EXCLUSIVO – El ingreso de Camilo Torres al ELN y su muerte en combate

Una fuente anónima hizo llegar al correo de El Unicornio este texto inédito del primer comandante del ELN, Nicolás Rodríguez Bautista. Luego de comprobar su autenticidad, decidimos publicarlo, porque relata hechos hasta ahora desconocidos sobre el ingreso de Camilo Torres a esa agrupación guerrillera y sobre cómo se produjo su muerte. Desde nuestra posición editorial como periodistas independientes, hubiéramos esperado un texto más autocrítico. Pero el relato es sincero.

Por NICOLÁS RODRÍGUEZ BAUTISTA

El final de la década del 50 y el comienzo de los años 60 del siglo pasado se llenaron de acontecimientos políticos que tenían en primer plano la agitación de masas. Las juventudes progresistas y revolucionarias asumieron el triunfo de la revolución cubana como la confirmación cierta de la posibilidad de hacer cambios sociales. Así se percibía por las recientes revoluciones en China, la Unión Soviética y Argelia sumado a la respuesta heroica del pueblo vietnamita a la intervención imperialista de Estados Unidos (EEUU) en esa nación de Indochina.

Los imperialistas de EE.UU. prendieron las alarmas con el triunfo de los guerrilleros cubanos, porque sintieron amenazado su “patio trasero”. Por eso sus agentes se afanaban para prevenir a sus aliados: a Colombia llegó el general Yarborough, comandante de las Fuerzas Especiales de los Marines, para advertirlos sobre el peligro del comunismo e instruirlos en cómo enfrentarlo, mediante la creación de fuerzas paramilitares como brazo clandestino que apoyara a las Fuerzas Armadas (FFAA) en dicha guerra antisubversiva.

El naciente Ejército de Liberación Nacional (ELN) canalizaba la inconformidad popular, junto a las también nacientes guerrillas de las FARC y el EPL. Los guerrilleros que insurgían en el continente veían a Cuba como ejemplo, aparecían en México, Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Brasil, Venezuela, Perú, Bolivia, Uruguay, Argentina y Colombia.

Las luchas estudiantiles por cambios radicales en la educación, en desacuerdo con los enfoques trazados por la Iglesia Católica y el Estado, contagiaban y coincidían con los del sindicalismo de izquierda, los sectores populares y los campesinos que luchaban por la tierra.

En este contexto aparece en Colombia Camilo Torres, como fenómeno político revolucionario cristiano. Él se erige primero como dirigente popular, como guerrillero después. En su papel de dirigente popular, la jerarquía eclesiástica buscaba deslindarse de sus acciones de cristiano revolucionario de Camilo, que ascendían a grandes saltos porque la lucha insurgente lo impactaba con fuerza a él y a las juventudes revolucionarias que lo seguían.

En los albores de 1965 estrechó su relación con los dirigentes estudiantiles, hizo que la confianza fuera suficiente para que conociera la disposición de la comandancia del ELN en conversar con él. Sin dudarlo, se dispuso a concretar un primer encuentro.

Desde Bogotá la Red urbana del ELN lo trasladó a Bucaramanga, de donde lo llevaron hasta San Vicente de Chucurí y luego a un improvisado campamento de Fabio y Manuel Vásquez en la vereda La Fortuna, con quienes se encontró en una clara y calurosa noche típica del Magdalena Medio; Camilo se asombró al encontrar allí a Manuel, a quien conocía y apenas hacía un mes se había integrado a la guerrilla rural.

Hablaron hasta el amanecer mientras tomaban café caliente de un viejo termo que un campesino amigo había prestado, sin percatarse siquiera de que el gran dirigente de masas y los comandantes guerrilleros -entre el aroma del café y el humo de la pipa de Camilo- se ponían de acuerdo en un plan que comprendía recorrer las ciudades colombianas, fortalecer el Frente Unido y desarrollar la unidad por la base, debilitando el sectarismo que por esos años se trenzaba en un intercambio de calificativos que rotulaban a unos como comunistas prochinos, a otros pro soviéticos y a los demás como castristas.

