Por SANDRA GARCÍA
Ante la absurda manera de enfrentar esta crisis global por parte de algunos gobernantes (Trump, Bolsonaro…), resurgen con fuerza viejas y obsoletas profecías. Acomodadas a las circunstancias actuales, se mezclan con política, religión y tecnología. Cientos de “expertos” profetizan sobre el futuro económico, político y social, pretendiendo predecir lo que le espera a la humanidad y dando vida así a una especie de nuevo efecto Nostradamus.
Aunque somos una generación con fácil acceso al conocimiento, vivimos y crecemos en medio de una gran ignorancia, bien sea por pereza, por modorra o por cuenta del modelo educativo que nos limita desde la infancia. Ignorancia que tapamos con cualquier argumento como mecanismo de defensa, y que resulta muy útil para los poderes políticos, religiosos y económicos que se benefician con tan irracional forma de ver la realidad que nos circunda.
Ejemplos claros de este nuevo efecto nos llegan de las personas alienadas que creen encontrar la cura del coronavirus en un pelo hallado dentro de la Biblia, pasando por los sincretismos alienígenas que ven “dioses” espaciales en supuestas figuras humanoides, pasando por los conspiranoicos con su negación de la ciencia y la tecnología, los coach de la economía doméstica y las excusas que tienen los gobernantes para atribuir cualquier eventual fracaso de sus políticas al “virus chino”.
Todo ahora es creíble, menos lo verdaderamente creíble. La paranoia colectiva que han desatado y desatan cada día con algún “oscuro fin”, no permite educar a la gente en las realidades científicas y en el pensamiento crítico, como los movimientos telúricos que siempre han existido y pasaban desapercibidos por nuestra agitada vida, el sonido de las masas de energía al chocar en el aire que solo las escuchamos cuando el mundo por fin paró su bullicio, el comportamiento a través de la historia de los virus, bacterias y parásitos, nuestra realidad como animales y seres biológicos pertenecientes a una naturaleza que nos es ajena, tantos realidades verdaderas que hoy se pierden en medio de fantasías y paranoia…
Atravesamos por un medioevo millennial que en su afán de una explicación creíble admite cualquier rumor, suposición o noticia falsa (Fake) como hecho real. Ya no flagelamos nuestros cuerpos como en los años de la peste negra, ahora flagelamos nuestra psiquis y nuestra mente con argumentos irracionales.
Esta mentalidad primitiva viene siendo alimentada por los mismos medios de comunicación, respaldados por grupos de poder que saben que la mentira o la superstición son instrumentos muy efectivos de sometimiento de la población. Para la muestra, un botón: el canal norteamericano Fox News, que en Colombia tiene ya un aventajado alumno: Semana TV, o sea lo que antes era la muy reputada revista Semana, hoy “casa tomada” por la caverna uribista.
Los mismos medios de comunicación, respaldados por grupos de poder que saben que la mentira o la superstición son instrumentos muy efectivos de sometimiento de la población.
En medio de semejante pandemonio, ¿qué nos queda? Un llamado a la sensatez, a las personas que todavía podemos hacer uso de ella. Nuestra única herramienta para enfrentar el sometimiento ideológico-mediático es el pensamiento crítico, el cual nos brinda la cordura necesaria en un mundo desorientado y errático, que busca un culpable antes que una solución, que protege el dinero más que la vida misma, que cree en fantasías y esconde en un sartal de mentiras el origen de tanta inequidad e injusticia.
Una realidad que ni Nostradamus pudo profetizar pero que ahora, con el avistamiento de supuestas flotillas de naves espaciales, de pronto conduzca a que nos obliguen a creer en dioses que nos llegan desde alguna galaxia cercana… así como nos hicieron creer en en supuesto Dios encarnado en una mujer que después del parto siguió siendo virgen. Nos hicieron creer con fe ciega en dioses “humanos”, sin una sola prueba verificable desde los ámbitos de la razón.
Esto en últimas es la manifestación del miedo de los humanos -demasiado humano- a admitir que estamos solos y desprotegidos dentro de nuestra propia naturaleza finita, que no existen los tales dioses a los que con tanta frecuencia acudimos, que necesitamos inventarnos una compañía ultraterrena que actúe sobre nuestras mentes como placebo psicológico, como panacea ficticia…