Por SANDRA GARCÍA
La victoria de Gustavo Petro el pasado 19 de junio deja el sinsabor de la derrota entre los primeros vencidos en la contienda: Sergio Fajardo y los fajardistas, que francamente una no sabía qué le veían a él. Rodolfo en últimas no perdió, porque de haber tenido la alcaldía de Bucaramanga pasa ahora a disfrutar de un fabuloso capital político de diez millones de votos.
Para los fajardistas, el sueño de su “esperanza” no alcanzó ni siquiera para pasar a segunda vuelta, a duras penas cumplieron con el umbral electoral. Los más sectarios de ese sector insisten en que su candidato era el más indicado para producir un cambio político nacional y representar al centro. Nunca fueron conscientes de que el verdadero llamado de esa coalición para convertirse en presidente era Alejandro Gaviria, pero a este le montaron encerrona entre Íngrid y Fajardo.
Fajardo se hundió solito, lo dije en columna anterior. Su popularidad se fue diluyendo hasta volverse casi nula, ni siquiera en el departamento donde gobernó por 10 años contaba con respaldo popular. Su ego y ganas de rencauche dejaron por fuera a dos figuras que tenían posibilidad de convertirse en fuertes oponentes de Gustavo Petro, por su pensamiento social y progresista: Camilo Romero y Alejandro Gaviria.
Camilo Romero: Joven político que representaba a la “centro izquierda” del país, su experiencia en puestos gubernamentales y administrativos (concejal, senador y gobernador) le daban suficiente credibilidad y experiencia como presidenciable.
Sus logros en la gobernación de Nariño hablan por sí solos, como haber abierto la participación directa de la política a los dirigentes populares, el saneamiento de las finanzas casi en quiebra, la reducción de índices de pobreza, la protección de los animales y el medio ambiente, que lo llevó a fuertes discusiones con Santos y Duque por la aspersión del glifosato.
Romero es una persona culta, tranquila en su comportamiento, no se muestra como sectario (antípoda de Jorge Robledo en esto), incluso alguna vez fue cuestionado por su apoyo a un oponente y hoy lo vemos en el Pacto Histórico a pesar de sus diferencias con Gustavo Petro. En resumen, Camilo Romero era un candidato que con el apoyo total del Partido Verde y del “centro” hubiera sido un digno aspirante.
Alejandro Gaviria representaba como ninguno a ese sector de la población que estaba cansado del uribismo y su pensamiento retrógrado, pero que no quería un cambio tan fuerte y profundo como el que se suponía en un Gustavo Petro.
Intelectual y economista, ocupó el cargo de ministro de Salud en el gobierno de Juan Manuel Santos. Llamó la atención no solo por declararse ateo en un país de fuerte raigambre religiosa, sino también por apoyar el uso del cannabis medicinal, el aborto protegido por la ley, la muerte digna y la regulación de precios de los medicamentos, que lo llevó a enfrentarse a la poderosa industria farmacéutica. También se opone a la aspersión de glifosato, como Camilo Romero, desde el tema de la salud.
Roy Barreras no se equivocó en su apreciación, Alejandro Gaviria es una persona culta, progresista y conciliadora, con el apoyo correcto habría sido un fuerte rival de Petro. Las fuerzas juveniles, los liberales rebeldes, parte del centro y una derecha educada no habrían dudado en darle su voto.
Romero y Gaviria representaban un cambio más allá de la polarización, fácilmente habrían podido darles una pelea digna a débiles exponentes como Federico Gutiérrez y Rodolfo Hernández. Los debates con Gustavo Petro se habrían centrado en campos académicos y científicos, más allá del tratamiento farandulero de Semana. Habrían sido discusiones centradas en temas verdaderamente interesantes: derechos humanos, población vulnerable, lucha contra el narcotráfico, educación, la anhelada paz.
No es por tanto de extrañar que Gaviria Romero hayan terminado por adherir al Pacto Histórico, pues su visión progresista e intelectual los ubica en un lugar donde comparten una visión progresista de la sociedad.
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