Camilo era consciente de los peligros que lo asechaban, en sus giras por el país ya había forcejeado con la Policía para impedir la detención de manifestantes, donde hacía valer su condición de sacerdote para hacerse oír más con razones que por la fuerza.

«Él se erige primero como dirigente popular, como guerrillero después».

De La Fortuna partió aquel día sin decir quién era, pero saludó a la veintena de guerrilleros que le brindamos seguridad, como siempre hacíamos con los compañeros urbanos que iban a contactarse con nuestra guerrilla.

Antes de despedirse, Camilo nos envolvió en una mirada dulce y fraterna para decirnos que “la lucha es en cada palmo del territorio”, que él salía a cumplir tareas importantes en ese sentido y que “pronto volveré a estar entre ustedes”. Justo cuando miró al comandante Fabio, este le hizo una seña para que abreviara la despedida y luego de los abrazos cariñosos se nos perdió de vista; entre nosotros quedó el interrogante de quién era ese compañero tan jovial y fraterno que había hecho esa visita relámpago.

La Mona Mariela me confidenció que ese hombre alto, robusto, blanco, de ojos claros y de entusiasmo contagioso, era el cura Camilo Torres. Y me advirtió que no podía divulgar el secreto. Yo duré varios días meditando en torno a por qué un cura de los que daba misa, echaba sermones, hacía confesiones o bautizos, ahora aparecía hablando de la lucha popular y arengando a la gente en las plazas, llamándolos a la revolución. Y que nos hubiera hecho la promesa de que “pronto estaré con ustedes”.

«Nos dijo con más espontaneidad que formalismo que su mayor aspiración revolucionaria era aprender a ser guerrillero».

Después de este encuentro, las noticias sobre Camilo no paraban. De Bogotá fue a Tunja, a Cali, Medellín, Montería, Bucaramanga y el resto de capitales de departamentos, donde explicaba el Programa del Frente Unido. La Policía y el Ejército detenían manifestantes, algunos eran agredidos y encarcelados, pero el movimiento crecía como bola de nieve. Las calles de las ciudades se llenaban de gente humilde y de clase media de todos los matices políticos para escuchar a Camilo, quien en sus discursos invitaban a la unidad, a la lucha por la toma del poder y a la revolución.

“La revolución no solo es permitida sino obligatoria para los verdaderos cristianos”, dijo una vez. La jerarquía eclesiástica se crispó oyéndolo decir esta memorable verdad, por lo que respondieron con acusaciones y descalificaciones de grueso calibre. Desde la élite gobernante decían “es un anarquista, un ateo, un loco”.

Al observar que el Frente Unido crecía y su periódico se vendía como “pan caliente”, la clase política lo abordada para ofrecerle espacios en los partidos tradicionales, que Camilo rechazaba.

Se hizo líder encarnando el sentir del pueblo, entendió la urgencia de la unidad por la base. Cuando los sectarismos campeaban en la izquierda, Camilo tuvo la sabiduría de no tomar partido por ninguna corriente y se decidió por enfocar su acción en quienes se identificaron más con las políticas e ideales del Frente Unido. Por esto se acercó al ELN.

En una segunda visita de mediados del 65, llegó a nuestro campamento enclavado en el Cerro de Los Andes, una empinada estribación de la cordillera Oriental que se yergue entre San Vicente de Chucurí y Barrancabermeja.

Nos dijo con más espontaneidad que formalismo que su mayor aspiración revolucionaria era aprender a ser guerrillero. Por esos días Camilo había reiterado en varias plazas públicas que en Colombia estaban cerradas las vías legales para que el pueblo accediera al poder. También le había dicho a la oligarquía que era ella la que definía si entregaba el poder al pueblo de manera pacífica o violenta, y llamó a las masas a prepararse para una guerra larga y difícil cuando afirmó que “ya hemos comenzado, porque la lucha es larga”.

