Por JORGE GÓMEZ PINILLA
El título de esta columna es una parodia del lema principal de la campaña de Bill Clinton a la presidencia en 1992, que le sirvió para derrotar a George Bush padre. La he traído a colación para recalcar la importancia que adquiere un asunto sometido al más completo descuido en este gobierno: una estrategia de Comunicaciones que impida que se acabe de consumar el asesinato moral que la caverna política le viene asestando al presidente Petro.
Digámoslo sin ambages, estamos ante la reedición casi calcada de algo que ocurrió durante el gobierno de Juan Manuel Santos. Y aquí me corresponde citar la Columna para llorar sobre la leche derramada, publicada en El Espectador en 2018, donde hablé de “un presidente al que se le quiso prestar una ayuda, pero terminó estrellándose contra la pared de su propia ineptitud en el manejo de las comunicaciones”.
Corrían las semanas previas al plebiscito de 2016. Un grupo de periodistas, preocupados por la propaganda negra orientada a hacerle creer al país que detrás del acuerdo de paz con las FARC se camuflaba la ideología de género que iba a volver maricas a nuestros niños, desarrollamos el Proyecto PEPA, Pedagogía para la Paz. A modo de justificación, decíamos: “Un aspecto muy criticado de este gobierno tiene que ver con sus comunicaciones. No hay una línea estratégica unificada en la producción de contenidos. Esto ha permitido que las fuerzas contrarias al proceso de paz hayan ganado terreno en el imaginario colectivo, repitiendo la idea según la cual el presidente de la República entregó el país a las Farc”.
El proyecto PEPA apuntaba a dos aspectos básicos: 1. Lanzar una agresiva campaña publicitaria que mediante “el poder de la verdad” contrarrestara el ambiente hostil que había contra la paz. 2. Crear el portal Bancodementiras.com, herramienta de choque para hacer evidentes las mentiras y engaños que infestaban el ambiente.
El padrino de PEPA fue Enrique Santos Calderón, quien había sido mi jefe, primero en la revista Alternativa y luego en El Tiempo. Él, consciente del “ineficiente aparato de comunicación y prensa del gobierno” (así lo dijo), entendió la justeza del proyecto y la urgencia de realizarlo. Y habló con su hermano el presidente, quien comisionó a su hijo Esteban. Pero este sin ningún asomo de creatividad remitió el proyecto al entonces consultor de Comunicaciones de la Presidencia, Camilo Granada, de quien nunca supimos siquiera si le dio lectura, pues no hubo respuesta, quizá temeroso de que nos le fuéramos a meter al rancho.
No vamos a decir que la falta de atención al proyecto PEPA fue la causante de la debacle, pero lo cierto es que se llegó el 2 de octubre de 2016 y ocurrió algo tan absurdo y delirante como que el país votó contra la paz y prefirió la continuación de un conflicto que quizá no ha perdido intensidad.
Y llegamos a 2023, cuando se repite la ignorancia para enfrentar otra poderosa campaña de propaganda negra de la caverna política, y es el motivo de tan largo prolegómeno. Aunque Santos no enfrentó los escándalos que sí ha tenido que sobrellevar este gobierno, la coincidencia reside en que tampoco existe una estrategia para contrarrestar la avalancha negativa de los medios más poderosos e influyentes, dedicados a sembrar zozobra y pesimismo entre la población.
Urge insistir, para el caso que nos ocupa, en que una estrategia de Comunicaciones coherente no puede consistir en crear medios gobiernistas, sino en fortalecer los medios alternativos y tener inserción dentro de los medios tradicionales.
Según el filósofo Enrique Dussel, “los medios de comunicación se han transformado en un instrumento de poder, más importante aún que los partidos políticos, porque no expresan la opinión pública, sino que la crean”. (Ver video). No basta entonces con mostrar la otra cara de la moneda desde una cuenta de Twitter, o acudir a influencers cuyos lectores son petristas. No señores, es necesario insertarse dentro de los medios que transmiten mentiras… para mostrar verdades.
¿Y cómo se logra esa inserción? He aquí el meollo del intríngulis: proponemos que el gobierno paute, durante el tiempo que estime conveniente, videos diario de máximo un minuto de duración, en un formato ameno y dinámico, para que sean transmitidos por los medios privados que andan dedicados a mostrar su versión retorcida de la realidad. Basta ver los noticieros de Caracol y RCN para constatar que tienen una morbosa preferencia por las noticias negativas, como si quisieran convencer a los televidentes de que el país va muy mal y las cosas se pueden poner peor.
Considerando la importancia que tiene -entre otros temas- el de la Paz Total, estamos sugiriendo entonces adelantar una labor de orientación pedagógica mediante una campaña de bombardeo a la población -valga el contrasentido- con mensajes claros dentro de esos mismos medios, brindando claridad en que se trata de cumplir con lo que ordena el artículo 22 de nuestra Constitución Política: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”.
Esta propuesta, por cierto, coincide con algo que dijo Gustavo Bolívar hace unos días: “El país está bajo manipulación. Si el presidente Petro no mejora las comunicaciones, lo van a ahogar”. (Ver trino).
Así las cosas, se requiere solucionar eso que el mismo Bolívar definió como “el lunar gigante de la gestión”, para hacerle ver al país que en realidad vamos por buen camino. Decía Santayana que quien no conoce su propia historia, está condenado a repetirla. Es un hecho irrefutable que durante el gobierno de Santos el país iba por buen camino cuando quiso conseguir que el país le refrendara el acuerdo de paz en las urnas, pero la extrema derecha inundó de propaganda negra las mentes de los colombianos, hasta el punto de hacerles creer que íbamos por mal camino.
Este asesinato moral no se puede repetir, señores. No lo podemos permitir, porque la víctima no sería solamente el presidente defenestrado. Las víctimas seríamos (de nuevo) todos los colombianos.
DE REMATE: Como fiel reflejo de la ausencia de una estrategia de Comunicaciones no solo está lo que no se hace, sino también lo que se hace, pero no debería hacerse. Por ejemplo, interrumpir el comienzo de la transmisión del partido Colombia – Brasil en las eliminatorias al Mundial, para pasar una alocución presidencial. ¿Despiste? Es posible. Sea como fuere, resultó contraproducente. Eso tampoco se puede repetir.