Por GERMÁN AYALA OSORIO
Murió el futbolista Freddy Eusebio Rincón Valencia y una parte importante de la sociedad colombiana lamenta su temprana partida. Una y otra vez repasan con agradecimiento e inusitada alegría ese gol que significó el empate frente a la encopetada selección de Alemania.
En las redes sociales los lamentos y pesares van y vienen. Se fue Rincón en medio de un caldeado ambiente electoral y de expresiones de racismo contra la población afro, de la que hacen parte el fallecido futbolista y Francia Márquez Mina, para solo nombrar a dos ilustres hijos de los pueblos afros de esta Colombia adolorida.
El fútbol como deporte espectáculo tiene la magia de ocultar durante largos 90 minutos que somos una sociedad racista. Dependiendo de los resultados, los futbolistas negros pueden alcanzar la gloria o merecer el cadalso. O en el peor de los casos, llevar de por vida el grillete que los hinchas furibundos les ponen al que se “come”” un gol o yerra un penalti. Rincón contó con suerte. Ese agónico gol contra los teutones hizo posible que las conductas racistas quedaran petrificadas por un tiempo, pero al parecer se despertaron con la aparición de Francia Márquez, porque los negros, dirán los miembros de nuestro Ku Klux Kan criollo, solo tienen derecho a ser atletas, futbolistas o bailarines de salsa. Pero presidentes o vicepresidentes… jamás. Hace poco se rescató de la memoria histórica el nombre del único presidente negro que ha tenido Colombia: Juan José Nieto Gil.
Rincón Valencia nació en Buenaventura, un puerto sin comunidad, y murió en la racista capital de la Salsa. De muchas maneras, el abandono y los problemas estructurales que padecen los hijos de Buenaventura están asociados al racismo oficial que profesan los miembros de la élite bogotana, vallecaucana y caleña que, siendo mestizos, toman decisiones de política económica que solo benefician a unos pocos. Estos blanquitos están sentados en los resquemores que sienten hacia la gente negra que sobrevive en los palafitos de la resistencia, o en los esteros en los que la violencia paramilitar se ha naturalizado.
En clara oposición al color brillante de estos hijos de Dios, como si estuvieran forrados en piedra obsidiana, los planes de desarrollo se diseñan en las elegantes y frías oficinas de Bogotá, bajo un ignominioso espíritu blanco. Lo mismo ocurre en el territorio donde nació Francia Elena Márquez Mina, mujer y lideresa social y ambiental que por estos días, gracias a su legítima aspiración política, hizo posible que de las cavernas más oscuras, la “gente de bien” dejara salir la animadversión que sienten hacia la población negra.
Se fue el glorioso futbolista que con sus goles y maestría en el manejo del balón se ganó un rincón en el cielo eterno. Se queda Francia Márquez, quien en vida seguirá su lucha por meterse en los corazones de millones de los mestizos que se autoproclaman blancos o arios.
El fútbol y la política comparten la condición aviesa de la especie humana. Por ello, de los seguidores y aficionados a esas pasiones y expresiones del poder se puede esperar lo más bello y sublime, pero también lo más escabroso y ruin. Fútbol y política, dos actividades en las que el doble rasero es funcional al régimen de poder, al ethos mafioso y a la sociedad racista y clasista que llora la muerte de Rincón al tiempo que se resiste a que una mujer negra llegue a la Casa de Nariño.
Ojalá algún día podamos gritar a voz en cuello… ¡paz en la tumba del racismo!
@germanayalaosor