La agitación popular contra el gobierno de Guillermo León Valencia (1962-1966) llegó a un punto máximo a mediados del 65, crisis que incluyó agudas contradicciones inter oligárquicas que resquebrajaron la cúpula militar. Esto llevó al régimen a tomar la decisión de eliminar a Camilo, sentencia que no se ejecutó porque el militar encargado de asesinarlo en lugar obedecer le advirtió a él que la orden de eliminarlo estaba dada.

Ante esta grave amenaza, en octubre de 1965, Camilo sale de Bogotá y se incorpora al Ejército de Liberación Nacional (ELN), afirmando que no le iba a “dar el gusto” a la oligarquía de matarlo, como habían hecho con el gran líder Jorge Eliécer Gaitán en 1948.

Cuando Camilo entró a nuestro campamento, lo primero que pensé fue “éste cura sí es de palabra”. Aunque él siempre estuvo en estrecha relación con el Estado Mayor, se afanaba por estar entre los guerrilleros rasos en los tiempos que no lo ocupaban los jefes.

Camilo Torres asumió junto a Manuel Vásquez las sesiones de estudio matutino y vespertino con los guerrilleros, nos clasificaron con base en el nivel de escolaridad para la alfabetización. Para entonces no había personal antiguo, todos teníamos un año de ser guerrilleros.

Con Camilo nos sentíamos en confianza para compartir de manera formal o informal; siempre estaba ocupado, reunido con el Estado Mayor o con otros compañeros, leyendo un libro o aprendiendo el ABC de la vida guerrillera.

Esos meses con nosotros los vivió con mucha intensidad, a plenitud. En especial fundó una confianza enorme con Manuel Vásquez con quien creó un pequeño colectivo junto a Hermidas Ruíz y tres compañeros más para estudiar el francés, lengua que Camilo manejaba a la perfección.

Al finalizar octubre subió a hablar con el Estado Mayor un dirigente del Partido Comunista marxista-leninista, Pedro Vásquez Rendón. Camilo para entonces ya lucía una crecida barba que no se afeitaba, y su traje de campaña lo hacía ver muy cambiado, tanto que al segundo día de estar juntos en el mismo campamento, Vásquez Rendón no lo reconocía. El comandante Fabio le dijo que le iba a presentar un amigo, solo entonces el dirigente comunista reconoció a Camilo, con quien en varias ocasiones habían compartido al calor de las grandes manifestaciones urbanas de los meses anteriores.

A finales de noviembre el comandante Fabio me hizo un temario para que le diera instrucción militar a Camilo, con base en el Manual de táctica que trata de actividades defensivas y ofensivas irregulares, y manejo del armamento. Para cumplir el cursillo apenas gastamos una semana, tres horas diarias, debido a la alta capacidad de asimilación que él poseía.

El día que terminamos, nos sentamos la veintena de guerrilleros que estábamos en el campamento con Camilo. Él nos habló de manera informal sobre sus sueños y expectativas de capacitarse como guerrillero, para ir a crear las guerrillas en los llanos del Oriente del país. “Es volver -nos dijo llenando de picadura su pipa-, a insurreccionar a los llaneros como lo hizo Bolívar”.

En los últimos días de diciembre de 1965 la desaparición de Camilo hacía tejer las más diversas especulaciones. Así que Camilo nos convocó una tarde para explicarnos que no era prudente alargar más la incógnita sobre su paradero, nos pidió opiniones de lo que él debía hacer y escribió en su libreta lo que todos opinamos.

