Estocada final al toreo en Colombia

Por GERMÁN AYALA OSORIO

Va por buen camino la ley que prohibirá la “fiesta brava”. Será un maravilloso triunfo de los animalistas que hoy legislan a nivel nacional para prohibir ese grotesco espectáculo validado culturalmente por la élite dominante que no solo disfruta de la crueldad, sino que convirtió las plazas de toro de la Santamaría de Bogotá y la Cañaveralejo de Cali, en los escenarios predilectos para dar cuenta de fiesta paralela: la de las vanidades.

Mientras que toreros y toros se enfrascaban en sus luchas desiguales, en las tribunas se exhibían linajes en las formas estéticas de las mujeres y en las almidonadas camisas de los hombres, instrumentalizadas las primeras por los mismos machos que aplauden las faenas. Las cámaras de los medios masivos siempre registraron a las mujeres hermosas y voluptuosas, para el caso de Cali, así como el garbo y el brío de miembros de la élite local, pero también de aquellos y aquellas que buscaban escalar socialmente, porque procedían del negocio del narcotráfico.

Unos y otros, sin conocer a profundidad la sofisticada jerga taurina que pocos periodistas alcanzaron a dominar, gozaban del enfrentamiento entre la bestia y el hombre. Con el tiempo y el cambio cultural no apreciado en esas tribunas, el resto de la sociedad empezó a preguntarse cuál de los dos era realmente la bestia. Amparados en el concepto de práctica cultural, los defensores de la “Fiesta brava” justificaban el espantoso espectáculo de asesinar a los toros previamente sometidos a todo tipo de vejámenes para sacar de estos su bravura.

Si la norma por fin prohíbe el fachoso espectáculo, no volveremos a ver el desfile vanidoso, por palcos y tribunas, de hombres y mujeres de “clase”. Solo les quedan los centros comerciales y, para el caso de Cali, la Feria y las fiestas clandestinas. Lo mejor de todo es que no volveremos a observar por los medios masivos la estupidez y la crueldad de los seres humanos que necesitan ese tipo de violencias para distraer sus aburridas vidas.

Cada vez más lejos se escuchan las voces de los defensores del espantoso espectáculo taurino al momento de justificar el toreo: es arte, es cultura. Que el goce de esa práctica esté anclado culturalmente a un sector específico de la sociedad no la valida como un ícono colectivo y mucho menos habla por el resto de la sociedad.

Imagino que intentarán hacer mini fiestas bravas en fincas privadas, eso sí, sin el registro de los medios masivos. Solo asistirán quienes prueben, previo examen de sangre, que tienen los genes válidos para estar en el cerrado círculo social, así como la suficiente  actitud antropocéntrica para ponerse por encima de los animales, olvidando que también lo son. Eso sí, el desfile jactancioso de las posesiones de los machitos badanudos, acostumbrados a exhibir a sus mujeres y acompañantes como propiedades culturalmente validadas.

Aplausos para los legisladores que votaron sí a la prohibición de una “fiesta” en la que por siglos el ser humano ha mostrado que detrás del linaje, el garbo y las vanidades, se esconden las más terribles y violentas inclinaciones humanas. Será la estocada final a la fiesta brava. Bueno, hasta que un próximo Congreso le vuelva a dar vida a la desdichada fiesta.

@germanayalaosor

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