¿Gabo y Patricia Llosa se acostaron? Parece que sí

Lo único desafortunado de la última novela de Jaime Bayly es el título que le puso: Los genios. Si bien es una historia entretenida de principio a fin, repleta de suculentas infidencias sobre las vidas privadas de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, el título no hace justicia al contenido del libro porque, si bien brinda claridad en que para el autor los dos protagonistas son un par de genios, elude el tema que genera la intriga y que mantiene al lector agarrado del cuello desde la primera hasta la última página, a saber:

La ruptura insalvable que se dio entre los dos escritores a partir del 20 de febrero de 1976, día -o mejor, noche- en que Vargas Losa le dio a su ‘hermanazo’ un puñetazo que le quebró la nariz y lo mandó al piso por supuestamente haberse acostado con su mujer en un hotel de Barcelona semanas atrás. “Esto es por lo que le hiciste a Patricia”, le dijo al momento de noquearlo.

En honor a la verdad, llevaban algún tiempo separados Patricia y Mario, aunque se habían reconciliado. Pero el asunto es que los tres miembros de ese trío -valga la redundancia- eran amigos del alma, así que con justa razón el hecho de que Gabo se hubiera acostado con ella -o haya quedado tan solo abierta la posibilidad de que hubiese ocurrido- dejaba el incómodo sabor amargo de una eventual traición.

Y eso, entre amigos, es imperdonable.

Antes de entrar en materia y hablando de infidencias, es obligatorio referirse a ciertas cosas de la vida privada de unos y otros que Bayly cuenta, como que al parecer a Gabo le gustaba de vez en cuando fumarse un porro de marihuana, o que el motivo por el cual la modelo Susana Diez Canseco dejó tirado a Vargas Llosa (después de que él se había separado de su prima y consorte Patricia) fue porque lo encontró depilándole el pubis a la actriz mexicana Katy Jurado.

No pretendo aquí concederle la razón entera al escritor peruano, pero la parte más fascinante del relato reside en que muestra sin miramientos -o ‘a calzón quitado’- un escenario reconstruido casi al detalle sobre lo que habría ocurrido aquella “noche mágica, propicia a la felicidad, a la hermandad de los amigos, al pacto secreto de los conspiradores”. Es que detalla incluso la vestimenta de los asistentes a la discoteca Boccaccio de Barcelona y las canciones que Patricia y Gabo bailaron muy pegaditos esa noche, mientras ella percibía “el olor de su sudor, el olor áspero de macho caribeño”. Hasta ya despuntando el alba, cuando al final de la jornada Gabo la lleva en su poderoso BMW azul metálico al hotel donde ella tenía sus maletas listas y contaba apenas con el tiempo para bañarse y acicalarse antes de tomar un vuelo de regreso a Lima, programado para las 7 de la mañana.  

Definí atrás como “supuesta” la novela no por problemas de consistencia literaria (que no los tiene), sino porque todo lo que cuenta Bayly muestra tales visos de realidad cumplida, que tiende uno a pensar que hubo más de una “garganta profunda”, lo cual explicaría además que no haya habido un solo desmentido. Excepto quizá el de Vargas Llosa, quien le dijo a El País de España que la novela “es una sarta de mentiras”. No es extraño de todos modos que lo diga, saliendo de la boca del principal ‘perjudicado’ de la trama, pues si algo se percibe a lo largo del relato es la razón que le cabe a Bayly en lo que le dijo a Vanity Fair: “Debemos al menos sospechar que algo pasó o no pasó, o pasó a medias. Que algo hubo, estoy convencido”.

Eso que con toda seguridad pasó (concluye el también convencido lector), nos obliga a trasladarnos a la habitación del hotel El Castell de Barcelona, a donde habrían llegado pasadas las 6 de la mañana, ya convencidos ambos de que ella perdería el vuelo.

Según el relato de Bayly, Patricia “se echó en la cama sin despojarse de la blusa ni el pantalón”, mientras él “entró al cuarto de baño, se quitó la ropa y puso en marcha la ducha en agua bien caliente”. Y es cuando el lector se pregunta, capcioso: ¿cómo así, uno de baña antes de… o después de? Sea como fuere, en el relato de Bayly ella aprovecha para despojarse del pantalón, y se quita las bragas y se echa encima de la cama, “tras beber una copa de champán”.

Solo que se queda dormida, y es cuando Gabo sale del cuarto de baño cubierto con una toalla, que deja caer “y, desnudo, se dirigió a la figura tirada encima de la cama. Pasó un instante hechizado, embelesado, admirando la hermosura de su amiga”.

Estamos aquí sin duda ante el punto de quiebre de la novela, donde cuenta Bayly que Gabo no quiso despertarla y “cuando Patricia despertó unas horas más tarde, ya Gabriel no estaba a su lado”.

Amigos y amigas, no nos llamemos a engaño. Si algo queda claro en la descripción de ese clímax (narrativo, ojo), es que la confidente de dichos sucesos no pudo ser nadie diferente a Patricia Llosa. Y que el narrador altera o traslitera los hechos para no delatarla, mientas se encarga de dejar valiosas pistas sobre la verdadera ocurrencia de los hechos. Esto es en últimas lo que permite entender por qué Bayly le cuenta a Vanity Fair que “algo hubo”.

Para darle fundamento a nuestra sospecha, conviene incluir una cita muy diciente, que corresponde a cuando nuestro Nobel ve a Patricia desnuda y dormida sobre la cama. “García Márquez sabía que estaba en un callejón sin salida, una trampa mortal. Si le hacía el amor a Patricia, se echaría encima todos los infortunios y las desgracias de este mundo, por traidor, por mal amigo, por cabrón de mala entraña. Y si no se acostaba con Patricia, quedaría como un pusilánime, un tipo miedoso, y ella no se lo perdonaría jamás y lo odiaría hasta el fin de los tiempos”.

¿Qué fue entonces lo que en realidad ocurrió en esa habitación de hotel? Dejemos que el lector saque sus propias conclusiones.

Por último, no me puedo ir de aquí sin manifestar mi más vívido interés en conocer a Jaime Bayly, alguien a quien respeto y admiro por su inteligencia y sentido del humor, y a quien me encantaría entrevistar para hacerle algunas preguntas claves en torno a tan entretenida, apasionada e intrigante novela.

@Jorgomezpinilla

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