lucha contra la corrupción. Esta es una bandera que cada cierto tiempo agitan los políticos para ganar simpatías. En 2018 se convocó un referendo para esos efectos y fracasó, lo que indica que esa lucha está perdida, por cuanto hay un ethos mafioso entronizado en la sociedad colombiana. Duque propuso luchar contra lo mismo y con su vice Martha Lucía Ramírez hablaron de crear un Bloque de Búsqueda para perseguir a los corruptos. Así pretenden lograr que los colombianos se olviden de la “Ñeñepolítica”, proceso que la prensa afecta a Duque y la misma Fiscalía no ha dejado prosperar. Además, Duque atosigó de mermelada a las bancadas oficialistas del Congreso y legitimó el “abudineamiento” de 70 mil millones de pesos, brindando total respaldo a su ministra Karen Abudinen.

Ampliación de la democracia. El subpresidente Duque emuló con lujo de detalles la doctrina militarista que aplicaron por igual Julio César Turbay con el Estatuto de Seguridad y Uribe Vélez con la Seguridad Democrática. Es decir, hubo un cerramiento democrático, conculcó derechos, persiguió a la Oposición y elevó a la condición de “enemigo interno” a los jóvenes que se manifestaron durante los paros de 2019 y 2021.

Duque supo envalentonar a los miembros del Esmad y se disfrazó varias veces de Policía. Así, retó a las mujeres que fueron violadas, así como a los manifestantes que perdieron alguno de sus ojos por ataques del Esmad. Y claro, a los familiares que perdieron a sus seres queridos a manos de la Policía Nacional.

Desde estas cuatro dimensiones Iván Duque Márquez deja un negativo legado y termina su subpresidencia con una imagen desfavorable que supera el 70%. Se va con el remoquete de “títere”, el mismo que la periodista Ángela Patricia Janiot usó, no para preguntarle si era el títere de Uribe sino para universalizar una verdad inocultable.

Millones de colombianos, incluidos la mayoría de los que votaron por él, esperan que una vez entregue las llaves de la Casa de Nariño se retire de la vida pública. El país necesita descansar de su fatuo carácter, de su incapacidad para comprender los problemas del país, por estar más preocupado de cumplirle a su patrón. Su imagen genera repudio, en gran parte porque jamás trabajó para erigirse como símbolo de unidad de la Nación.

Así las cosas, el numeral #ChaoDuque no solo es legítimo sino que se convierte en un dispositivo psicológico que a la opinión pública le brinda algo de sosiego y tranquilidad. Millones de colombianos están contando las horas y los días para que llegue ese momento de verlo salir de una institución a la que jamás debió llegar.

@germanayalaosor

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