Por PAME ROSALES
Cuando empecé a leer el artículo que Néstor Humberto Martínez escribió como columnista invitado en la última edición de la revista Semana (‘Sin caballos en el partidor’) pensé que más temprano que tarde me iba a topar con la noticia adelantada -proveniente quizás de un eventual acceso suyo a información privilegiada- de inminentes inhabilidades políticas que algún ente de control impondría contra Sergio Fajardo y contra Gustavo Petro, y que se anunciarían oficialmente en el futuro cercano.
No fue así. En lugar de eso me encontré con que su vaticinio de que «Colombia recibirá el 2021 sin caballos en el partidor de la carrera presidencial» se basaba en el buen criterio que él, de forma cuando menos delirante, le atribuye al electorado colombiano, ese mismo que votó para que no finalizara una guerra fratricida de más de 60 años. No era, pues, ninguna investigación de la Fiscalía ni de la Procuraduría la que dejaría por fuera inevitablemente a los dos políticos que, de acuerdo a las encuestas, tienen más probabilidades de llegar a la Presidencia de la República en la contienda de 2022.
En cambio se trataría, según Néstor Humberto, de que «el carácter pusilánime» que demostró Fajardo en su participación en el proyecto de Hidroituango finalmente «lo inhabilitaría para cualquier aspiración». El problema del otro precandidato, a su turno, que «es todavía más grande» y que no se puede creer que «le permita llegar al tarjetón», se relacionaría, en opinión del columnista, con el regreso al país del sujeto que aparece en un video entregándole a Petro unos fajos de dinero que él a continuación guarda en una bolsa.
Una vez eliminados de un plumazo los dos jugadores más poderosos en carrera, Néstor Humberto -ese repentino dechado de honestidad, ese soterrado prohombre de la ética- procede, en el tramo final de su artículo, a hacer una llamado por una amplia coalición de centro que «nos aleje de la incertidumbre y del castrochavismo» (ese fantasma que, por lo visto, ya se tomó a Estados Unidos, por intermedio de Biden).
No sospechaba yo que a las súbitas manifestaciones de ética y honestidad de Néstor Humberto debíamos sumarle ahora la ingenuidad como otra de sus desconocidas virtudes o características. Sí, porque el exfiscal no parece haberse dado cuenta de que el último Presidente de la República fue elegido pese a no tener experiencia ni siquiera como administrador de una cafetería. Su máximo atributo electoral consistió en recordar el número exacto de chancletas que tenía su jefe, a quien él reverencialmente llama «presidente eterno».
¿Será entonces que ese mismo electorado ahora resultará tan implacable y criterioso como para descartar a un candidato que quizás le gusta sólo por los abstrusos recovecos legales en que podría terminar enredado por cuenta de sus responsabilidades en el escándalo de un proyecto regional que no es más que una perla más en el interminable rosario de escándalos de este país?
El otro caso es todavía peor, pues no creo que exista el colombiano lo suficientemente despistado como para ignorar que, en lo que a mesianismo de refiere, Uribe y Petro son dos caras de la misma moneda. Dicho de otro modo: los petristas son tan fanáticos como los uribistas.
De modo que teniendo en cuenta el hecho de que unas ocho millones de personas han votado una y otra vez por Álvaro Uribe -o por quien él ha ordenado- pese a los 5000 falsos positivos que carga entre pecho y espalda como expresidente, a las dos o tres masacres por las que está judicialmente vinculado y a los otros cientos de investigaciones y procesos que, a pesar de dormir el sueño de los justos en diversos entes de control, cursan en su contra, ¿creerá en serio el frustrado embajador de España que por causa de un oscuro video de baja resolución -que si mucho es un indicio, pero hasta el momento ninguna prueba de delito alguno- los petristas se convertirán como por ensalmo en islandeses y dejarán de votar por su líder amado?
Tal vez los votantes colombianos hayan madurado en los últimos dos años, y Néstor Humberto, a diferencia del observador común y corriente, tenga cómo saberlo. O quizás él escribió su artículo más con el deseo que con la razón o con la experiencia, y puede que, como se dice popularmente, sea un simple pajazo mental de su parte. O de pronto -quién quita- haya algo en el canto de la cabuya, como dicen los campesinos caribes.
¿Ustedes qué creen?
@samrosacruz