El dominó sirve para dominar la vida

Por ELKIN BARROS*

03:15 pm, hora marcada por un viejo reloj de péndulo colgado en una pared de tabla agrietada por el tiempo, al instante, un gallo lanza rápidamente su estrepitoso y mortal cantico. Es sorprendente cómo el silencio se apodera del pueblo cada segundo que pasa, al tanto que mi madre augura un muerto, reafirmando con ello, la tesis de mi abuela materna:

“Es mala hora para que los gallos canten, algo malo sucederá en el pueblo”

Así cae la tarde en Punta de Piedras, recóndito rincón olvidado del departamento del Magdalena y eje central de poder del municipio de Zapayán.

Volviendo al reloj, es la hora precisa para darse una cita en las cuatro esquinas. Intersección formada por las viviendas de la señora Nohemí de la Cruz, el popular “mono Parrao”, Rafael calvo, “el chopo”, y   la señora Maruja.

Este es el punto de encuentro de muchas personas amantes del dominó, seres que buscan hacer la tarde un poco más agradable y llevadera, pero, sobre todo, individuos que salen a ganarse unos pesos con el fin de nutrir sus alcancías.

Lo último es el caso de mi papa, Pedro Barros Polo, “pellito”, todo un personaje en el barrio Brisas de Zapayán.

La mesa de dominó es el centro de atención y objetivo final de los vecinos que se acercan a presenciar, sin dejar de ser partícipes de la actividad social.

Es toda una obra de arte la que se configura alrededor de la mesa. A pies descalzos, descamisados, en bermudas, con sombrero o sin él, es infaltable el encuentro para cerrar con honores un día de labores cotidianas.

Es cosa de locos creer que un juego que se originó en un lugar tan distante, haya logrado tener cabida en la vida de muchos pueblos del Magdalena y de Colombia. Foto de archivo particular

No existe lluvia que impida concretar unos partidazos, sobre todo para el mes de enero. ¡Y si las hay, son!, dijo alguna vez ese famoso cantante colombiano: “lluvias de verano”.

Si hiciéramos una reseña histórica del surgimiento del dominó, nos remontaríamos mil años en el pasado, a la antigua y legendaria China. Nuestro infaltable amigo Google así lo referencia:

El dominó surgió hace mil años en China a partir de los juegos de dados. No parece que la forma actual de 28 fichas dobles y rectangulares fuese conocida en Europa hasta que, a mediados del siglo XVIII, la introdujeran y extendieran los italianos.

Es cosa de locos creer que un juego que se originó en un lugar tan distante, haya logrado tener cabida en la vida de muchos pueblos del Magdalena y de Colombia; pero bueno, eso es otra historia.

Actualmente, esta entretenida práctica es aprovechada no solo por adultos mayores, sino también por jóvenes que, en su afán de sacarse unos pesos para el disfrute nocturno, arriesgan sus ahorros.

En su praxis se disfrutan las matemáticas elementales, el juego mental por comprender la jugada del aliado y sobre todo las conclusiones a las que se llega luego de haber finalizado una partida.

El lenguaje del dominó es sencillo de comprender. Basta una mirada, un movimiento o un giño facial para entender cuál ficha o por dónde debes jugar para asegurar una victoria contundente. Testigo de ello son los inseparables de Lucho y Brayan.

En una partida de dominó se crean y fortalecen lazos sociales entre amigos, vecinos y conocidos. También en él, se traen a conversa los chismes del momento.

—“Se imaginan ¿un pueblo sin chisme?”

—¡No, no es digno de serlo!

Es esa misma cotidianidad la que encierra este breve escrito. No es inventada entre líneas, porque vive con nosotros y determina cada uno de nuestros fugaces días.

Mientras avanza el año, nuestros amigos continuarán citándose en el mismo lugar y a la misma hora, estrellando fichas contra la mesa, notándose en su rostro una rabia semejante a haber nacido en un pueblo olvidado de Colombia o, peor, no haber tenido la dicha de ser millonarios.

Ya no se les hará extraño realizar señas, guiños e incluso movimientos propios de una canción vulgar. Viviendo en el mismo barrio y de vez en cuando y cuando en vez, recolectando para comprar un dominó nuevo debido a que las fichas del que se está utilizando están marcadas y nadie quiere ser merecedor de “la mazorca”, como se le conoce coloquialmente al doble seis.

Quizás la vida sea también un doble seis; un camino nutrido de obstáculos, retos, problemas, pero también soluciones. Una vida a la que solo los más valientes se enfrentan, así tal cual enfrentamos a esa ficha indeseable agarrándola luego de revolver.

Es por ello que hay disfrutar de cada momento en familia, entre amigos o como parezca correcto, a manejar la vida como un juego, siempre teniendo en cuenta las consecuencias de nuestros actos y respetando, aunque no compartamos los comportamientos del prójimo.

Yo, por ejemplo, la disfruto como una buena partida de dominó.

* Elkin Barros Olaya, nacido en Zapayán (Magdalena), es licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad del Atlántico. Está convencido de que, como dice Mandela, la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo.

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