«El impacto de su pérdida fue como cuando una persona muere de repente sin estar enfermo». Nicolás Rodríguez Bautista

Al día siguiente nos leyó las conclusiones sintetizadas en lo que se llamó la Proclama de Camilo, publicada en la prensa nacional el 7 de enero de 1966: junto a unas fotos que tomó Juanito donde Camilo lee la Proclama al lado de Fabio, Manuel y Víctor Medina acompañados de los casi 30 guerrilleros que estábamos en ese campamento.

Allí Camilo precisa que se ha incorporado al ELN porque en él encontró los mismos ideales del Frente Unido y que seguirá la lucha con las armas en la mano. Mientras el pueblo respaldó su decisión, le llovieron críticas y condenas desde la jerarquía de la Iglesia Católica y la clase política se le fue lanza en ristre calificándolo de “jefe de bandoleros”.

Casi de inmediato un fuerte operativo militar enemigo copó la región donde estábamos, por lo que comenzamos un desplazamiento distribuidos en tres escuadras guerrilleras, para evitar chocar con las patrullas del Gobierno; así llegamos al año nuevo de 1966, en movimiento permanente alrededor del Cerro de los Andes. Ese operativo del enemigo lo asimilamos como un nuevo entrenamiento en caliente.

Camilo, Manuel Vásquez, Julio César Cortez, Hermidas Ruíz y dos jóvenes campesinos eran los más recientes incorporados, por lo que los compañeros con más capacidad militar se turnaron para entrenarlos en medio del operativo enemigo.

El 20 de enero planeábamos atacar a una patrulla del Ejército instalada en una casa campesina donde había pobladores, razón por lo que se desechó la acción. Todos quedamos con muchas ganas de combatir, en especial Camilo y otros 10 compañeros que habían hecho prácticas para afinar puntería con armas largas y cortas.

En febrero las patrullas enemigas empezaron a retornar a sus cuarteles, vimos en ese movimiento una ventaja para emboscarlos: solo 10 compañeros de los 30 que íbamos a combatir tenían la experiencia en emboscadas, casi todos éramos novatos en esa modalidad operativa, la única experiencia que teníamos era la Toma de Simacota del 7 de enero del 65, donde solo combatió la tercera parte de la guerrilla.

Entre el 7 y 15 de febrero los esfuerzos para resistir fueron muy grandes, un insecto mucho más pequeño que los zancudos hizo fiesta con todos nosotros hasta hincharnos la cara. Acostarnos en el suelo sobre un plástico no permitía dormir ni descansar menos contando apenas con la mitad de una ración de campaña. El agotamiento era visible, pero Camilo nunca perdió su ánimo ni el entusiasmo. En esas noches de larga espera me preguntó por mi vida y mi familia, yo le relaté con lujo de detalles lo que mis padres me habían contado sobre La Violencia de las décadas del 40 y el 50.

El sitio escogido para la emboscada era conocido como Patio Cemento, a 50 metros de este sitio organizamos un lugar de descanso; a las 5 y 30 de la mañana ya estábamos emboscados, era el 15 de febrero de 1966 y los treinta guerrilleros esperábamos ansiosos el combate.

Jamás pensé que aquel 15 de febrero Camilo Torres Restrepo fuera a perder su vida. Nunca lo imaginé porque todos íbamos seguros del éxito. El impacto de su pérdida fue como cuando una persona muere de repente sin estar enfermo.

Claro, hoy con la experiencia que poseemos todos, lo vemos diferente. Pero por esos años lo que más queríamos todos y en particular Camilo era “graduarnos de guerrilleros”. Y para esto combatir era inaplazable, para él era su meta inmediata e indispensable.

Hoy Camilo sigue presente llamando a la unidad por la base, reafirmando que las vías legales para que el pueblo ascienda al poder están cerradas, y que las oligarquías jamás entregarán al pueblo el poder de manera voluntaria.

En este 55 aniversario de la partida de Camilo, reiteramos el derecho de los pueblos a la rebelión como camino revolucionario indispensable. La lucha popular con sólidos procesos de unidad acopia la fuerza indispensable para las nuevas batallas.

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