Iván Duque y la refundación de la Patria

Por GERARDO FERRO

El Duque se baja de una de las tres camionetas blancas en las que ha llegado. Se aproxima a una comunidad indígena y planta su bandera como símbolo de una nueva conquista. En la bandera la imagen de su Majestad soberana, descendiente directo de los faraones de las montañas antioqueñas, amo y señor de las Convivir, jefe supremo de las tierras ubérrimas en las que se siembran huesos y sangre, Rey sanguinario que promete un corazón grande, más trabajo y menos impuestos.

El Duque no está armado, es algo rechoncho y tiene cara de inocente cerdito. Es débil, sin ideas claras. Eso lo hace peligroso porque de esa forma es fácilmente manipulable por los hilos filosos del Soberano. Sus guardaespaldas, en cambio, gente de bien, están armados hasta los dientes. No traen espejos para intercambiar con los indígenas sino promesas de no convertirse en naciones que en su inmensa arrogancia ellos pintan en peor situación. Sin embargo, callan que los dineros para comprar esas camionetas y esas armas provienen de empresarios de dudosa reputación: Ñeñes, Memos fantasmas o diplomáticos con fincas cocaleras.

La bandera que enarbolan es la bandera de la barbarie. Y se comportan hoy como si fueran los conquistadores de siglos atrás.

El Duque y su gente de bien quieren culminar la labor que el Soberano inició años atrás: refundar la patria desde el narco paramilitarismo. La bandera que enarbolan es la bandera de la barbarie. Y se comportan hoy como si fueran los conquistadores de siglos atrás. Ven a las comunidades indígenas con el exotismo de los museos, con la indiferencia de su supuesta superioridad cultural, como a nativos salvajes y no como a ciudadanos sujetos de derecho. Ven a los ciudadanos como peones de su juego político: son importantes en la medida en que sus acciones sean estáticas, apolíticas, en la medida en que rían y aplaudan las piruetas del Duque y se alimenten sin protestar del espectáculo circense en que los medios de comunicación han convertido el ejercicio de la crítica política.

El uribismo, exactamente como está representado en esta caricatura de Bacteria, es un retroceso hacia lo premoderno. Su concepción de la tierra es feudal y latifundista; su concepción del poder político sigue siendo vertical y dictatorial; incluso la vida sigue dependiendo de los designios de un hombre con ínfulas de soberano que, desde la comodidad de su hacienda interminable, decide quiénes son buenos y quiénes son malos. No sería raro que en esta refundación que la caricatura expresa, detrás del Duque y sus camionetas aparezca el Soberano Ubérrimo montado en su caballo. El hombre que domina al animal domina la bestia, y dominar la bestia es dominar al enemigo. Y así, como todo un conquistador del siglo XVI, se haga pasar por un dios ante los ojos incautos e inocentes de sus conquistados.

Pero si bien la caricatura ejemplifica la Colombia que hoy el Uribismo desea imponer, la realidad está lejos de ser una broma. El gran triunfo de toda violencia simbólica es el de hacerle creer al oprimido que se está bien en la condición en que se encuentra. Y esa sociedad, antes dormida en la normalización de esa condición, es hoy la que se levanta con una sacudida atronadora. El enfrentamiento hoy en las calles es entre una Colombia que se cansó del abuso de sus refundadores, neo conquistadores del narco paramilitarismo. Una país que tumba estatuas de la opresión es un país que empieza a liberarse de la carga simbólica que lo reprime. A pesar de que el discurso de balas de estos refundadores se ha propagado en un buen número de individuos, lo que se respira hoy en las calles de Colombia es otra cosa: es un aroma de rebelión que le hace frente a quienes desean seguir tratándola como esclavos conquistados por el miedo.

@GFerroRojas

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